Zurqui

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–Entonces dices que eras una esclava de los dorianos y que este muchacho se enfrentó a todos los peligros para liberarte... –Zurqui era un hombre de buena estatura, cuerpo musculoso, de cabello corto negro, de rostro afeitado y ojos oscuros. Se podría decir que se trataba de un hombre atractivo.

–Así es... señor, todo lo que le acabo de contar no es nada más que la verdad –Estefanía, quien durante el primer día como prisionera de los guardias de frontera había llegado a sentir cierto placer, gracias al dolor experimentado por sus brazos atados sobre su cabeza y el de sus piernas inmovilizadas por las cuerdas encargadas de sujetárselas al anillo clavado en el piso, había pasado, después de dos días, a experimentar un fuerte dolor en todo su cuerpo, el cual sumado a la escasa comida y bebida proporcionada por aquellos hombres, estaban convirtiendo su experiencia en un verdadero infierno. Kater, sometido a las mismas condiciones, se había desmayado un par de veces e incluso había llegado a pronunciar algunas delirantes frases durante la noche.

–Bueno, en realidad no sé por qué este par de bufones los sometieron a esto –dijo Zurqui mientras dirigía su mirada a Hasper y Artemio, parados a la entrada de la cabaña–, es más que evidente que eres una muchacha víctima de la crueldad de los malditos dorianos y tu amigo un joven con mucho valor.

–Por favor suélteme, ya no puedo más –rogó Estefanía mostrando un par de gruesas lágrimas rodando por sus mejillas.

–¿Qué carajos están esperando para soltarlos? –le gritó Zurqui a los dos guardias, quienes sin esperar una segunda orden, se apresuraron a sacar sus cuchillos y a cortar los amarres de los dos prisioneros.

Valentina sintió aquel cosquilleo, traducido en molestia, al ponerse de pie y sentir como la sangre volvía a fluir libremente por sus extremidades. Sin embargo no pasó desapercibida la forma como los ojos de Zurqui recorrían su cuerpo y se posaban en sus senos. A parte de Kater, nunca había visto a un hombre fijarse en ella de esa manera. Si estaba despertando atracción física en el jefe de aquel puesto de frontera, no dudaría en acostarse con él con tal de verse libre y alejada de los crueles hombres de la nación doriana. Si ya lo había probado con un hombre, hacerlo con otro no tendría complicación alguna, aunque era consciente de la manera como el verdadero placer solo le llegaba cuando lo hacía con una mujer, se llamara Valentina o Charlotte.

–¿Si los han alimentado lo suficiente? –preguntó Zurqui cuando estuvieron todos en el exterior de la cabaña.

–Muy poco, solo un par de sorbos de agua y tres pequeños pedazos de pan –respondió Kater mientras se frotaba sus enrojecidas muñecas.

Minutos más tarde se encontraron sentados a la mesa dispuesta en el exterior de la cabaña principal. Estefanía llevaba más de seis años sin probar la clase de comida servida por los guardias de frontera. Además de la carne de cerdo, había de res, de pollo y de conejo, granos de diferentes colores y sabores, vegetales en abundancia, pan dulce y salado además de jarras con agua, vino y jugo de manzana. Era muy diferente a la acostumbrada carne de chivo y al arroz sin sal al cual la habían acostumbrado en el campamento de esclavas. De alguna manera, esta comida era similar a la que había consumido durante sus primeros doce años de vida al lado de su familia.

–Veo que estaban hambrientos –comentó Zurqui, sentado frente a ellos mientras sus subalternos se encargaban de servir las comidas y bebidas.

–No comía algo así desde que tenía doce años –dijo Estefanía.

–Me lo puedo imaginar... Pero cuéntame cómo es la vida de una esclava en aquella nación de salvajes.

–Es lo peor que le puede pasar a alguien... –Estefanía dejó de comer y miró a Zurqui directo a los ojos–. Vives con cadenas sujetadas a las muñecas y a los tobillos todo el tiempo. Te azotan continuamente mientras trabajas... No tienes derecho a vestir ropa, solo este taparrabo... Duermes sobre pajas, encerrada en una mazmorra tan solo iluminada por una pequeña antorcha y con el tobillo encadenado a la pared. Solo puedes hablar con el resto de esclavas al atardecer, antes de la comida. Si cometes cualquier pequeña falta, te amarran a un poste y te azotan o te crucifican por un largo rato...

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