Huyendo

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Las tres esbeltas muchachas, con la guía de Vartar, lograron superar el umbral de la salida principal del campamento sin ser vistas. Los dos guardianes encargados de su resguardo dormían profundamente, compartiendo con sus ronquidos los acostumbrados sonidos de la noche. Valentina abrazó al capataz, le agradeció por su enorme colaboración, lo besó en la mejilla, observó cómo rápidamente sus compañeras de fuga hacían lo propio y enseguida marchó, seguida por ellas, hacia un gran grupo de árboles, los cuales formaban la entrada al bosque de grandes y frondosos árboles adyacente al campamento.

–No paremos de correr hasta que estemos bien adentro del bosque –le dijo Charlotte a sus compañeras, quienes sin mirar atrás y sin importar la oscuridad reinante, obedecieron las palabras de la hermosa muchacha de los ojos verdes.

–¿Para dónde vamos? –preguntó Bárbara instantes después, utilizando un agitado tono de voz mientras continuaba corriendo.

–Tenemos que ir a rescatar a mi hermana –sonó la voz de Valentina en medio de su propia agitación.

No fue antes de un tiempo similar al acostumbrado para cenar para cuando las tres jóvenes esclavas se detuvieron en medio de los inmensos y frondosos árboles. Valentina, con sus manos apoyadas en las rodillas y tratando de recobrar su acostumbrado ritmo de respiración, concentró su mirada en el camino por el cual habían llegado hasta ese punto, sin poder distinguir algo fuera de lo normal. La oscuridad reinante no la dejaba ver con claridad más allá de tres o cuatro metros. Charlotte, igual de agitada a sus compañeras, se sentó en el suelo mientras Bárbara se apoyó contra el tronco de un árbol, sus manos descansando sobre su esbelta cintura.

–¿En serio piensan tratar de rescatar a Estefanía? –preguntó la joven pelirroja una vez pudo volver a respirar a un ritmo menos acelerado.

–Si no fuera por eso, creo que Valentina y yo no estaríamos escapando juntas –Charlotte se acostó sobre la superficie de tierra y hojas secas.

–¡Pero es una locura! ¿En serio creen que con los cuchillos que nos dio Vartar vamos a poder contra los capataces que la deben estar cuidando? ¡Ni siquiera sabemos en dónde está!

–Solo tenemos que regresar a la carretera que va para Hoyos de Guatambó y seguirla hasta llegar al sitio de la construcción –dijo Charlotte mientras frotaba las plantas de los pies contra la tierra.

–Si vamos por esa carretera muy seguramente nos van a encontrar –alegó Bárbara.

–Bárbara tiene razón –intervino Valentina, enderezando la espalda.

–¿Entonces cómo podemos llegar hasta allá? –preguntó Charlotte.

–Nos toca ir por los bordes de la carretera, a una distancia lo suficientemente prudente como para que no nos vean en caso de que alguien pase por ahí.

–Pero en todo caso seriamos solo tres mujeres con dos cuchillos contra cinco o seis capataces armados de espadas y quien sabe de qué cosas más... –volvió a alegar Bárbara.

–No vamos a entrar a pelear directo contra ellos –dijo Charlotte–. La idea es llegar a aquel sitio mientras todavía estén todos dormidos, eliminar al que esté de guardia, quitarle las llaves y liberar a Estefanía... Y si no tiene las llaves, para eso trajimos la sierra.

–¿Cómo sabes que solo va a haber un capataz haciendo guardia? –preguntó Valentina.

–Yo ya estuve en esa construcción alguna vez, hace como tres semanas... Se suponía que íbamos a regresar el mismo día en que partimos, pero a los imbéciles capataces les dio por pasar la noche en ese sitio, y solo dejaron a uno de ellos cuidando mientras los demás roncaban como cerdos.

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