Desolación

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Levanto mi brazo en el aire para que circule la sangre cuando el timbre suena por tercera vez, tengo el brazo dormido y los ojos hinchados.

La espalda me duele.

Debe ser por el fino colchón viejo manchado de humedad que está postrado en la estructura de madera, si no fuera por los pocos barrales que quedan intactos ya estaría durmiendo en el suelo y la estructura de madera sería mi ataúd.

Ataúd. Muerte. Tal vez es cool dormir pretendiendo que estoy muerto.

El timbre suena una vez más y saco las sábanas que tengo enroscadas en la pierna. Me veo en el pequeño espejo que está colgado en la puerta del placar que sigue instalada en el mismo y veo que la musculosa blanca la tengo llena de vómito, los boxers negros casi grises del desgaste llevan un poco de vómito también en el elástico.

Timbre. Otra vez.

Timbre.

Empiezo a buscar alrededor mío la fuente del mal olor y encuentro en el interior de un tacho lleno de papeles, envoltorios de comida chatarra y tubos viejos de tintura azul, el resto de mi comida de ayer y una buena cantidad de todo lo que consumí ayer firmando una sopa que se filtra por la unión metálica. Agarro el tacho y lo bajo conmigo por las estrechas escaleras que dan justo a la pequeña cocina donde mi abuela está sentada viendo su programa favorito en un TV del tamaño de una cacerola.

Con antena. Retro.

Tomándola por la espalda la beso en la cabeza para que sepa que estoy ahí. Ella se da vuelta y con un grito sorprendido me pregunta.

—¡Hijo! ¡¿Qué llevas ahí?!

Hago muecas como que le estoy explicando algo muy complejo y coherente sin decir nada en realidad. Ella me contempla a través de sus anteojos de culo de botella y asiente como si escuchara una palabra de lo que dije.

O lo que no dije. No dije nada.

—¡Está bien!

Grita de nuevo y vuelve a su canal favorito.

Paso por el diminuto living abarrotado con 3 sillones floreados cubiertos con mantas en croché y los miles de bártulos y baratijas que mi abuela acumulo durante años. Si la cocina no tuviera un pequeño patio, ya hubiera perdido la cabeza en esta casa copada de cosas.

Pasando por la habitación de mi abuela contemplo cómo el tacho deja un pequeño rastro de vómito por la vieja y oscura madera del piso hasta que llego a la puerta principal. Cuando la abro no me detengo a saludar a los chicos, paso por el medio de ellos hasta llegar al tacho grande del frente de mi casa y vacío toda la basura incluido el vómito de ayer. Me volteo, Andy está sentado en una de las ventanas jugando con uno de los tajos deshilachados de su jean roto e Ian se reclina contra el marco de mi puerta haciendo tintinear sus anillos a la vez que se lleva un cigarrillo a la boca.

Andy es el primero en hablar. Andy siempre habla. Andy siempre es primero. Andy siempre. Andy.

—¿Eso es vómito?

Ríe señalando mi camisa.

—No sé si es mío, yo creo que sí.

Alcanzo la puerta y dejo el tacho dentro de mi casa al lado de uno de los sillones.

—Huele a mierda.

Dice Ian mirando el interior, atrayéndolo hacia sí con la punta de su zapatilla.

—Por eso creo que es mío.

Andy se ríe a carcajadas agarrándose el estómago e Ian se limita como siempre a levantar la ceja izquierda.

AdictoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz