Capítulo 19: Incandescente.

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Capítulo 19: Incandescente.

Pocas veces en mi vida he tomado licor hasta emborracharme, es decir, tomó licor pero no hasta el punto de perder la perceptibilidad de mis cinco sentidos. La primera vez que eso pasó tendría unos dieciséis años. Recuerdo haber probado la cerveza y encontrar muy amargo su sabor. Después probé el vino y lo encontré muy dulce y reconfortante. Y al final probé el whisky. No me gustó. Era demasiado intenso. El primer trago me supo a diablo. Me quemó la garganta y bajó a mi estómago con la misma intensidad. Pensé que ese ardor me iba a deshacer las tripas y todo mi sistema digestivo. El segundo trago no mejoró mucho, sabía igual de horrible.

Mi primo Oscar, quien me había motivado a beber, se reía de mi cara parecida a la de un bebé que prueba por primera vez el limón. Cada carcajada que daba me irritaba hasta el punto de querer dejar de beber solo para fastidiarlo. Pero Oscar era persistente y me decía que después del segundo trago todo iba a marchar bien. Que el licor me iba a saber dulce y me iba a encantar.

Esas no eran más que patrañas porque el tercer trago me supo igual de horrible que los otros. Y el cuarto. Y el quinto. Y el sexto y así hasta que se acabó la botella y mi conciencia con ella.

En ningún momento sentí que mejoró su sabor, de hecho podría afirmar que con cada trago el sabor arduo empeoraba y pese a eso, continué bebiendo, creyendo que el sabor horrible se iba a ir y dejaría tras de sí una huella dulce en mi garganta.

Quizás es ese mismo pensamiento que tenía con respecto a Luzbel. Él era igual que el whisky; con un color misterioso, brillante y hechizador que te incitaba a beber de él, a saciarte de él. Tenía el mismo sabor arduo, el mismo sabor caliente que me hacía pensar que en algún momento ese calor me iba a derretir, a deshacer. El primer trago quemaba y el segundo también, y el tercero..., y yo tenía la esperanza de que con el pasar de los tragos dejara de ser una experiencia tan amarga y se tornara dulce como la miel. Y lo peor de todo: tenía el mismo efecto embriagador que te hacía perder los cinco sentidos.

Yo, desde luego, que iba perdiéndolos. Uno a uno. Lentamente y sin darme cuenta.

Esa noche cuando se marchó y me dejó solo con aquel misterioso sobre, no pude frenar el impulso de revisar las fotos y cabrearme más de lo que ya estaba. Sabía que no debía mirar aquellas imágenes porque solo me estaba perjudicando, alimentando mi imaginación e incitándola a reproducir todas las cosas morbosas, cochinas y asquerosas que pedían esos malditos clientes suyos y que esas fotos me mostraban tan claramente.

Arrugué las fotos, más no pude romperlas. Y las repasé nuevamente. Una a una. Atormentándome. Hirviendo de ira. Mirando con amargura las posiciones tan indecentes y placenteras en la que Luzbel era mostrado mientras le daba placer a hombres de distintas edades.

Con la moral por el suelo y la rabia coronando mi cabeza, me pregunté el motivo por el cual Luzbel dejaba que lo retrataran de esa forma tan morbosa, ¿Le pagarían por dejarse tomar esas fotos? ¿Era solo por el dinero que lo hacía? ¿O realmente disfrutaba verse fotografiado en esas poses? En más de una fotografía se notaba que sus ojos miraban directamente a la cámara, completamente cociente de lo que hacía y lo que le hacían. Me pregunté, además, si todavía se dejaba tomar fotografías en pleno acto sexual.

En las fotos se veía joven, casi adolecente, aunque sus rasgos de antes y ahora no eran muy marcados, eran sutiles, como si el tiempo no le pasase muchas facturas.

Guardé las fotos en el sobre, con el alma ardiéndome, como si me hubiera tragado un tizón encendiendo y ahora ese tizón caliente me obstruía la garganta. Lo peor de todo es que en el sobre había un cd. Supuse que era un video pornográfico. Escenas donde grabasen con detalle el momento en que Luzbel fuese penetrado. Sus movimientos. Sus gemidos. Su dolor. Pensar en eso hizo que me doliera la cabeza, que me zumbaran los oídos y me rechinara los dientes, la sensación era parecida a cuando se escucha unas largas uñas rasguñando un pizarrón.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now