Bárbara

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Atravesando los bosques, logrando la cima de las montañas y mojándose las piernas en el cruce de los riachuelos, Valentina no podía sacar de su mente la manera como había hecho el amor con Bárbara. Después de los primeros apasionados besos y caricias, en medio de las aguas del rio, la tendió en la rivera y ante la mirada curiosa de Charlotte, no tuvo inconveniente en recorrer el cuerpo de la joven pelirroja con el sensual toque de sus labios y de su lengua, tan solo deteniéndose por breves instantes en la perfección de sus rosados pezones para luego continuar entreteniéndose con la belleza de su ombligo y finalmente bajar hasta aquel punto entre sus piernas donde logró obsequiarle la máxima satisfacción. Pero la sorpresa vino minutos después, cuando Bárbara, presa de una inmensa pasión, le pagó con creces lo que acababa de recibir. Valentina tuvo la sensación de estar tratando con una mujer de amplia experiencia en el terreno sexual y no con la tímida y a veces insegura pelirroja. Ningún orgasmo había sido tan fuerte y placentero como el experimentado en aquella rivera, el cual creaba diferencia con lo anteriormente vivido al lado de su hermana gemela.

La manera como Bárbara había utilizado sus manos y su lengua para llevarla a vivir y experimentar lo nunca antes sentido, entregándole así mismo dulces y apasionados besos, no solamente en las zonas más erógenas como sus pezones, su cuello, sus orejas y sus labios, sino también en lugares de su cuerpo como las plantas y los dedos de sus pies, de los cuales jamás imaginó obtener ninguna clase de placer, la llevaron a la conclusión de estar haciendo el amor con una muchacha totalmente inspirada por un enorme sentimiento el cual solo podría traducirse como la señal de un inmenso amor. Pero no sería raro encontrar, de un momento a otro, aquella clase de sentimiento en alguien como Bárbara, quien a través de sus supuestos dieciocho años, no había conocido algo diferente a la violencia y el maltrato. Valentina, muy seguramente, era de las pocas personas que la había tratado bien y tal vez la única en demostrar una genuina preocupación por su bienestar, además de estarla conduciendo hacia su nueva vida, alejada del odio y el sufrimiento.

–Niñas, ¿por qué no se sueltan las manos a ver si podemos avanzar un poco más rápido? –Charlotte, su mirada puesta en el camino y en la estrella encargada de guiarlas, se había encargado, algo más temprano, en subirse a un árbol y bajar algunas manzanas rojas de buen tamaño, las cuales les habían ayudado a calmar el hambre.

–No creo que eso haga mayor diferencia –protestó Bárbara, quien desde el momento en el cual habían dejado la rivera del rio, no había querido separarse de Valentina por un solo instante. Incluso había aprovechado el momento cuando Charlotte subió al árbol de manzanas para pasar sus manos por los senos de su amor y darle un apasionado beso.

–Bárbara tiene razón, además estamos caminando más rápido de lo que lo hicimos anoche –Valentina no quería parar de darle la razón a la joven pelirroja. A pesar de haber perdonado a Charlotte, de deberle su vida y de admirarla por la manera como estaba liderando el grupo, no dejaba de sentir algo de celos y temor al pensar en lo que podría suceder cuando lograran reunirse con Estefanía. En cambio en Bárbara veía a alguien con quien podría sentirse tranquila, pero con quien se vería obligada a idear alguna manera para sacarla del camino, si aquellas enormes demostraciones de amor y pasión lograban sobrevivir para el día en el cual ella se reencontrara con su hermana gemela.

–Es porque ya no estamos cargando nada, pero creo que podríamos aprovechar eso para ganar más terreno en menos tiempo –alegó Charlotte.

–Lo que pasa es que estás celosa –le reprochó Bárbara.

Charlotte detuvo el paso y volteó a mirar a sus acompañantes antes de decir:

–No voy a negar que sentí envidia al ver como ustedes se revolcaban en la rivera del rio, pero creo que cuando nos volvamos a encontrar con Estefanía... voy a gozar mucho más de lo que ustedes dos lo han hecho.

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