Pacto

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A Valentina se le partió el corazón al observar cómo, después del desayuno de un radiante día, entre gritos, lloros y pataleos, un par de capataces condujeron a Bárbara por el camino de las minas de carbón. Aquel infierno sería demasiado para una niña poco acostumbrada al trabajo pesado y para quien el no llevar más que el pequeño taparrabos, como única prenda, no hacía sino adherir sufrimiento a su ya de por sí desdichado destino.

Pero sus propias preocupaciones eran lo suficientemente grandes para prestarle demasiada atención a la linda pelirroja. Pascual no le había quitado la mirada de encima desde su llegada al comedor y ahora, mientras trabajaba en los cimientos de la muralla de piedra, podía notar, en la expresión de su rostro, el esfuerzo realizado para no descargar el látigo sobre su espalda desnuda. Cada vez era más consciente de sus pocas posibilidades de llegar a sobrevivir en aquel sitio en caso de continuar siendo presa de los odios de aquel capataz. Mientras trataba de idear, junto a su hermana, la forma de escapar de allí, se vería obligada a descubrir la razón de aquel odio, y si era posible, tratar de ganar la simpatía de Pascual, aunque esto sonara como un objetivo imposible de cumplir...

El sonido y el dolor producido por el látigo al estrellarse sobre su espalda la sacaron de sus pensamientos. Volteó a mirar para encontrar a Pascual luciendo su acostumbrada sonrisa llena de crueldad.

–Maldita esclava, ¿es qué no sabes lo que es trabajar con la rapidez que lo hacen tus compañeras?

–Lo hago tan rápido como puedo –respondió Valentina utilizando un tono sumiso antes de soltar un par de lágrimas.

–Parece que a ti ningún castigo te sirve... –el hombre soltó un nuevo latigazo sobre la espalda de la hermosa esclava, la cual aún mostraba las marcas del castigo recibido dos días antes.

–¿Por qué me odias tanto? Yo no te he hecho nada –la voz de Valentina se escuchó entre sollozos.

–¡Maldita esclava! ¿Es que en realidad no te das cuenta de lo lenta que eres para trabajar? –la respuesta de Pascual vino acompañada de un nuevo azote y el consecuente grito de dolor.

–¡Ya deja de azotarla! ¿Es que no te das cuenta de que lo hace tan rápido como cualquiera de las demás? –el cruel capataz fue interrumpido por Estefanía, quien abandonó su pica para correr en auxilio de su hermana.

Parcer se giró hacia Estefanía con una clara expresión de sorpresa en su rostro. Se quedó mirándola con los ojos totalmente abiertos, le sonrió por un par de segundos y mandó el látigo contra su cuerpo.

–Te estás buscando un empleo en las minas de carbón, esclava estúpida.

–No me importa que me manden a las galeras, pero no voy a dejar que sigas tratando a mi hermana de esa manera –Estefanía solo mostraba desafío en su rostro.

–¿De qué estás hablando, nena? ¿Qué son las galeras? –preguntó Valentina, su vista enfocada en el rosto de su hermana.

Pero Pascual se anticipó a responder.

–No es una mala idea, creo que sería hermoso ver a una de ustedes sacando carbón de las minas y a la otra pasando sus días remando en alta mar.

–No tienes por qué hacernos eso, Pascual. Mi hermana y yo trabajamos tan bien como cualquiera de las otras –Valentina trató de sonar decidida a pesar de las lágrimas encargadas de bañar sus mejillas. Había quedado claro el significado de las galeras. Alguna vez, muchos años atrás, su padre le había contado la historia ocurrida en un lejano reino en donde un hombre había sido condenado a remar en las galeras de esclavos hasta el día de su muerte y de las precarias condiciones de vida afrontadas por él y sus compañeros. Para ella, lo último en su lista de deseos sería correr la misma suerte de aquel hombre, aunque según parecía, si de Pascual dependiera, no tardaría en estar ocupando sus brazos con unos remos en lugar de la pica y la pala.

–Tienen suerte de que Parcer se divierte teniendo a un par de gemelas en este campamento, pero no creo que esa suerte les vaya a durar toda la vida... Y ahora regresen a sus trabajos antes de que decida mandarlas a pasar la noche en el cepo.

–Vale, no nos podemos fiar de Charlotte –le dijo Estefanía a su gemela, unas horas más tarde, mientras caminaban por el jardín de flores, y minutos antes de ser llamadas a cenar–. Vartar me lo dijo anoche, ella fue la culpable de nuestra crucifixión.

–Lo sabía... Tu antigua noviecita no se iba a quedar sin su venganza.

Estefanía pasó los siguientes minutos resumiendo la conversación sostenida con Vartar la noche anterior.

–¿Entonces crees que nos va a ayudar a escapar? –preguntó una esperanzada Valentina.

–Es posible y es lo que espero con toda mi alma, pero por ahora debemos seguir nuestro propio plan.

–Nena, ya no podemos seguir pensando en que esa traicionera nos ayude.

–Lo sé, pero Charlotte no sabe que yo estuve hablando con Parcer...

–¿Entonces qué pretendes?

–Debemos actuar como si nada hubiera pasado... Vale, yo sé que es difícil –dijo Estefanía al notar la manera cómo Valentina torcía la boca–, pero si queremos salir de aquí, tendremos que hacerlo.

–Y más exactamente, ¿eso qué significa?

–Lo nuestro debe continuar en secreto o de lo contrario Charlotte podría volver a interferir para que nos castiguen... y una segunda vez sería mucho peor.

–Pero es que estoy que me muero de las ganas de besarte y por andar en estas ni siquiera puedo cogerte la mano –protestó Valentina.

–Yo también, mi niña linda, pero tienes que entender que Charlotte es muy peligrosa...

–¿Y entonces vas a seguir aparentando que eres su novia? –las expresiones de tristeza y resignación de Valentina se hicieron evidentes.

–Tendré que hacerlo hasta que consiga la maldita sierra... Es nuestra única oportunidad si es que Vartar decide no ayudarnos. Solo te pido un poco de comprensión y paciencia, sería como un pacto entre las dos para que logremos salir de aquí...

–Está bien, pero por favor no la vayas a besar delante de mí, creo que es lo único que te puedo pedir... –Valentina bajó la mirada.

–Mi amor, sabes que todo lo hago para poder vivir feliz a tu lado pero lejos de este lugar –Estefanía pasó sus dedos suavemente por la mejilla de su gemela.

–¿Y qué más está dentro de tu plan?

–Debemos evitar a toda costa que alguna de las dos, o las dos, seamos enviadas a las minas o a las galeras... Si eso sucede, podría retrasar o estropear todos los planes, además no sabemos si una de las dos podría no regresar de alguno de esos lugares.

–¿Eso significa que aunque Pascual me arranque la piel a punta de azotes no podemos protestarle? –preguntó Valentina.

–Estuvimos a punto de ser enviadas a las galeras y creo que a la próxima no dudarán en hacerlo... Creo que es mil veces mejor aguantar un poco de abuso sin protestar, a tener que soportar un mes en esos horribles lugares.

–Entiendo... Pero solo te pido dos cosas más –Valentina miró a su hermana directo a los ojos–. Convence a la maldita Charlotte para que consiga esa sierra cuanto antes y... ¿crees que le podrías pedir a Vartar que nos encierre en la misma mazmorra una de estas noches?

–Con lo primero voy a hacer todo lo posible y con lo segundo –Estefanía le brindó a su gemela una pícara sonrisa–, creo que Vartar no tendrá mucho problema en concedernos ese deseo.


Sabía perfectamente las dificultades para cumplir con lo pactado. Amaba demasiado a su hermana para poder resistir el verla al lado de otra mujer, y mucho más ahora, cuando Estefanía finalmente parecía haberse dado cuenta de la clase de amor al cual estaban destinadas, muy diferente al usualmente practicado entre hermanas. Pero así mismo era consciente de los enormes riesgos a los cuales se expondrían en caso de salirse de lo acordado. Charlotte se estaba convirtiendo en una peligrosa enemiga, gracias a su amistad con Pascual, y bien sabía ella de no tratar de provocarla si evitar las minas o las galeras se trataba. 


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