Capítulo 9: La senda de mis pies.

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 Capitulo 9: La senda de mis pies.

En la casa de Luzbel, todo era un poco viejo. Casa vieja. Muebles viejos. Nevera y cocina viejas. Mesas viejas. Incluso las sillas lo eran, algunas de ellas estaban tejidas con mimbre y en algunos casos el tejido se había dañado, siendo así sustituido por algún otro color que daba a la silla un aspecto pobre y desaliñado. Sin embargo, había dos cosas en su casa que no eran viejas ni mucho menos.

Una de ellas eran los colchones y las sabanas. Eran completamente nuevos y de marca de las buenas. Ya saben, era ese tipo de colchones famosos que salen tantas veces en propagandas de la televisión. Luzbel tenía de esos. Suaves y firmes, así que cuando uno se acostaba se sentía súper cómodo. Las sabanas que los cubrían también eran nuevas y siempre olían a soflan. Siempre estaban limpias.

El otro aspecto era la comida. Nunca faltaba. Ya sé que la comida no debe faltar nunca, pero entiendan una cosa: cuando se es pobre pocas veces se te da la oportunidad de algunos caprichos; comida exótica, dulces de almíbar, frutas frescas. Me refiero a ese tipo de comida que se ve en los supermercados y que uno solo aspira a tener. Pues en la nevera de Luzbel, había de todo lo que se pueda imaginar. La nevera rebosaba de cualquier tipo de carnes y frutas, de toda clase de dulces. Cada día encontraba algo nuevo.

Eso era extraño. Es decir, su sueldo era poco como para permitirse ese tipo de caprichos. Cuando analicé la situación, llegué a la conclusión de que se gastaba todo lo que ganaba en comida y sabanas nuevas. Claro, también lo gastaba en pagar luz, agua, aseo pero mayormente gastaba todo en esas dos cosas. Ni siquiera se compraba ropa nueva, esta la adquiría de segunda mano en algún lugar del mercado.

A veces, en la tarde, cuando salía del trabajo, me lo encontraba de pura pasada por el camino y siempre llevaba una bolsa pequeña o grande con productos del supermercado. Al parecer se había convertido en un hábito comprar todos los días o puede ser que ese hábito se haya convertido en una obsesión. Nunca se lo había preguntado.

—¿Y qué piensas hacer esta noche, Teruel? —alguien me preguntó, sacándome a propósito de mis pensamientos.

Levanté la vista y observé a mi interlocutor: un hombre joven, de no más de treinta años. También trabajaba como celador. También trapeaba el piso. También huyó de su casa, de sus estudios y como resultado se convirtió en esto: un bedel. Un fracasado. Igual que yo.

—Nada —respondí con monotonía y seguí trapeando el piso.

—Aquiles, Emma y yo pensamos salir esta noche. Ya sabes, a divertirnos un poco. Es viernes, el comienzo de un lindo fin de semana —Aquiles y Emma eran otros compañeros de trabajo. Aquiles era el vigilante y Emma una maestra joven. Resultaba extraño que se formase un grupo de amigos como esos. Solían incluirme en sus actividades aun cuando yo fuese tan reservado—. La otra vez la pasamos bastante bien. ¿Qué dices, te unes a nuestra travesía?

Gustavo, así se llamaba el muchacho que me hablaba, era moreno y atractivo, de sonrisa fácil y caminar rápido. Era más hablador que un loro. No me molestaba, sin embargo tendía a hacer demasiado ruido.

Medité un poco su propuesta. Hacía mucho tiempo que no iba a ningún lugar salvo a casa para dormir. Seguro que me haría bien salir un poco. No creía que a Luzbel se molestase, después de todo nunca estaba de noche en casa.

—Por supuesto —contesté sin mirarlo y sin dejar de limpiar.

Ese era mi trabajo y no pretendía interrumpirlo solo para prestarle atención. Era un desconocido algo conocido. No podría considerarle un amigo. Hacía demasiado tiempo que no los tenía. En el hospital tenía varios, pero no quería recordarlos, a ninguno. Había desterrado sus nombres de mi memoria.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now