Separadas

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Por la manera como Charlotte miraba a Estefanía, Valentina sospechó acerca de los sucesos sucedidos la noche anterior entre las dos jóvenes esclavas. Sentadas alrededor de las mesas para tomar el desayuno, la muchacha de los ojos verdes no paraba de brindarle su mejor sonrisa a Estefanía, y la expresión en su rostro dejaba ver claramente su sentimiento de profundo deseo y admiración. Sus ojos viajaban desde su plato de comida al rostro de la muchacha, a la cual consideraba su novia, sin reparar en absolutamente nada más. Su sonrisa y mirada eran correspondidas por las de Estefanía, quien parecía no querer disimular ni siquiera ante la atenta mirada de su hermana gemela. Valentina recordó el pacto hecho con su hermana pero jamás pensó en la profunda forma como su corazón se vería afectado al ser testigo de la manera como ellas se miraban. Recordaba el objetivo trazado, la necesidad de contar con Charlotte si Vartar se rehusaba a colaborar en su plan de escape, pero ver como su hermana gozaba con otra mujer parecía ser demasiado para su maltratado corazón. En realidad no sabía si tendría la fuerza suficiente para tolerarlo: ya tenía bastante con el sufrimiento físico y mental vivido día tras día durante algo más de seis años como para verse obligada a soportar también las penas de amor. Había creído renacer cuando volvió a ver a su hermana en el día de su cumpleaños. Aquel acontecimiento le había dado el aliento necesario para creer en un mejor mañana, en un mundo en donde todavía se podía pensar en la felicidad, y aunque aún veía posible el llegar a ser feliz al lado de Estefanía, ahora era consciente del campo de sufrimientos por el cual se vería obligada a caminar.

–Necesitamos más esclavas en la construcción de la carretera que va a Hoyos de Guatambó –dijo Parcer interrumpiendo el desayuno de las muchachas–. Todas las que están sentadas a este lado de esta mesa deben ir con Armos a trabajar allá –el capataz señaló el costado de la larga mesa en dónde se encontraban sentadas Estefanía y nueve esclavas más.

Valentina fijó sus ojos en el rostro de su hermana, quien a su vez le devolvió la mirada mostrando una mueca de desagrado en su rostro. El trabajo en la construcción de caminos y carreteras podría ser igual de pesado al de la construcción de las murallas, pero el recorrido hasta el lugar en el cual debían laborar solía hacerse tortuoso gracias a las cadenas sujetas al cuello de cada esclava, las cuales se encargaban de sujetarlas entre ellas y mantenerlas a menos de un metro de distancia entre una y otra. Por otro lado, a algunas muchachas les gustaba aquella labor gracias a la oportunidad de salir del campamento y tener la oportunidad de entretener la vista admirando el paisaje de praderas y montañas.

Poco después del desayuno, no tardaron más de diez minutos, Armos y dos capataces más, en encadenar una esclava a la otra antes de dejar el campamento. Valentina, desde su puesto de trabajo, en la construcción de la muralla, fijó su mirada en el amor de su vida mientras esta, caminando en medio del grupo de esclavas, atravesaba la entrada principal del campamento para después perderse detrás de la muralla. Se veía obligada, como casi todo en su vida actual, a esperar hasta el final del día para volverla a ver, pero al menos Charlotte tampoco se podría dar el gusto de verla. Prefería eso a tener que aguantar las miradas y las sonrisas entre las dos muchachas durante el receso del almuerzo.

–Creo que ahora no tienes a nadie que te defienda –dijo Pascual acercándose a ella, mostrando su cruel sonrisa mientras golpeaba suavemente el extremo de su fusta contra la palma de su mano.

Valentina, recordando la conversación con su hermana, prefirió no responder a las palabras del aquel hombre. Se limitó a mirarlo por un segundo antes de volver a clavar la pica en la piedra en la cual venía trabajando.

–Más te vale cumplir con tu cuota de trabajo si no quieres que mañana te envíe a las minas –dijo Parcer mientras se alejaba de la hermosa esclava.

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