La Cueva

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–¿Podemos descansar un poquito? –preguntó una extenuada Bárbara.

Las tres muchachas no habían parado de caminar durante toda la noche, pero ya no lo hacían entres los arbustos, ahora avanzaban por entre un bosque de frondosos árboles, haciéndose difícil por momentos el observar la brillante estrella encargada de guiarlas.

–Si no aprovechamos mientras esa estrella esté en lo alto, estamos fregadas. Apenas amanezca no tendremos nada que nos guie –contestó Charlotte, quien seguía marchando al frente del grupo.

–Entiendo –dijo Bárbara mostrando su rostro de resignación–, pero al menos quiero quitarme esta ropa, me está haciendo mucho calor –para una esclava acostumbrada a jamás haber llevado más que un taparrabos encima, y de haber soportado las frescas temperaturas de la temporada de lluvias con su cuerpo semidesnudo, podría ser bastante difícil acostumbrarse al calor generado por cualquier clase de ropa.

–Paremos un segundo mientras se deshace de eso –le dijo Valentina a Charlotte.

No tardó la joven pelirroja en regresar la camisa y el pantalón a una de las bolsas y en vestir nuevamente su taparrabos. Valentina tomó un sorbo de agua de la cantimplora mientras esperaba y luego se la pasó a la muchacha de los ojos verdes, quien a su vez tomó un par de sorbos y esperó unos segundos para brindársela a Bárbara.

–En serio que no sé qué vamos a hacer cuando amanezca –dijo Charlotte mirando hacia el cielo–, no vamos a tener nada para guiarnos.

–Creo que lo mejor sería tratar de descansar un buen rato y retomar la marcha cuando haya oscurecido nuevamente –opinó Valentina, su mirada concentrada en la llamativa figura de Bárbara, de la cual se había olvidado gracias a haberla tenido cubierta durante las últimas leguas de camino.

–Me parece una excelente idea, porque les juro que yo ya no doy más –Bárbara trató de mostrar una leve sonrisa.

–No sé a qué horas resultamos trayendo a esta niña... –el tono de Charlotte no era para nada amistoso.

–Ya deja de molestarla, Charlotte, entiende que no todas tenemos la fuerza que tú tienes –Valentina le clavó la mirada a la muchacha de los ojos verdes.

–Si no fuera por mí, ya habrías regresado a la esclavitud...

–Lo sé perfectamente, y te agradezco mucho por eso, pero por favor, entiende que Bárbara es menor que nosotras...

–Bueno, ya dejemos de alegar –la interrumpió Charlotte–. Más bien aprovechemos el poco tiempo que nos queda para seguir avanzando.

Con las primeras luces del alba, y mientras continuaban avanzando, las tres muchachas se dieron a la tarea de buscar un sitio lo suficientemente seguro para pasar el día sin llegar a ser descubiertas. Sin embargo el sol ya se empezaba a mostrar sobre el horizonte sin que ninguna de ellas hubiese encontrado un lugar apropiado.

–A este paso nos van a descubrir –se quejó Charlotte.

–¿No sería mejor si nos vistiéramos? De pronto podríamos pasar desapercibidas –sugirió Valentina.

–Vestida o desnuda, lo único que sé es que necesito descansar –Bárbara, según la opinión de Valentina, empezaba a lucir agotada.

–¡Miren! Ahí hay algo –Charlotte señalo hacia unas rocas parcialmente escondidas detrás de unos frondosos árboles en donde algunas partes oscuras daban la impresión de tratarse de la entrada a una cueva.

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