Capitulo 32: De todas las personas del mundo

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Capitulo 32: De todas las personas del mundo

Existía un pensamiento muy acuciante que me alteraba, algo que me aterraba más que la muerte: el olvido de Luzbel. Me asustaba saber que no había sido lo suficientemente importante para él como para conservarme en su memoria. Así de esencial era él para mí. Me preguntaba si acaso su marcha era una excusa para alejarse del mundo real y de todas sus exigencias o quizás sólo quería alejarse de mi porque yo le hacia tanto mal como él a mi.

Aun así no lo dejaba ir, ni siquiera en recuerdos...

En las noches, acostado a lo largo del sofá, me dedicaba a contemplar por horas la puerta cerrada, esperando verlo llegar. Pero cuando no sucedía nada más que la puerta cerrada, mi corazón se contraía dolorosamente. Porque él no vendría ni esa noche ni las siguientes. Entonces, se me venía encima todo; la sobredosis de soledad, el miedo a su olvido, la desesperación, el insomnio.

Simplemente sentía su ausencia en todo mi cuerpo.

Y cuando la ausencia se hacia insoportable, miraba a otra parte, notando el dolor del mundo, de las personas. El mismo dolor del que huían, refugiándose en mentiras aterciopeladas que adormecían hasta el pensamiento; el internet, videojuegos, un libro... A veces resultaba muy doloroso comprender que la vida que soñamos no siempre es la que nos corresponde vivir...

Yo me preguntaba si a mi no me correspondía vivir con Luzbel. Podía pasar, ¿no? Que me resignara a perderlo, que me contentara con una fotografía suya guardada en un libro. Me daba mucho pesar que eso podría pasar, resignarme a una monotonía sin él.

Descubrí que yo era como un degrade de colores, cambiando constantemente, a veces siendo solo un color gris apagado, casi demacrado para luego pasar a un amarillo brillante que sonreía ufano ante la esperanza que lo embargaba. Existían días en que mi resolución de encontrar a Luzbel era inalterable, terca. Otros en cambio, me conformaba con una fotografía suya, consumiéndolo con mi vista, resignándome a esa herida de bala que me había dejado, cicatrizándose poco a poco y dejando a su paso un montón de piel arrugada.

Ese día, sin embargo, la resignación aun no me había alcanzado. Me di un largo baño, me puse los pantalones y me senté en la orilla de la cama para calzarme los zapatos. Mientras lo hacia notaba la mirada de ese hombre sobre mi, levantándose y gateando sobre el colchón, acercándose como un felino acechando su presa. Me acarició el hombro con intención y yo le di una mirada de soslayo, una mirada fría y dura que le revelaba todo mi odio. Él sólo sonrió un poco y se sentó a mi lado.

—No tienes porqué mirarme así —dijo, bajando los brazos para echarlos tras su cuerpo y apoyar su peso sobre las palmas de sus manos—. La pasamos bien, ¿no?

—Define tu concepto de bien —espeté, levantándome para arreglarme la camisa.

León se rió suavemente, sin apartar la vista de mí. Podía ver su sonrisa malévola extendiéndose. Conocía ese gesto, lo tenía presente aun...lo vi mientras sus manos recorrieron mi cuerpo y sus dientes mi mandíbula.

—Me odias mucho, ¿verdad? Odias que te haga venir aquí sólo porque yo quiero —repuso con divertida resolución—. Honestamente hablando, es una situación que me divierte mucho.

—¿Te divierte burlarte de mi?

—Me divierte que un médico me abra las piernas, sí —su desnudez contrastaba contra las sabanas del motel, blancas y limpias a pesar de que yo sabía bien que habían sido ensuciadas más de una vez—. Aunque ya no eres médico, ¿no? Te botaron por andar cazando pájaros en un cielo inalcanzable.

—Tal vez debería dominarte yo a ti para ver si te sigue pareciendo divertido, hijo de puta.

—Vaya boca más sucia, aunque reconozco que suena tentador —dijo con ese ronroneo suave que podría excitar a cualquiera menos a mí—. Después de descubrir que ya no trabajas en el hospital, me preguntaba si debería tomarte como amante. Eso sería un golpe duro a tu orgullo, si es que acaso aun lo tienes.

La miserable compañía del amor.Where stories live. Discover now