Capítulo 35: Sin derecho a olvidar.

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Capítulo 35: Sin derecho a olvidar.

Mientras esperaba por alguien en el museo de artes, encontré una exposición que me llamó la atención. Los artistas que participaban trataban el tema de la perdida; la ausencia de personas en nuestras vidas. Hubo una que me hizo detenerme y admirar su trabajo, una instalación.

La obra en sí parecía muy simple, pero guardaba un significado profundo.

El artista tomaba los carteles repartidos en la ciudad que retrataban a personas desaparecidas y luego los metía dentro de un envase con agua. Había varios envases y en ellos existían distintos procesos de deterioro. El primer cartel solo llevaba una semana, el siguiente quince días, el siguiente un mes y así sucesivamente. A medida que pasaba el tiempo, la tinta del papel se desdibujaba hasta el punto de no poder distinguir los rasgos de esa persona. La desaparición de la imagen constituía su transfiguración en el tiempo y espacio, haciéndome ver lo frágil y efímera que resultaba la naturaleza de la percepción, la identidad y la memoria.

Esa era la obra, ese era el discurso; con el pasar del tiempo solo quienes realmente conocemos a esa persona, tendremos un recuerdo de ella. Para los demás, desaparecerá.

Me dolió darle la razón.

Me quedé mirando el ultimo envase donde solo quedaba la hoja en blanco producto del deterioro. Lo miré con amargura, preguntándome a mi vez si algo así me pasaría con la foto de Luzbel. Si yo lo colocaba en un envase de agua y dejaba pasar el tiempo, la foto se descoloraría, ¿no? Dejaría de distinguir su imagen como a veces dejaba de distinguir el sonido de su voz.

—Existe una película que dice algo muy cierto —dijo una voz femenina, situándose a mi lado. La miré de reojo—. «En el templo, hay un poema titulado "Perdida", esculpido en la piedra. Tiene tres palabras, pero el poeta las ha tachado. No puedes leer perdida —me devolvió la mirada con un gesto solemne—, solo sentirla»

—Memorias de una geisha, ¿no?

—Exactamente.

—Creo que lo entiendo. No existen palabras que puedan describir lo mucho que duele perder a alguien —reconocí con una voz apenas audible—. Ni siquiera una imagen.

—Por eso están los artistas. Las personas creativas pueden hacernos llegar el sentimiento; una imagen, una escultura, la música e incluso las letras pueden evocar un sentimiento tan agrio que pensamos que no podía existir nada comparable a nuestro dolor. Pero lo hay o al menos lo roza. Esto —señaló la instalación—, lo roza. Es simple, pero crudo. Me gusta el arte porque creo que nos muestra la humanidad que aun poseemos.

—¿Aunque sea cruel?

—Sobre todo si es cruel. La vida misma lo es. Sin crueldad no reconoceríamos la bondad —dimos un rodeo por toda la instalación, admirando la obra en si—. Cada uno de nosotros está cargado de sufrimiento y descargar un poco de ello no está mal, aunque eso abra puertas en otras personas que creían cerradas y selladas. Una habitación oscura que jamás ha sido iluminada.

—No me gusta venir a un museo a ver el dolor —musité despacio, mirando a mi alrededor para advertir la presencia de otras personas que, como yo, habían venido a mirar la exposición. Era una exposición dura, difícil de digerir, mirabas las obras de arte y te dabas cuenta del dolor del artista y de tu propio dolor. La tristeza que perforaba el corazón para dejarlo en bandeja de plata y dejar que otros lo sintieran.

—Es muy cruel, ¿no? Organizar una exposición que solo evoque la perdida. «Perder» es un verbo especialmente agresivo. Nadie quiere perder; ni a las personas que ama ni perderse a sí mismo. Pero aquí esta, diferentes artistas que plasman su idea de perdida y nos sentimos identificados más o menos con algunas. Creamos un vínculo. ¿Pero sabes qué es lo más importante de todo? —se detuvo un momento y me miró. Sus ojos color pardo poseían una gentileza que me arrugó el corazón—. Que, aunque sea cruel, muchos vienen y te das cuenta de que incluso en el dolor, no estás solo.

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2022 ⏰

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La miserable compañía del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora