Parálisis

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Me subo a la bicicleta y Katia lleva en su mano un par de bolsas con compras de cosas poco necesarias para mi heladera. No intento mentirme a mí mismo, no necesito comprar ingredientes de cosas que no voy a cocinar, solo consigo lo que es verdaderamente necesario y un par de comida precocinada para dejar en el freezer y descongelar después de alguna resaca.

—Es por eso que estás tan flaco.

Dice ella acomodándose la falda y las bolsas encima de su regazo para abrazarme por la espalda y andar conmigo en la bicicleta.

—Bueno. Tampoco es que tenga muchas ganas de comer porquería todo el día.

Le respondo bajando por una de las calles que van hacia lo del gordo.

—Tendrías que aprender a cocinar y esperar a tu abuela con una rica cena cuando salga.

Yo me río al volante.

—Podría ser... Gracias por lo de hoy.

Agrego pedaleando y girando en una cuadra.

—¿Por qué?

—Por lo del juego de mesa y demás. La pasó bien, creo que pudo olvidarse de que está empotrada en una cama.

Pienso en mi abuela regando sus plantas, escuchando su novela a todo volumen en la cocina y limpiando sus estatuitas de cerámica.

—Estaba muy aburrida...

Confiesa ella y se acerca para apoyar su mentón en la parte de atrás de mi hombro. Su boca queda a la altura de mi oreja.

—¿Te llevo a tu casa?

Le pregunto decidiendo si llevarla conmigo a lo del gordo o no.

—¿Puedo quedarme con vos un poco más?

Pregunta suave contra mi oído y un escalofrío recorre toda mi columna vertebral.

—Sí. No pasa nada, pero tengo que hacer algo primero.

Pienso en llevar primero a Katia a mi casa y pasar solo por lo del gordo pero después me doy cuenta de que estoy muy cerca de su casa y realmente no vale la pena dar toda la vuelta.

Pedaleamos el resto del camino con ella suspirando y abrazando mi espalda mientras yo sonrío con la brisa que acaricia mi pelo. Cuando llegamos a lo del gordo me bajo de la bicicleta y la mantengo en posición. De verdad no puedo creer que me haya hecho subirme y pedalear por tanto tiempo, nunca pensé que iba a volver a hacer esto. Las cosas de chico quedaron años atrás. Nunca tuve mucha inclinación a hacer las cosas que los chicos hacían a mi alrededor, siempre busqué otras estimulaciones. Cosas que me hicieran sentir vivo pero muerto a la vez.

—Tomá, andá a casa, si querés me quedo las compras. Va a ser un segundo y voy para allá.

Katia se baja de la bici con un salto, todavía con las bolsas en su mano.

—¿Qué vas a hacer?

—Comprar un par de cosas.

Katia da vuelta el torso para mirar la casa y sus ojos se clavan en mí.

—Te puedo acompañar.

Dice quebrando la cadera.

—No.— Respondo y muevo la bicicleta que sostengo del manubrio y el asiento. —Tomá, andá yendo, yo te alcanzo.

Katia se gira otra vez y mira para el final de la calle sin decir nada.

—Te espero afuera entonces.

Dice ella entendiendo que voy a comprar, sabiendo que lo que consiga ahora es lo que ella va a consumir probablemente el próximo fin de semana. Me pone algo nervioso pero por cómo se mueve su cuerpo y cómo aprieta los labios me doy cuenta de que no la voy a hacer cambiar de opinión.

AdictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora