Prisioneros

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Nuevamente sujeta a la voluntad de otros, sus extremidades atadas, lejos de ser libres de movimiento, pero esta vez como víctima de las decisiones de la gente de su propia nación, al lado de un hombre y no de las cientos de mujeres con quienes se había acostumbrado a compartir su encadenamiento. Sentada sobre la superficie de tierra de una pequeña cabaña, con su espalda recostada contra un poste de madera, el mismo al cual Artemio le había atado sus manos, por encima de su cabeza, haciendo su posición más insufrible y exponiendo la desnudez de su pecho de manera más contundente. Sus piernas, atadas en los tobillos, limitadas de movimiento al estar sujetas mediante una soga a un anillo de metal cuya base parecía estar enterrada en el suelo. Quien le había hecho el amor unas horas antes permanecía en la misma posición frente a ella a menos de tres metros de distancia.

–Nunca imaginé que esto nos iba a suceder –Estefanía comenzaba a sentir el entumecimiento de sus brazos y piernas. El atardecer no estaba lejos, lo cual indicaba su permanencia en aquel sitio desde las tempranas horas de la mañana, sin recibir un bocado de alimento ni un sorbo de agua.

–Ya lo has dicho como cinco veces hoy –dijo Kater, quien permanecía cabizbajo.

–Ya lo sé... ¿Y es que no piensan darnos algo de comer y de beber? –Estefanía movió su cabeza con desespero.

–También has dicho eso como cuatro veces.

–Tengo mucha sed...

–Trata de pensar en otras cosas, no sacas nada torturándote así...

–¿Pero por qué tienen que ser tan crueles? Está bien que lo fueran si en verdad fuéramos espía, pero...

–Son la clase de hombres que nunca han tenido nada, ni educación ni fortuna, pero que de un momento a otro alguien les otorga algo de poder.

–Es que se tiene que ser muy bruto para pensar que nosotros somos espías. Creo que no conocí a ninguna esclava que estuviera dispuesta a hacer esa clase de cosas en favor de los dorianos.

–No sacamos nada lamentándonos, tenemos que buscar la manera de escapar de aquí antes de la llegada del tal Zurqui... no quiero ni pensar que ese hombre sea igual a estos dos...

A pesar de estar hablando de manera sensata, a Kater parecía quedarle bastante difícil apartar su mirada de los atractivos senos desnudos de Estefanía. Para la joven rescatada, era una sensación a la cual se vería obligada a acostumbrarse: de niña nadie la había mirado de esa manera y cuando su cuerpo empezó a desarrollarse, épocas en las cuales ya las cadenas hacían parte de su vida, ninguno de los hombres homosexuales de la nación doriana lo había hecho y solo las miradas de Charlotte y de su querida hermana gemela podrían comparársele. Sabía lo difícil que sería acostumbrarse a cubrirlos, al igual que el resto de su cuerpo; pero así mismo era consciente de la necesidad de hacerlo si deseaba volver a tener una vida normal al lado de su familia. Pero si amaba a Valentina, ¿estarían sus padres y la gente de Alsacia dispuesta a aceptar esa relación? En realidad no lo creía. Fue cuando vino a su mente la posibilidad de buscar un sitio diferente a su pueblo para vivir al lado de su hermana. Kater podría ser muy atractivo, amable y simpático, además de haber arriesgado su vida por ella, pero ahora se daba cuenta de cómo sería perfectamente imposible sacrificar el amor y el deseo hacia su hermana solo por estar al lado de un hombre. Había tenido la experiencia de hacer el amor con alguien del sexo opuesto, pero a pesar de haberlo gozado, sabía perfectamente cómo aquella sensación no podría compararse con lo que había sentido en aquella noche de pasión y entrega al lado de Valentina. Charlotte podría ser la única capaz de hacerla sentir algo similar, y sería una buena opción en caso de llegar a fracasar la relación con su hermana, pero definitivamente la opción de llegar a tener a un hombre a su lado por el resto de su vida estaba totalmente descartada.

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