Capítulo 26: Cuando las espinas faltan...

42 13 3
                                    

Capítulo 26: Cuando las espinas faltan...

¿Qué es el dolor?

En medicina se trata de la manifestación física del cuerpo ante un agente desconocido. Muchas veces el cuerpo reacciona ante esto. Es la forma que tiene de decirte que algo está pasando y que debes echarle un ojo. Cuando una bacteria entra a nuestro organismo, el sistema inmunológico entra en acción y bloquea esta bacteria lo máximo que puede, o te manda señales para que estés alerta. Todo ello sucede cuando hay dolencias físicas, ¿Pero qué pasa cuando es una dolencia emocional? ¿Acaso hay un sistema que bloquea todos esos sensores y nos impiden sentir?

Ojala así fuera... si pudiésemos protegernos o aliviar el dolor emocional con algún analgésico lo tomaríamos sin dudar. Pero no. El dolor emocional se combate a fuerza de voluntad. Ninguna pastilla puede curar el dolor que sentimos cuando nuestro corazón estalla en llanto.

Y así como no se pueden aliviar las emociones... Así como no se puede evitar respirar... De esa misma manera yo no podía dejar de llorar. Ni de revolcarme en el suelo en mi propia miseria.

—Tranquilo, Franco. Tranquilo...

En medio de aquel velo de incertidumbre podía escuchar la voz de Luzbel y el llanto cesó de pronto. Era casi como cuando era un niño perdido y me calmaban los brazos tiernos de mi madre alrededor de mi diminuta figura. Tal vez los analgésicos no podían calmar mi pesadilla, pero su voz era un sádico ungüento que calmaba mi herida.

Lo miré a los ojos y noté que estaba arrodillado junto a mí. Desnudo y violado, Luzbel se había bajado de la cama pese a propio dolor y había venido para tratar de amansar a la palomilla angustiada.

—Perdóname. Yo... no quería... sentir así. Perdón, perdón —dije entre timbres desesperados—. Lo siento, lo siento.

—No es tu culpa —dijo—, es la droga.

—Lo siento, lo siento, lo siento.

Sentía como si el corazón se me hiciera pedazos, lentamente, con ensañamiento. Me encontraba solo en aquel maremoto de emociones desagradables que me habían alcanzado de golpe. Nadie era capaz de entender el horroroso arrepentimiento que me embestía como una ola cruel y salvaje. Subiendo y bajando, ahogándome.

—No pasa nada. —el timbre musical de su voz era estoico.

Quizás eran las drogan que aun hacían efecto en su organismo, o quizás le daba lo mismo que sintiese lo que sintiese.

Su cuerpo estaba mallugado, sí. Pero no tanto como lo estaba su mente.

Aun le sangraba la nariz y aun tenía rastros de semen en sus muslos, pero allí estaba, sin un ápice de dolor en su bella cara. Blanca como la porcelana. Lisa como el mármol esculpido.

—¿Te duele mucho? —me preguntó, sin embargo, no hice caso.

La sangre roja en su nariz, en sus labios, me distraía terriblemente. No porque fuese tentador, sino porque parecía algo irreal. Le limpié la sangre a Luzbel lo mejor que pude. No fue fácil, porque también tenía las manos ensangrentadas. Recordé, entonces, que mi propia sangre manchaba el piso y que el dolor físico, el que parecía mantenerme atado a la tierra, provenía de mi rodilla. Tembloroso como me encontraba, me di la vuelta y miré la herida. La bala había salido y el agujero que había dejado me laceraba la carne, la sentía viva, palpitando y cada vez que hacia un movimiento el dolor me apuñalaba.

—Hay que aplicar un torniquete. Es para detener la hemorragia —dije entre jadeos. Pero Luzbel no se movió, a lo mejor es que la palabra torniquete no le era familiar—. Tráeme... Tráeme la... sabana

La miserable compañía del amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora