El oso

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Valentina y Charlotte despertaron tras escuchar los gritos de Bárbara, quien mostrando una expresión de pavor en su hermoso rostro, no espero a que sus compañeras se levantaran para salir corriendo hacia el exterior de la cueva. Valentina volteó a mirar hacia el lugar donde segundos antes la pelirroja había tenido puestos sus ojos para percatarse de la presencia de un oso negro con manchas blancas en su rostro. El animal caminaba lentamente desde el fondo de la cueva, aquella parte no explorada por ellas durante las horas del amanecer debido a la falta de una antorcha, y no parecía demasiado preocupado por la presencia de seres extraños en su guarida. Las dos muchachas no demoraron en seguir los pasos de Bárbara, e instantes después las tres se encontraron ocultando sus cuerpos semidesnudos detrás del grueso tronco de un frondoso árbol a escasos veinte pasos de la entrada de la cueva. Pero no tardó el oso en mostrarse en el exterior llevando entre sus dientes una de las dos bolsas entregadas por Vartar. Caminó parsimoniosamente en círculos, soltó la bolsa y se acostó a su lado. Miró hacia las copas de los árboles, se distrajo por un breve instante observando los movimientos de un pequeño mico, se olvidó de este y decidió pasar los siguientes minutos sentado frente a la entrada de su guarida devorando la comida que habría de ser consumida por las muchachas durante su recorrido.

–Bueno, ahí va nuestra comida... –susurró Charlotte antes de arrugar los labios.

–Pero se está devolviendo a la cueva –fue el susurro de Bárbara.

El oso, aparentemente sin haber satisfecho sus necesidades alimentarias, se levantó, caminó hacia el interior de la cueva e instantes después regresó llevando la otra bolsa, la cual contenía la ropa obsequiada por el gentil capataz. Como si se tratara de un cachorro juguetón, el animal no paró de entretenerse mientras hacía añicos las prendas y la bolsa.

–Hasta aquí llegó la ropa... –susurró Valentina.

–¿Qué importa...? Nunca hemos llevado nada encima como para veniros ahora a preocupar por eso –fueron las palabras de Bárbara.

–Créeme que cuando lleguemos a las calles de mi pueblo las vamos a necesitar –alegó Valentina.

–Lo que menos me importa es que me vean desnuda, no conozco nada más y tampoco me llama la atención llevar nada puesto –fue el turno de Charlotte de alegar–, lo importante es recuperar las armas.

–Imposible antes de que ese oso no regrese al fondo de la cueva –dijo Valentina mientras observaba la manera como el oso continuaba entretenido en la destrucción de una camisa.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, señal encargada de indicarles la necesidad de empezar a prepararse para ponerse en marcha.

–Pero no podemos irnos de aquí sin las armas –el tono de Bárbara, a pesar de haber susurrado, era firme y seguro.

–¿Y vas a ser tú la que se arriesgue a ir a buscarlas? –el sarcasmo en el tono utilizado por Charlotte era evidente.

–No le hables así a mi nenita –interrumpió Valentina, pasando su brazo por la cintura de Bárbara–, ella tiene razón en lo que dice, pero no significa que tenga que arriesgarse...

Valentina tenía la consigna de demostrarle a Charlotte su supuesta atracción hacia Bárbara; era la única manera de convencerla acerca de la imposibilidad de llegar a convertirse en el reemplazo de Estefanía.

–¿Entonces tu nenita no se tiene que arriesgar, pero alguna de nosotras dos sí? –preguntó Charlotte mostrando cara de pocas amigas.

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