El Rio

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¿A qué estaba jugando?, pensó Valentina. ¿Acaso el amor por su hermana no era lo suficientemente fuerte para evitar la traición? ¿Se estaba haciendo ilusiones acerca de la posibilidad de una relación amorosa entre Charlotte y la pelirroja, tratando de ahuyentar o embolatar de esa manera sus nuevos sentimientos? ¿O su atracción hacia Bárbara se trataba simplemente de una pasión meramente carnal, de un asunto limitado a lo sexual e incapaz de convertirse en algo más? La pelirroja era toda una caja de pandora y cualquier cosa podría suceder con ella. De su apariencia de niña inocente e ingenua, poco a poco se empezaba a mostrar como una muchacha conocedora de mucho, además de poseer la capacidad de demostrar sus sentimientos no solamente física pero también espiritualmente. No podría estar segura de lo que pudiera pasar en el futuro, y por el momento veía como la única salida posible a su dilema el llegar a tener la oportunidad de tener a Estefanía al lado de Bárbara y de esa manera poderlas comparar antes de tomar una decisión. Pero era consciente de las dificultades a las cuales se vería expuesta en caso de presentarse ante su hermana acompañada de una hermosa muchacha de cabellos rojos, quien seguramente no se detendría en mostrar su afecto en más de una manera. ¿Pero podía mantener la ilusión de encontrarse con su gemela para el momento en el cual llegara a Alsacia? Todo se limitaba a hipótesis, y si bien podría Estefanía haber escapado con la ayuda de un capataz, el rumbo que hubiesen podido agarrar continuaba siendo un misterio. Pero solo estaba segura de no poder arriesgarse y su única alternativa estaba en poder alejar a Bárbara de una manera sutil y al mismo tiempo evitar los avances de Charlotte.

–¿Crees que nos falte mucho para llegar a la frontera? –preguntó Charlotte antes de detener la marcha. Se encontraban en la parte alta de una colina, avanzando en medio de la oscuridad y guiadas por las estrellas, tal y como lo habían hecho la noche anterior.

–No lo sé... Lo único que sé es que es muy posible que hayamos tomado el camino largo, porque cuando me atraparon solo fueron dos días de camino desde las praderas cercanas a mi pueblo hasta el campamento de los dorianos.

–Yo creo que estamos perdidas –dijo Bárbara mientras miraba a su alrededor.

–Creo que tienes razón –adhirió Charlotte, sus manos apoyadas en su cintura.

–Las estrellas no fallan... Y si trataran de escuchar mejor, podrían oír el ruido de las aguas de un caudaloso rio –Valentina mantuvo su mirada en la oscuridad del pie de la colina.

–¿Crees que por allá abajo pase un rio? –preguntó Charlotte.

–Estoy casi segura de que se trata del rio que separa a Blondavia de la nación doriana –contestó Valentina.

–¿Cómo puedes estar tan segura si en esta oscuridad ni siquiera se alcanzan a ver los dedos de los pies? –preguntó Bárbara.

–No exageres, pequeña –Charlotte se dirigió a la pelirroja–, no solamente alcanzo a ver mis propios pies, también alcanzo a ver los tuyos.

–Solo hay un rio caudaloso entre las dos naciones, el que marca la frontera, de eso me acuerdo muy bien, y tiene que ser el que se encuentra allá abajo.

–Entonces no perdamos más tiempo. Bajemos de aquí y atravesémoslo y ya pronto no tendremos que preocuparnos de los malditos capataces –dijo Charlotte mientras empezaba a descender.

Pero los cálculos de Valentina, aunque eran ciertos y no tardaron en encontrarse frente a un caudaloso pero angosto rio, no tuvieron en cuenta un importante detalle, el cual podría dar al traste con la idea de lograr la tan anhelada libertad: ni Bárbara ni Charlotte sabían nadar.

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