Capitulo 18: Alas de papel.

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Capitulo 18: Alas de papel.

Suelen decir que los niños son dulces, tiernos y angelicales. Es cierto. Sin embargo, hay que reconocer que aparte de lindos y tiernos, los niños también son malos. No me malinterpreten, con esto no quiero decir que sean seres dotados de maldad. Es simplemente que son tan inocentes que no se percatan que muchos de sus actos se tiñen de crueldad.

Yo por ejemplo, era un niño inocente y también muy cruel.

Recuerdo que de pequeño me gustaba ir al patio trasero de la casa de mi abuela, ese que estaba infestado de plantas, de malezas, y Oscar y yo íbamos allí a buscar insectos. Nos encantaba capturar grillos y recluirlos en casitas que hacíamos con madera. Y para que los grillos no saliesen corriendo, para que no se fueran, para que no huyeran, mi primo y yo arrancábamos, sin ningún tipo de remordimiento o escrúpulo, una de las patitas al pobre animal. De esta forma el insecto quedaba lisiado, incapacitado para seguir saltando.

Suena feo, lo sé. Pero yo no creía que eso que hacia fuese malo. Porque al fin y al cabo no lo hacia con mala intención, no lo hacia "por pura maldad". Lo hacía porque yo amaba a los grillos y no deseaba que se fueran. Yo más bien quería que se quedaran conmigo, incluso les hablaba y les decía que se quedaran, que me hicieran compañía, que fuera mis amigos y así jugaríamos. Pero ellos no entendían, siempre estaban protestando, tratando de huir de mí y eso me dolía mucho, así que tenía que arrancar sus patas traseras para que se estuviesen quietos, para que entendieran que yo no quería hacerles daño, al contrario quería cuidarlos, protegerlos, alimentarlos. Quería mostrarles que el mundo que yo les ofrecía era mucho mejor que ese lugar donde habitaban. Y aun así, todos ellos morían al caer la noche. Y yo lloraba porque los grillos me habían dejado aun cuando yo había hecho todo lo posible por mantenerlos a mí lado.

Eso pensaba hasta ese día...

Como cada sábado, Oscar y yo fuimos al patio trasero a capturar grillos. Yo atrapé uno y para evitar que se fuera, que me abandonara, empecé a arrancarle una de las patitas. Sin embargo, empleé más fuerza de la necesaria y en vez de arrancarle la pata, arranqué otra cosa. Le arranqué la cabeza.

Esa imagen del grillo casi decapitado, unido su cabeza con su cuerpo apenas por un hilo de una cosa que no recuerdo, fue impactante para mí. No, en realidad fue más bien aterradora, horrible, siniestra. Me quedé en blanco, pálido, muy asustado por lo que le había hecho al pobre animal.

Fue allí que entendí que lo que hacía era muy malo. Y que en vez de darles el amor que les tenía, y por ende cuidarlos, los estaba maltratando. Y no lo supe hasta ese momento en que el desastre fue irreparable.

Unos años más tarde comprendí la valiosa lección que me dejaron los grillos: el amor en exceso es dañino...

–Lo bueno es que tú puedes volver a florecer –dije en voz baja a la amapola–. Así que no importa cuantas flores te arranquen, siempre volverás a florecer...

Era muy temprano en la mañana y me preparaba para irme al trabajo, pero antes de marchame apartaba las hojas marchitas, amarillas y marrones, que tenía la planta. La regaba con abundante agua y luego la colocaba cerca de la ventana, para que así recibiera los rayos del sol matutino.

Quizás la flor de amapolas ya haya cumplido su función con Luzbel, sin embargo, yo la seguía cuidando. Me sentía un poco mal de que Luzbel le hubiese arrancado la flor sin arrepentimiento alguno. Él podía a llegar a ser muy insensible en ocasiones, pero eso no le daba derecho de haber maltratado la planta que con tanto cariño había hecho crecer.

–No la vayas a dejar mucho rato en el sol –le dije antes de marcharme. Luzbel asintió sin dejar de tomar su café.

Hacía cinco días que habíamos llegado de viaje, con una relación formalizada y con el deseo de dar un paso a la vez para seguir adelante. En las noches, cuando él se tenía que ir a trabajar, me costaba mucho soltarlo. No lo demostraba, desde luego, pero sé que él sabía que me costaba aceptar su trabajo nocturno. Y la tarea se me había empezado a hacer titánica en cuanto tuve aquellas asquerosas fotos en mis manos

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now