Capitulo 24: Marionetas sin hilos.

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Capitulo 24: Marionetas sin hilos.

El silencio era algo muy habitual en la casa de Luzbel. Había días en que él hablaba mucho y se reía, pero otras veces se mantenía callado. No resultaba algo incomodo, podía incluso hasta disfrutar de la falta de palabras estando junto a él, lado a lado. Su silencio era una calma absoluta, como cuando llega la brisa y apenas se agita el océano. Como cuando estás expuesto a la luz de la primera hora de la mañana mientras trotas.

Tibio, como agua al sol...

Pero no todo silencio puede ser disfrutado. Existe un tipo de calma hueca que resulta escalofriante, perturbador. Es ese tipo de silencio que precede un hecho fatídico. Yo sentí ese tipo de silencio treparme por la columna vertebral y dejar huellas heladas sobre mi espalda. Lo sentí al abrir los ojos con sobresalto y distinguir por varios metros por encima de mi cabeza, un techo desconocido. Me resultó curioso y aterrador que estuviese en una cama porque no recordaba haber llegado a una. Inhalé y exhalé profundamente para calmar cada uno de mis nervios. Cerré nuevamente los ojos y saboreé de mala gana el dolor punzante que amenazaba con explotar mi cabeza.

¿Cómo había llegado allí?

Luego, poco a poco, las imágenes se fueron esclareciendo y recordé las fotos, los videos y mi huida. Me levanté rápidamente de la cama, pero no pude ir muy lejos. El golpe que me habían dado me mantenía atolondrado y el movimiento brusco hizo que me dieran nauseas. Además de eso, noté que todo a mí alrededor se movía con un poco de lentitud. Toqué mi antebrazo y sentí la huella de una jeringuilla.

—Me han inyectado algo —murmuré con voz pastosa, intentando no entrar en pánico.

Me senté en el borde de la cama, casi hiperventilando, y me llevé la mano derecha hacía la cabeza, palpándome la parte de atrás. Al vérmelas nuevamente me sorprendió que no tuviera los dedos manchados de sangre. Había sido un golpe muy duro. Entonces, miré la habitación con más detenimiento; era grande, espaciosa, con pulcras paredes blancas adornadas con repisas que sostenían innumerables muñecas y muñecos de diversos tamaños y diseños. Todas de porcelana. Varias casitas de té se esparcían cuidadosamente en toda la estancia, procurando darle un diseño infantil e inocente al cuarto. Incluso la melodía triste de una caja de música se repetía monótonamente en algún rincón.

Y lo que más destacaba en el cuarto eran las fotos. Un montón de fotos detalladamente enmarcadas en cercos dorados y plateados. Algunas estaban puestas sobre la pared, otras sobre la repisa y otras más sobre la cómoda. Al acercarme y tomar una de ellas me fijé que se trataba de una niña. Su cabello rubio era abundante y largo, su cara ovalada enmarcaba unos ojos casi amarillos, casi ámbar, del color de whiskey sin hielo. De la cerveza que embriaga. Su piel era muy blanca, muy cuidada. Y su vestimenta era muy elegante, digna de esa época aristócrata que tanto llamaba la atención.

—¿Luzbel? —me pregunté en voz alta, mirando uno y otro retrato, pensando que la ropa era muy parecida a la que él solía usar cuando estaba dañado.

En seguida me di cuenta de que todas eran fotos suyas. Fotos que empezaron a tomarse de cuando él era muy pequeño. Un niño. Y a medida que avanzaba en las fotos, el niño avanzaba en edad. Cada una de ellas lo retrataba en un paisaje exquisito, con vestidos y peinados distintos, pero los ojos eran igual.

Me paralicé.

Distinguía algo en esas fotos que me resultaba terrorífico; una expresión congelada y posteriormente robada. Como esas telarañas que aparecen de repente, sin uno darse cuenta, invisibles y pegajosas que se te pegan en la cara. Sentí que mis entrañas se congelaban a medida que recapacitaba en las fotos.

—Esto no está bien. —murmuré, observando a un osito de peluche, inocente, y de sonrisa perpetua.

Visualicé nuevamente la habitación; la cama en medio de aquello, la decoración infantil y victoriana, los juguetes y las fotos que congelaban el tiempo. ¿Cómo podían tener relación las fotos de Luzbel prostituyéndose y las fotos que había en esa habitación? ¿Qué vinculación existía? No lo entendía. El adorno de un payasito sonriente de porcelana llamó mi atención y entonces las palabras de Marcela llegaron a mi mente:

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now