Capítulo 33: un día amargo a la vez

66 9 9
                                    


Capitulo 33: Un día amargo a la vez.

¿Alguna vez haz sentido que perdiste algo y sabes que nunca más vas a recuperarlo? Yo lo notaba creciendo en mi pecho, esa tenaz sensación de perdida y agobio. Crecía a medida que los días caían del calendario. Me daba ganas de vomitar, de llorar, de desaparecer, de gritar y de golpearme, todo al mismo tiempo. Pero había algo más. Descubrí que dentro de toda esa mierda, yo seguía viviendo. Que existían cosas en mi vida a las cuales yo llamaba vida; mis amigos, mi familia, mis decisiones y, por supuesto, mis constantes errores.

Errar es de humanos, dicen. Pero creo que yo me he equivocado más que la mayoría de las personas...

Y para ese momento en que el egoísmo me había ganado, yo me sentía más humano que nunca con mis labios sobre los de Rudy. Cuando fui cociente de que estaba equivocándome de nuevo, me separé de él. Lo miré con mis ojos a punto de salirse de su orbita y el rostro de Rudy no podía estar más que sorprendido. Antes de que siquiera empezara a pedirme explicaciones, me fui a toda prisa, huyendo de lo que yo mismo había causado.

Sabía que debía devolverme para enfrentar la situación y así aclarar los malos entendidos, pero el coraje simplemente no me salía. Ante eso yo era un cobarde, tan acostumbrado a huir cuando no sabía cómo justificarme. No, era menos que un cobarde, quizás alguna especie de rata rastrera que corría, chillando en su marcha por lo inevitable. Quería patearme o golpearme contra la pared, hacer algo para deshacerme del sentimiento de la propia estupidez.

Suspiré hastiado, enojado conmigo mismo por ser tan imbécil, tan cobarde y tan idiota en echar a perder una relación que se basaba en la amistad.

"¡Felicidades Franco, te has ganado el primer lugar al tipo más imbécil de la historia!" me reprendí mentalmente, soltando un bufido.

Salí del local tan apresurado que ni vi la hora. Suponía que para entonces ya era muy tarde porque al apresurar mi paso me encontré con Marcela. Iba de camino a su casa. Corrí un poco para alcanzarle.

—¿Qué hiciste ahora? —preguntó ella al ver mi estado tan alterado.

—Metí la pata —confesé casi histérico.

—Pensé que tu metías otra cosa —dijo con evidente burla, riéndose por lo bajo de forma maliciosa.

—Es en serio.

—¿Y qué cosa contigo no es en serio? —Su voz áspera era despectiva por naturaleza. Yo no le di importancia porque ya me había acostumbrado a su forma de ser así que atiné a seguir hablando como si ella no hubiese dicho nada.

—Besé a Rudy. ¡En la boca!

—Ni modo que lo hayas hecho en la mejilla, aunque viniendo de ti me esperaría cualquier burrada.

—¡Argh! ¡Rayos! —exclamé más enojado conmigo mismo que con ella por echarle sal a la herida—. ¿Qué demonios estaba pensando al besarlo? ¡Maldito sea el diablo! ¿Y ahora qué hago?

—¿Por qué le das tanta importancia a un beso? A estás alturas Rudy ya debe haberlo olvidado. Supéralo tú también.

—¿Tu crees? —pregunté medio esperanzado. Marcela torció sus labios en algo parecido a una sonrisa burlona, lo que me hizo pensar que realmente no hablaba en serio

—Tu estupidez es mayor que la cantidad de granos de arena que hay en el desierto.

—Yo también lo creo.

Me dejó quedarme en su casa, aunque no ocupando ninguna de las camas porque ya estaban reservadas para algunos chicos que no conocía, así de simple había sustituido a Erick y Javier. De quienes dormían ahí y a quienes conocía, sólo Mauro quedaba. Y por lo que veía ya tenía en su mano a su próxima conquista, un chico moreno de ojos claros que resultaba tan exótico como bello. Mauro no era una mala persona, pero era egoísta. Después de que Erick se hubo marchado no lo buscó, ni siquiera preguntó por él. Continuó con su vida, pasando la página sin meditar sobre sus actos. A veces le pesaba haber abandonado a Erick, pero era una emoción tan efímera que desaparecía al día siguiente.

La miserable compañía del amor.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ