Capitulo 13: Roto

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 Capítulo 13: Roto.

Cuando era pequeño, siete u ocho años, rompí por accidente el adorno favorito de mamá. Aquel era una figurilla de cerámica, un bello payasito con la cara sonriente. Estaba en la sala, y era de un tamaño mínimo y mamá lo amaba. El día que lo rompí, corría deprisa por la casa, contento de estrenar los patines que me habían dado de regalo de cumpleaños, tan feliz estaba que no visualicé la figurilla y la tumbé sin querer.

El sonido de la porcelana romperse fue una tétrica melodía que quedaría grabada para siempre en mi memoria.

Asustado y sorprendido, miré los fragmentos de cerámicas en el suelo y, a pesar de estar roto, el payasito seguía con su carita sonriente. Mamá vino enseguida y me dio un sermón. Yo no entendía cuál era su molestia, había roto el muñeco, sí. Pero el muñeco podía pegarse, ¿No? Quedarían grietas, es verdad, pero aun así el muñeco lo tendría. Sin embargo, mamá dijo que de nada servía pegarlo, que era una pérdida de tiempo porque nunca podría arreglar las grietas. No dije nada y solo miré con curiosidad como mamá se deshacía de la figurilla que tanto le gustaba.

A mi escasa edad no entendía cuál era el problema de las grietas.

Ahora que soy un poco mayor, podría decir que algunas grietas son feas, no todas por supuesto. Sin embargo, existen algunas que solo se abren como abismos que te consumen. Aquel muñeco era bello y pegarlo a pesar de estar roto, hubiese sido una crueldad. Sería como colocar una flor marchitada en la sala de la casa. Aun si tuviera su sonrisa encantadora... aun así ya no se vería tan encantador porque las grietas le darían un aspecto macabro. Las grietas iban a ser muchas y su sonrisa una sola, lo opacarían y harían que desviara mi mirada cada vez que me topara con él.

Supongo que hay cosas que no tienen arreglo.

Quizás algunas personas también estuvieran así... dañadas, rotas y con tantas grietas imposibles de reparar. Si, estoy seguro de que personas así existen. Quizás él también lo estuviera...

—A mi no me agradan los homosexuales —era la hora del almuerzo y todos nos sentábamos a comer en el comedor después de que los niños almorzaban.

Éramos como cinco o seis, nos sentábamos en una mesa y comíamos lo más rápido posible antes de que acabara la hora de descanso y tuviésemos que regresar a nuestros respectivos trabajos.

—Yo no le veo nada de malo, cada quien con su vida —comentó Miguel mientras se metía un pedazo de pan en la boca.

—Es verdad. Mientras no se metan conmigo yo estoy bien —agregó Anastasia, era la que tenía más edad en el grupo.

—Sí, pero es una lástima que haya gays tan guapos —se lamentó Carolina, con un suspiro melodramático—. Realmente me da pena que se desperdicien tantos hombres.

—Desperdicio no, que tu no puedas disfrutarlo no significa que otros no lo disfruten —habló Anastasia de nuevo, inmersa en el tema—. Ya lo he dicho antes, cada quien con su vida.

Apenas les escuchaba por pura curiosidad, no era la persona más sociable en el grupo. Era el más callado, el más reservado, el más serio y por ende no me inmiscuía en sus conversaciones. No me importaba lo que decían o lo que dejaran de hacer, yo simplemente me ocupaba de terminar de comer y empezar mis quehaceres. Así de simple. Pero aquella conversación extrañadamente llamó mi atención.

—Pero qué filosofía de vida tienen ustedes...—ironizó Gustavo, quien seguía sin caerle bien las personas homosexuales—. A mi no me importan a quien le den su culo mientras a mi me dejen en paz. Odio a los maricones que no tienen respeto por mi orientación sexual y quieren meterme mano.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now