En la cabaña

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La cordialidad y simpatía de Rubena parecían sacadas de otro mundo. A la simpática y amable forma de comportarse con sus tres huéspedes solo le ganaba su inmensa sonrisa. La breve visita de Artemio, el guardia de la frontera, no parecía haber afectado su manera de comportarse; por el contrario, cada vez parecía encontrarse más a gusto con la compañía de las tres muchachas. Después del desayuno les recomendó descansar y dormir un rato, advirtiéndoles evitar salir y poder llegar a encontrarse con alguno de los guardias. Les acomodó almohadas y cojines en la mitad de la acogedora sala, las hizo acostar y las cubrió con algunas frazadas. Gracias a su agotamiento, las tres muchachas no tardaron en quedar dormidas y no fue antes de las últimas horas de la tarde cuando, una a una, empezaron a abrir los ojos. La simpática anfitriona no tardó en servirles comida y bebida y minutos después las cuatro muchachas se encontraron conversando alrededor de la mesa.

–Rubena, no sé cómo te vamos a poder pagar todo esto –dijo Valentina mientras su mirada recorría los platos servidos.

–No se preocupen –dijo la rubia, quien había cambiado su vestido blanco por uno azul–, ya les dije que mi esposo dejó demasiada comida, si no la consumen ustedes podría terminar dañándose.

–Nunca nadie nos había tratado así de bien –dijo Charlotte, su mano sosteniendo una presa de pollo.

–Lo puedo imaginar –fue el comentario de Rubena acompañado de una leve sonrisa.

–No metas a Valentina en eso –Bárbara se dirigió a Charlotte–, estoy segura de que antes de ser una esclava tuvo una buena vida.

–Era buena, pero creo que no me consentían tanto como Rubena lo está haciendo ahora –dijo Valentina.

–Me alegra que se sientan bien aquí y que hayan podido descansar –dijo la anfitriona.

–Rubena –dijo Charlotte–, yo sé que es mucho pedir, ¿pero hay alguna forma de poder vestir algo cuando retomemos nuestro camino hacia Alsacia?

–Ya había pensado en eso y creo que puedo regalarle a cada una alguno de mis vestidos más viejos, ya no me lucen mucho pero creo que serían perfectos para su regreso; lo que no tengo son zapatos, ya ven que ando descalza por toda la casa y solo tengo dos pares: uno para cuando debo caminar rutas largas y otro más nuevo para las ocasiones especiales.

–Por eso no te preocupes, Charlotte y yo nunca en la vida hemos usado zapatos, creo que ahora sería más una molestia que una ayuda –dijo Bárbara.

–Yo tampoco tengo problema, creo que después de seis años me he acostumbrado a andar descalza, pero fuera de eso, sé que algún día tendremos que pagarte por toda tu ayuda –dijo Valentina, con una linda sonrisa en su rostro.

–Aunque no lo crean –dijo Rubena–, hay una forma en la que me pueden pagar antes de partir mañana... –la anfitriona mostró una expresión de timidez.

–Di lo que sea, no podríamos negarnos después de lo bien que nos has tratado –fueron las palabras de Charlotte.

–Se los diré después del baño –Rubena volvió a sonreír y miró hacia afuera antes de decir–: el sol ya está bajando, los guardias de frontera ya deben estar lejos y ya no serán una molestia, entonces creo que podríamos salir al lado del pozo y disfrutar del agua antes de que oscurezca.

–¡Excelente idea! –exclamó Valentina.

No tardaron en encontrarse las cuatro muchachas al lado del pozo. Para Valentina fue una sorpresa la manera despreocupada cómo Rubena se deshizo de su vestido antes de quedar completamente desnuda. Habría pensado en ver en la joven rubia algo de pudor, teniendo en cuenta su presencia ante tres muchachas lesbianas dispuestas a admirar la belleza de su bien formado cuerpo de manera diferente a como lo harían las heterosexuales. Pero Rubena se comportaba con la tranquilidad y espontaneidad acostumbradas. Gracias a esto, el baño se convirtió en un juego de risas, pequeños gritos, una graciosa guerra de agua, desperdicio del líquido y mucha camaradería. Pero durante los minutos de sana diversión, a Valentina no escapó la manera como Bárbara miraba el cuerpo de Rubena: parecía haberse olvidado de la naciente relación vivida durante el escape y ahora ponía toda su atención y deseos en la atractiva anfitriona. Era una lástima estar tratando con una muchacha heterosexual, además de casada, o de lo contrario se habría presentado la posibilidad de dejar a Bárbara en manos de Rubena y solo se vería obligada a preocuparse por Charlotte.

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