Atraída por su hermana

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Valentina agradeció lo hecho por Juliana. La atractiva rubia acababa de pasar un buen rato embelleciendo a su compañera. Era la sesión semanal, la cual siempre se cumplía los sábados al final de la jornada de trabajo, en la cual las esclavas estaban obligadas a dedicarse al cuidado de sus cuerpos, sus rostros y su cabello y el único momento en el cual podían disfrutar de no llevar cadenas sujetas a sus extremidades. A la linda gemela le agradaba sentirse atendida mientras se relajaba sintiendo como su compañera se encargaba de masajear e hidratar todos los rincones de su piel usando las pócimas preparadas por los sacerdotes, así como lavaba y peinaba su cabello, le pintaba las uñas de pies y manos y se deshacía de aquellos rebeldes vellos. Lo único no apreciado por ella era el tratamiento recibido por sus lindos pies. Acostumbrada a caminar descalza desde pequeña, sus plantas, endurecidas a través de los años, se veían obligadas a pasar por un tratamiento de embellecimiento el cual disminuía su nivel de callosidad, volviendo más complicado soportar las altas temperaturas o las duras superficies, siendo los dos días posteriores al tratamiento los más difíciles de soportar.

–Bueno, creo que ya quedaste como la más linde de todas –dijo Juliana, observando el cuerpo desnudo de Valentina.

Instantes después fue Valentina la encargada de aplicar los tratamientos de belleza a su compañera, trabajando esmeradamente y tratando de poner su mente en pensamientos diferentes a los experimentados en los dos últimos días después de haber salido de su encierro en el pequeño armario. Había salido de allí para encontrar a su hermana gemela manteniendo un amorío con la bella Charlotte, lo cual la había tomado por sorpresa, a pesar de haber sido testigo de las miradas y sonrisas mutuamente lanzadas por el par de muchachas unos pocos días antes. Le pareció natural ver a su hermana atraída por una persona tan bella como Charlotte, pero fue el momento en el cual pudo confirmar la manera como los celos la invadían. Ahora estaba segura de no querer ver a Estefanía con alguien más y mucho menos con una mujer tan supremamente atractiva como la muchacha de los ojos verdes. No podía entender la atracción, ni el sentimiento, generados en su corazón por su preciosa hermana. Quería a Estefanía solo para ella, al lado de ella hasta el último día de su vida, ¿pero podría abrazarla y darle un beso en los labios tal y como su hermana lo hacía con Charlotte? Algo muy difícil de responder, aún más si recordaba aquel sentimiento como algo salido de lo normal. A pesar de la cercanía con su gemela durante los años anteriores a su captura y posterior condena a la esclavitud, recordó no haber sentido nunca antes esa clase de atracción hacia Estefanía. Simplemente la veía como la hermana al lado de la cual había nacido, crecido, disfrutado y aprendido de la vida. Lograba ver las diferencias entre su cercanía con Estefanía y la de ellas con su hermano menor, o la existente entre otras parejas de hermanos del pueblo, siendo estas mucho más apartadas. Pero jamás pensó en llegar a sentir aquellos celos. Moriría si llegase a ver a su gemela expresando mayor interés por otra persona. Comprendía sus necesidades físicas, exactamente las mismas sentidas por ella, pero así mismo entendía lo físico como algo menos importante, si se llegaba a comparar con el verdadero afecto, con el verdadero amor. Sentía por su hermana gemela un inmenso amor, el cual podría llegar a ser complementado, en caso de ser necesario, por la atención en las necesidades físicas; pero jamás podría soportar el ver las necesidades físicas y espirituales de Estefanía totalmente satisfechas por otra persona. Sería la gota encargada de rebosar la copa; no podría seguir viviendo de esa manera, preferiría morir antes de verse alejada de la única persona por la cual sentía algo muy poderoso, la cual se había convertido en su única razón de vida desde su traslado al campamento de muchachas mayores de edad.

–¿Qué estás pensando? –preguntó Juliana mientras disfrutaba con la manera como Valentina aplicaba una pócima hidratante sobre sus muslos–, parece que estuvieras en el otro lado del mundo.

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