Capitulo 31: Moscas en la casa

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Solté un suspiró de resignación y dejé el tríptico sobre el escritorio.

—Me importa la medicina y mucho, de verdad —manifesté—. Pero no puedo irme a ese seminario.

—¿Por qué no?

—Es que... tengo otras cosas que hacer. Lo siento.

—¿Otras cosas? —expuso en un gruñido. Parecía molesto—. ¿Qué otras cosas, muchacho? ¡No hay nada más importante que tu profesión! ¿Acaso no era tu deseo convertirte en cirujano?

—Sí, pero...

—¡¿Pero qué?! —se ofuscó—. Escucha muchacho, el amor es importante. Lo sé. Pero al final, las parejas se divorcian, los hijos crecen. Al final lo que queda son nuestras profesiones. Dudo que exista algo más importante que eso.

—Admito que tiene razón, aun así, no puedo dejarlo de lado así sin más. Perdón, no puedo ceder a su demanda.

—Si no cedes, te despediré, Franco.

—Soy cociente de ello —me levanté y le sonreí, aceptando ya lo que el destino me enviaba—. Lamento haberlo defraudado y muchas gracias por la oportunidad.

Estaba a punto de marcharme cuando él lanzó una especie de chillido contrariado.

—¿A dónde crees que vas? ¡Siéntate, Franco! —volví a sentarme al vislumbrar su cara congestionada en ira, rabia, molestia e indignación—. Sé que hace un par de meses sufriste un episodio de violencia inusual, fue algo que afectó su psiquis, tu comportamiento. Tu personalidad sufrió cambios notorios, pero una cosa son los cambios de personalidad y otra muy distinta es renunciar a la medicina para buscar un espejismo.

Arrugué el entrecejo, presintiendo por donde iba el tema. El doctor Novelli era de las pocas personas que sabía lo que había pasado conmigo y Luzbel. Él no creía todo el cuento, por supuesto, pero al menos me brindaba el beneficio de la duda. Y ahora estaba usando lo que le había confiado en mi contra.

—No me volveré loco sólo porque he decidido buscarlo.

—¿Al menos te estás escuchando? ¡Vas a dejar la medicina por buscarlo, Franco! —exteriorizó con voz dura—. Entiéndelo, esto no es sano. Si llegas a un punto de quiebre ya nadie podrá ayudarte.

Entendía lo que quería decirme, porque a veces, acostado en mi cama, solía pensar si no era yo igual a Augusto: buscándolo sin cesar, sometiéndolo a mis propios caprichos, obligándolo a responder a mi demanda de amor. ¿No estaba convirtiéndome en un humano muy obsesivo? Luzbel para mi era el sol, y sin él el mundo había perdido un poco de su brillo. No me importaba volver a vivir todo lo malo si con eso conseguía volver a verlo.

Suspiré, sabiendo que el lado coherente de mi mente se lamentaba entre gritos por mis decisiones, pero era tal la magnitud del amor que sentía por Luzbel, que lograba eclipsar los argumentos razonables. Porque yo no me iba a detener hasta encontrarlo, sin importa qué sacrificios debía hacer.

—Vamos, Franco —dijo ya cansado del tema—. Incluso has descuidado tu salud, el personal me ha dicho que has trabajado con fiebre, que andas a las carreras con todo. No vale la pena atormentarte tanto por amor. Tú puedes vivir sin él.

—Claro —repliqué en medio de una risa forzada y amarga—, tanto como se puede respirar sin oxigeno.

—Franco —advirtió serio.

—Sé que nadie lo entiende pero... Yo lo amo —confesé con amarga sinceridad—. Y sé que ese ese sentimiento solo me traerá dolor, pero no puedo evitarlo. Esta es mi decisión. Le pido que la respete.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now