Epílogo

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Días después

Las aguas del Lago Totacocha tenían la temperatura perfecta: no eran tan calientes como las aguas volcánicas de las montañas, donde las gemelas se habían bañado cuando tenían diez años, ni tan frías como las del mar, visitadas por ellas poco antes de caer en manos de los dorianos. Pero para Valentina, aunque consciente de lo agradable que resultaba nadar allí, aún más agradable y satisfactorio le resultaba besarse con su hermana, especialmente cuando trataban de hacerlo debajo del agua, en medio de juegos y risas.

–¿Entonces te gustan más mis besos que los de Charlotte? –le preguntó Valentina a su gemela.

–No solo tus besos –respondió Estefanía, abrazando suavemente a su hermana mientras movía las piernas para permanecer a flote–, también la forma como haces el amor.

Se cumplían algo más de tres semanas desde la llegada a la cabaña de su difunto abuelo, tiempo dedicado por Valentina, con la colaboración de Estefanía, Charlotte y Dochi, a convertirla en un hogar tan atractivo como el de Rubena. La habitación principal había sido adecuada para ella y su hermana mientras la secundaria hospedaba a su hermano y a su pareja. Habían recibido la visita de sus padres en un par de ocasiones, presentándose ellos con suficientes víveres para complacer a los estómagos más exigentes. Sin embargo, las gemelas, Dochi y Charlotte, no habían perdido el tiempo, y la antigua huerta ya empezaba a mostrar signos de llegar a convertirse en su futura despensa.

–¿Qué vamos a cenar hoy? –preguntó Estefanía cuando logró separar sus labios de los de Valentina, las aguas del lago llegando hasta el nivel de sus clavículas.

–No lo sé, es una sorpresa de ese par –Valentina señaló a Charlotte y a Dochi, quienes completamente desnudos, al igual que ellas, salían de las aguas agarrados de la mano y se dirigían hacia la cabaña–, es su tuno de cocinar.

–Esa parejita me va a enloquecer si no paran de gritar y gemir todas las noches –las palabras de Estefanía tenían un tono divertido, el cual le restaba fuerza a su queja.

–¿Celosa?

–Vale, mi amor, tú sabes que la soledad y el desespero por estar en ese campamento fue lo que me llevó a tener algo con Charlotte, y también sabes que tú eres el amor de mi vida y que no te cambiaría por nadie – le respondió Estefanía antes de besarla–, además, no tienes derecho a quejarte... Tus aventuras con Bárbara y con la tal Rubena te ponen a mi nivel.

–Nena, yo lo sé... –dijo Valentina– ¿Pero tú crees que fuimos muy putas? Ya sabes... Tú haciéndolo con Charlotte, Zurqui, Kater, conmigo... Y yo con Bárbara, con Rubena y contigo...

–Es lo mismo... Creo que todo se debió al desespero, a la falta de compañía, amor y comprensión vivida durante seis años; entonces de alguna manera, terminamos buscando todo eso con quien primero se nos atravesó en el camino...

–Te entiendo..., y creo que tienes razón –dijo Valentina.

–Vale, ¿y tú nunca sentiste ganas de hacerlo con Charlotte?

–Ella es hermosa y si hubiese sido por ella, creo que lo habríamos hecho en la cabaña de Rubena, y aunque sé que hubiera podido pasar una noche espectacular, no quería traicionarte con alguien que ya estaba envuelta contigo, hubiese sido como una doble traición –respondió Valentina.

–Sí me contaste el otro día que por eso fingiste ese romance con Bárbara, para alejar a Charlotte, ¿pero por qué terminaste haciéndolo con Rubena?

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