Capitulo 31: Moscas en la casa

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Capitulo 31: Moscas en la casa.

La vacuidad es un sentimiento horroroso. Podía pasar horas en compañía del silencio, notando que una angustia inmensurable se me despertaba en el pecho y me hacia cuestionarme todo lo que hacia, lo que pensaba y decía. A veces, se hacia tan cotidiano que lo consideraba un viejo amigo sentándose a mi lado. Pero un amigo no provocaba semejante desasosiego en el alma. Los días en que la debilidad me ganaba, me dejaba zarandear de un lado para otro, otras veces un velo me cubría la conciencia, haciéndome inmune al dolor. Sin embargo, eran tan contadas las ocasiones que sucedía que casi eran nulas. Podría incluso decir que ni existían. La mayor parte del tiempo, mi coraza caía y se resquebrajaba y el vacío, la ausencia de Luzbel, me atravesaba como el filo mortal de una espada, y yo soportaba el suplicio lo mejor que podía, desangrándome un poco y luego cosiendo la herida para seguir aferrándome a la esperanza que ya se asemejaba más a una moribunda vela a punto de apagarse.

Y luego estaban esos días... esos días en que se hacia insoportable. La ausencia era insoportable. Y salía huyendo de casa para escapar del dolor.

Afuera no era mucho mejor, aun así conseguía distraer mi mente en el trabajo, focalizando mi atención en alguien que no fuera yo. Así era hasta que ese día el doctor Novelli me llamó a su oficina para hablar conmigo. Yo sabía lo que iba a decirme, lo que eso significaba, pero era una lección dura de aprender. Suspiré derrotado y entré a la oficina, con las ojeras de mis ojos asomándose mucho antes de que yo lo hiciera.

—Por favor, toma asiento —dijo.

Entré, tomé asiento y esperé.

—Franco, tu desempeño no ha sido el mejor, ¿Lo sabías? —entrelazó las manos, depositándolas quietamente sobre la limpia superficie de su escritorio—. Eres bueno, lo reconozco, pero tengo la sensación de que no estás aquí.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir exactamente eso: no estás aquí. Parece que tu mente está en un lugar muy lejos y problemático. Sé que los problemas personales suelen ser inmensos a tu edad, pero con el tiempo encontraras la forma correcta de lidiar con ellos y equilibrar tu balanza entre lo personal y lo profesional.

—¿Estoy despedido? —pregunté con un poco de temor.

La verdad era que no quería que me despidieran. La profesión es una parte enorme en nuestras vidas, y resulta tan significante que muchas veces construimos nuestro eje en base a ello. Ya antes había experimentado el fracaso de no poder lidiar con las presiones, y la experiencia aun resultaba amarga en mi lengua. Pero había conseguido superarlo gracias a Luzbel, y ahora que estaba de vuelta no quería verme envuelto de nuevo en un fracaso aun mayor, era algo que no quería vivir. No necesitaba un despido cuando ya mi vida se iba por el desagüe. Sólo era la guinda del pastel.

—Franco, los doctores notifican que no has querido colaborar en las salas quirúrgicas, que te niegas a suplantar a otros médicos —me miró seriamente—. No eres un aprendiz, Franco. Tu deber es ir y cumplir el rol para el que has sido contratado.

—¿Estoy despedido? —volví a preguntar, está vez más resignado que antes.

—No —respondió, buscando algo entre los papeles—. Pero sólo si asistes a este seminario.

Me entregó un tríptico y yo lo tomé, leyendo por encima el contenido del conversatorio.

—Quiero que asistas. Que tomes notas, que participes. Incluso, quiero que seas un exponente; investiga un tema, algo que te sea grato presentar y exponlo. Es más, tómate el atrevimiento de indagar entre los exponentes y busca entre ellos a los mejores como tutores. Averigua tu especialidad, lo que hace que lata tu corazón —se inclinó hacia delante—. Lo que yo quiero, Franco, es que muestres interés. Porque al punto en que vas sólo estás demostrándome que ya no te importa la medicina.

La miserable compañía del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora