Capítulo 21: Dichas de alambre.

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Capítulo 21: Dichas de alambre.

¿Cuánto eres capaz de pedirle a la persona que amas?

Yo había pedido mucho, muchísimo. Quizás había pedido más de lo que Luzbel podía dar. Pero en ese momento no veía de ese modo las cosas. Yo sólo pedía como alguien muy egoísta. Pedía como él enamorado que quiere encerrar a la luna sólo para él. Pedía tiempo. Pedía una relación. Pedía amor...

¿Cuánto más iba a pedir? ¿Cuánto más Luzbel me iba a dar? ¿Hasta cuándo iba a quedar satisfecho?

Yo creía que Luzbel no me daba mucho, no me daba demasiado. Nada en comparación con lo que yo le ofrecía, sin embargo, con el tiempo logré ver que en realidad él me daba todo lo que le pedía. Me lo daba a su manera y yo no supe verlo...

Esa mañana me levanté con la peor resaca que hasta entonces había tenido. La cabeza me iba a explotar de tanto dolor y la boca la sentía pastosa. Quería agua. Me senté en la cama, maldiciendo el momento en que decidí emborracharme. La luz del sol me hería las retinas y mi alarma lo empeoraba todo. Vi la hora. Diez y media de la mañana. Me alarmé mucho más pues se suponía que debía de estar en la escuela trabajando. Hasta corrí al baño para asearme, cosa que empeoró mi malestar, ya que el solo hecho de correr, de poner la planta del pie en el frío piso, hizo que la cabeza quisiera explotarme. Me detuve al recordar que había conseguido trabajo como médico y que empezaba pronto. Por lo tanto, no era necesario que fuese a la escuela.

—Buenos día, Franco —me saludó Luzbel tan tranquilo y pacífico como solía serlo. El café en la mesa humeaba lentamente y él lo observaba con un aire parco, distante, pensativo...

—Buenos días —dije con tono lastimero mientras me sentaba en una de las sillas.

Realmente me dolía mucho la cabeza. Me masajeé la sien, tratando de aplacar el malestar. Entonces lo miré y me fijé que en realidad no observaba el vaho húmedo del café, sino que miraba atentamente otra cosa. Algo que había en sus manos. Una estampita religiosa. Era la que le había regalado tiempo atrás, la que tenía la imagen de la virgen de la paz.

—He estado rezando —me informó sin levantar la mirada, sin levantar voz. Luego alzó los ojos, lentamente, si demasiada prisa y me miró—. Pero creo que he estado rezando mal.

Me quedé callado sin saber qué quería decir con eso. Mis ojos se posaron en las líneas onduladas del vaho y después en sus ojos.

—¿Y qué has estado pidiendo?

Su respuesta fue un silencio taciturno, sus labios delgados en un línea recta que no sabía comprender. Me ponía nervioso.

—Tenemos que hablar de lo que hiciste anoche.

Tragué saliva.

—¿Qué hice?

Había estado muy borracho y apenas recordaba algo. Sabía que había salido del burdel y había entrado en una tasca a beber. Luego... luego llegaban recuerdos vagos de la presencia de Erick y Mauro. También de Marcela y Javier. Pero se me era imposible definir quien había llegado de primero o de último.

—Anoche bebiste de más. Te emborrachaste y entraste al burdel a agarrarte a golpes con cuanto hombre se te atravesara en el camino.

—Eso no es verdad —alegué con más duda que firmeza—. Recuerdo una pelea, pero fue lejos del burdel.

Una fina e imperceptible arruga se asomó en su entrecejo. Algo muy raro en su habitual pacífico rostro. Era como una mancha de tinta negra en un papel blanco. Entonces, me fijé que Luzbel estaba enfadado... mínimamente, pero enfadado.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now