Desgano

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Siento cómo mi flequillo me hace cosquillas en la nariz y me despierto pero sin mover un músculo de mi cuerpo. Abro solo un ojo para ver mis piernas, una extendida y la otra flexionada en el suelo, mis brazos están cruzados y sigo con la toalla intacta. Uno de mis mechones se desliza por mi cara horizontalmente y ahí es que me doy cuenta de que alguien me está tocando la cabeza.

—Decime que estás viva.

Digo terminando de abrir ambos ojos y girando sobre mi torso para enfrentar el sillón.

Katia está acostada con la frazada por debajo de sus brazos, en uno recuesta su mejilla mientras que su pelo por todos lados cae sobre el sillón, con la otra mano me acaricia la cabeza suavemente. Como si fuera que somos amigos, familiares o algo. Como si estuviera cómoda conmigo. O como si yo estuviera cómodo con ella.

Cuando alguien se despierta en mi casa después de perder la conciencia, la mayoría de las veces esa persona empieza a tener un ataque de vergüenza, seguido de un torrente de preguntas y un par de "perdón, no sé qué hice" o por lo menos un "¿Cómo llegué acá?". La familiaridad con la que Katia me trata en este momento me da a entender que no es ajena a estas situaciones. Para nada.

—¿Qué pasó anoche?

Pregunta tranquila. Muy tranquila. Sin estar asustada de haberse levantado en la casa de un cuasi extraño, semidesnuda después de una noche de, casi seguro, no acordarse de nada. Me doy cuenta de que no es la primera vez y ambos sabemos que no será la última.

—Casi tenés un coma alcohólico. Ian y Andy te trajeron a la guarida gratis para alcohólicos anónimos y drogadictos: mi casa.

Digo sonriendo, señalando el living abarrotado de cerámicas y objetos de vieja que mi abuela acumula después de años de no poder deshacerse de nada por los recuerdos que cada objeto le trae. Hasta tiene una pila de canastas de mimbre. Solo eso. Una torre de canastas. Ella dice que todas y cada una de ellas es especial a su manera, porque cada una puede contener una cantidad distinta de cosas. "Para picnics." Dice algunas veces. Aunque hace años que no sale de la casa si no es para ir al hospital. Las guarda todas por las dudas, ella cree que algún día las va a usar.

Katia se queja con un gruñido y se cubre la cara para dejarse caer boca arriba mirando el techo.

—Decime que no me vomite encima.

Ruega extendiendo ambos brazos como estirándose hacia la pared opuesta de la habitación.

—Me vomitaste a mí encima. —Cuando ella se gira para mirarme, cuando escucha la primera frase con cara de asustada, agrego rápido: —Pero en la ducha, no te preocupes.

—Bueno, entonces, bien.

Dice sin más y se sienta en el sillón para quejarse de su cabeza y el dolor de estómago. Después de un segundo se levanta y deja que la frazada caiga en el sillón. Me salta por encima en ropa interior y va caminando segura hacia el baño donde cierra la puerta por unos minutos.

Cualquiera pensaría que seguro aprovecha a arreglarse el pelo y sacarse el maquillaje pero, en cambio, sale totalmente igual acomodándose la ropa interior. Camina segura, como si supiera lo que está haciendo y me salta encima mirando por las puertas entornadas de mi casa hasta llegar a la cocina.

—¿No querés cambiarte? ¿Ponerte ropa...? Después de todo, no me conoces bien y...

La sigo por mi casa hasta la cocina donde ella parada en el medio, empieza a ver a su alrededor para orientarse.

—¿Vivís solo?

Pregunta agachándose una vez que abre la puerta de la heladera. Se me escapa media sonrisa. En el umbral de la cocina me recuesto contra el borde para verla agachada, mostrando sin ningún problema su precioso culo al mundo y a mí. La tanga que tiene puesta se incrusta entre sus glúteos.

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