Sometimiento

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A la mañana siguiente me despierto con una de las peores resacas que recuerdo. Estoy en la bañadera, estoy completamente empapado, la ducha todavía está abierta, el agua llueve sobre mi cuerpo, tibia. Me levanto en bóxers y los sacudo para quitarles el agua como puedo. Busco la toalla que tengo más cerca y me seco rápidamente para enganchar la toalla sobre mi cintura. Llego a la habitación y empiezo a buscar mi ropa. Me quito la prenda mojada y me calzo los pantalones, mi remera negra y mis zapatillas rojas. Cuando paso por la cocina, Katia se gira con una sartén en la mano.

—Te despertaste. No sabía que hacer... estabas vomitando tanto...

Sigo de largo sin mirarla.

—No puedo ahora.

Le susurro y salgo de la casa, no sé cuáles son mis planes, no sé si voy a volver o no, pero algo que tengo sabido es que tengo que llegar a la licorería antes de que el zumbido abandone mi mente. Camino debajo del sol, camino tan rápido que las piernas me queman. Antes de entrar al lugar ya tengo la billetera en mi mano. Salgo con tres botellas de alcohol blanco y me dirijo hacia mi casa. El celular suena un par de veces, sé que es Katia pero no puedo hablar con ella ahora, porque no puedo hablar con nadie.

Me encierro en mi casa y empiezo con mi espiral sin sentido. Tomo un par de shots antes de que la sobriedad me envuelva. Llego al escondite que tengo en el baño y tomo de la mochila del inodoro las pastillas celestes. Son lo único que pueden contenerme en este momento. Tomo una. Me digo que una es lo que necesito.

Solo una.

La trago sin pensarlo y me llevo la botella de whisky a la boca.

Cuando la sensación me atrapa me dejo caer en el baño, sobre el suelo, floto entre el éxtasis y el delirio.

Por mucho tiempo el mundo me había abandonado por lo que abandoné al mundo y mi familia me había dejado atrás por lo que corrí sin sentido.

Pude haber elegido muchas cosas, pude haber elegido la universidad, pero nunca asistí, pude haber elegido trabajar, pero antes de darme cuenta estaba vendiendo, pude haber elegido estar limpio pero antes de cumplir la mayoría de edad ya estaba perdido en mis vicios. Pude haber elegido nunca tomar este camino. Haber elegido esto es completamente mi responsabilidad. Siempre dije que iba a intentar limpiarme pero siempre terminé diciendo un día más hasta que perdí la cuenta de cuántos últimos días había tenido.

Eventualmente prometes que en un año vas a empezar a vivir tu vida, mientras que dejas atrás otro año que te va a perseguir por el resto de lo que te queda.

Katia entra en mi casa y me encuentra en el suelo, ella se arrodilla frente a mí, me acaricia suavemente y me corre el flequillo de lugar, intento focalizar su preciosa cara pero me cuesta más que respirar. Me concentro en no perder el control de mi respiración. Katia me besa con cuidado y susurra algo. No entiendo bien qué es pero la atrapo entre mis brazos, aprieto su cadera contra mi pecho y dejo que me acaricie el cuello. Ella me calma, las pastillas me calman, el alcohol me calma.

—Dame la botella.

Al fin consigo deducir lo que está diciéndome. Le extiendo el whisky y ella le da un sorbo.

Después de eso, no puedo recordar nada más.

Esos últimos meses casi no los recuerdo, se convierten en una sola secuencia que se repite una y otra vez. Las mismas personas en las mismas fiestas con las mismas drogas y el mismo olor a cigarrillo.

Sin darnos cuenta, las horas se convierten en días, y los días dejan de tener sol, las semanas se vuelven meses y el tiempo deja de importar.

Los horarios dejan de importar, la comida deja de importar.

AdictoWhere stories live. Discover now