Oscuro bosque

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A Valentina la recibió una sorpresa en su camino de regreso hacia el punto en el cual había cruzado el rio. Le llamó la atención un objeto en la grama. Se agachó para mirarlo de cerca y se encontró con un taparrabos exactamente igual al suyo. Sin duda, se trataba del perteneciente a Bárbara. ¿Pero por qué no lo había visto antes? Miró en todas las direcciones pero no vio nada por fuera de lo común. Pero era inminente darse cuenta de algo: su compañera había sido víctima de alguien, aunque seguramente no sería un animal o de lo contrario el taparrabos tendría señales de destrucción o manchas de sangre. Era más lógico pensar en el atacante como una persona, lo cual representaba un peligro inminente para su supervivencia. ¿Debería echarse al rio y escapar o debería ponerse en riesgo al tratar de averiguar lo sucedido con la pelirroja y tratar de rescatarla? Si hasta hace unos instantes había cabido la posibilidad de pensar en que su amiga se habría podido esconder en el bosque o se habría quedado dormida en algún lugar ya no era ese el caso. Soltó el taparrabos y concentró su mirada en el bosque; sería el único lugar en donde podría estar a menos que el supuesto atacante la hubiera echado al rio. Se acercó hasta la orilla, alcanzó a meter los pies en el agua y forzó los ojos tratando de hallarla. Sin embargo, instantes después se hizo consciente de la inutilidad de sus acciones: si Bárbara había sido echada al rio, la fuerte corriente habría dado cuenta de ella en pocos segundos. Regresó a la orilla, presa de los nervios pero pensando en cómo, de haber sido ella la víctima, no le gustaría ser abandonada de por sus compañeras. Sabiendo cómo arriesgaba su vida o por lo menos su libertad, decidió armarse de valor, internarse en el bosque y hacer lo máximo posible por encontrarla. Recorrió varios metros mirando a su alrededor y rogando por no llegar a caer en manos de quien podría tener a la pelirroja. La oscuridad reinante no ayudaba como tampoco sus nervios, pero si no lograba resultado alguno al menos tendría su conciencia tranquila. Continuó avanzando lentamente consciente de cuan inútil podría ser su esfuerzo. Había atravesado el mismo bosque, al lado de sus compañeras, al bajar de la montaña y recordaba haber caminado durante un buen tiempo antes de encontrar el rio. Se trataba de un área bastante extensa y sería imposible recorrerla en lo que quedaba de la noche, además, Charlotte se podría preocupar y retomar camino por su cuenta, aunque bien recordaba los temores de la esclava de los ojos verdes a ser abandonada en una nación en la cual no conocía nada ni a nadie.

Continuó dando pasos, mirando hacia los lados, recorriendo terrenos desconocidos mientras empezaba a entender su obligación acerca de regresar. Le había tomado cariño a Bárbara, podría llegar a ser una excelente pareja en caso de no volver a ver nunca más a Estefanía, así como podría llegar a enamorarse de ella, pero ya había hecho todo lo que estaba a su alcance y en realidad no sabía cómo más podría ayudarla. Cabía la posibilidad de atravesar el rio y hablar con Charlotte hasta convencerla a regresar y sumarla a la búsqueda, pero estaba segura que de hacerlo, se perdería demasiado tiempo y cualquier probabilidad de encontrar a la pelirroja se esfumaría. Sin embargo sus pensamientos fueron interrumpidos por un leve ruido proveniente de su derecha. Se detuvo y trató de contener la respiración mientras se concentraba en descubrir su origen. No tardó en volver a escucharlo pero a pesar de forzar la mirada le estaba quedando imposible descubrir de dónde provenía. Se trataba de algo similar a un leve quejido. Caminó un poco más, menos de cuatro pequeños pasos, para el momento en el cual lo volvió a escuchar. Ahora era mucho más claro, pero la oscuridad no le estaba permitiendo descifrar con exactitud de qué lugar provenía; si al menos se hubiese encontrado por fuera del bosque habría tenido algo más de luz, pero en este sitio la abundancia de árboles no ayudaba. Volvió a quedarse quieta a la espera de volverlo a escuchar y para su fortuna no pasaron más de diez segundos antes de que por tercera vez llegara a sus oídos. Ahora estaba segura de que este provenía de un lugar bastante cercano, probablemente no más de unos cinco o seis metros en dirección recta. Caminó lentamente, tratando de no producir sonido alguno, sus ojos activamente yendo de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo en búsqueda de cualquier señal reveladora. Y sin haber caminado más de tres pasos fue cuando descubrió su origen. La escena no era bonita, aunque para alguien como ella, quien no solamente había sido testigo sino también víctima de los castigos de la cruz, de los azotes y de los encierros, podría ser algo cercano a lo normal: a menos de dos metros se encontraba Bárbara, completamente desnuda y suspendida en el aire por las muñecas, las cuales estaban atadas por una soga a la rama de un árbol, mientras que de sus tobillos colgaban un par de piedras del tamaño cada una de un coco, estas muy seguramente para colocar mayor lastre a sus brazos, los cuales eran los destinados a soportar todo el peso de su cuerpo. Se encontraba amordazada con un pedazo de tela, lo cual le evitaba hablar o gritar y en sus ojos se podía leer una expresión de pavor.

Valentina hubiese querido bajarla inmediatamente, pero la altura a la que se encontraba lo hacía imposible. Sin embargo logró desatar de sus tobillos las dos piedras, aliviando en algo el dolor de la joven pelirroja. Era obvio que quien había hecho esto estaba decidido a provocarle el máximo sufrimiento. En seguida se empinó y estirando sus brazos logró quitarle la mordaza.

-Vale, ten cuidado –dijo Bárbara entre sollozos y con la respiración entrecortada- en cualquier momento podría regresar.

-¿Quién te hizo esto? –preguntó Valentina mientras trataba de descifrar la manera de llegar a la altura de la rama de la cual estaba suspendida su compañera.

-Es un viejo... un hombre de cabellos largos y blancos, con espesa barba...

Pero las palabras de Bárbara fueron abruptamente interrumpidas por la presencia del hombre mencionado. Aunque en realidad parecía entrado en años, era bastante alto y corpulento y en su rostro se podía leer odio y perversión. A Valentina le quedó imposible no gritar mientras era sujetada por los fuertes brazos de aquel hombre, totalmente vestido de negro. Con la habilidad y las fuerzas propias de un joven, la tumbó sobre el suelo, le propinó un par de bofetadas, las cuales acabaron con su poca resistencia, y en pocos segundos la amarró de tobillos y muñecas antes de proceder a despojarla de su taparrabos. No importaron los gritos de la gemela ni tampoco las súplicas de Bárbara. Con sorprendente habilidad, como si de una tarea varia veces realizada se tratara, el hombre lanzó una cuerda por encima de la misma rama de la cual colgaba la pelirroja, la ató a las muñecas de Valentina, tiró de su lado contrario e la izó hasta quedar sus pies a poco menos de un metro de distancia del suelo. Los gritos de dolor no se hicieron esperar mientras el hombre amarraba la cuerda al tronco del árbol.

-¿Por qué haces esto? –gritó Valentina en medio del dolor de brazos y muñecas, los cuales soportaban todo el peso de su cuerpo. Pero el hombre se limitó a bridarle una oscura sonrisa, buscó las piedras que habían estado colgando de los tobillos de Bárbara, las ató a una cuerda y esta a su vez la ató a los tobillos de Valentina.

-¡No, por favor, es demasiado! –gritó Valentina en medio del dolor-, las lágrimas ahora bañando sus mejillas. Sin embargo las súplicas y ruegos no fueron atendidos por el siniestro personaje, quien no tardó en encontrar un par de piedras más y en pocos segundos las ató mediante otro pedazo de cuerda a los tobillos de la pelirroja, quien no tardó en emitir un grito de dolor.

-¡Suéltanos, no te hemos hecho nada! –las palabras de Bárbara se podían escuchar varios metros a la redonda.

-Si no se callan, voy a tener que taparles esas bocas –la voz del hombre era dura y áspera y por el tono utilizado no quedaba duda alguna acerca de sus advertencias.

-Por favor, señor –dijo Valentina en medio de sollozos, aunque esta vez era casi un susurro-, no nos haga esto...

-Si vuelves a abrir la boca te vas a arrepentir... -el hombre clavo la mirada en los ojos de su prisionera.

Valentina no lo podía creer: había alcanzado a poner sus pies sobre territorio de Blondavia; había estado bastante cerca a su hogar, a volver a ser totalmente libre sin tener que pensar en cadenas, ataduras o crueles castigos, a estar al lado de su familia, pero había decidido arriesgarse por Bárbara y ahora estaba en manos de un sádico doriano, quien seguramente la torturaría hasta el cansancio antes de entregarla a los capataces. No soportaría regresar a aquella vida de esclavitud, preferiría morir antes, de eso estaba totalmente segura. 

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