Capítulo 25: Mariposas disecadas.

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Capítulo 25: Mariposas disecadas.

La primera vez que vi Luzbel nunca me imaginé lo que se escondía tras el pozo de sus ojos. Para entonces, yo no era más que un desconocido que tenía pegado los pies al cemento. Casi como formando parte de una simple ilusión. Un espejismo, de esos que te encuentras en el desierto y desaparece en pocos minutos. Así estaba yo, un fantasma traslucido que no caminaba, no hablaba. Sólo observaba.

Observaba al individuo que se descorría frente a mis ojos semejante al amanecer. Frío, casi distante, inalcanzable como las estrellas. Tantos colores que no sabía dónde empezaba uno y donde terminaba otro.

Y su sonrisa... tan tranquila. Tenía la capacidad de sosegar mis nervios en segundos. Pero como dolía. Sí que dolía; sus palabras, sus miradas, y su indiferencia para con todo. Y cuando era cruel, cuando su sinceridad dejaba de lado la abstracción, yo pensaba que nada existía para Luzbel porque todo dentro de él dormía.

Y era cierto.

Sus sentimientos, su sentir, sus emociones. Todo dormía... Estaban echados en un rincón, empolvado con el paso de los años. Y ese sentir solo se había convertido en un mueble más en su vida. Los desechaba de la misma manera en que uno desecha a las polillas muertas. Todo se lo llevaba el viento porque todo era de polvo, incluso las alas de las mariposas que revolotean en el estómago se vuelven de polvo.

(Polvo eres y al polvo volverás)

Pero los fantasma no. A las cosas intangibles no puedes pedirle que se las lleve el viento. Él no podía pedirme que me fuera porque era un ser irreal que sólo observaba. Las mariposas traslucidas que debían de revolotear en su estómago no se deshacían ni con el paso de las horas.

Pero yo dejé de observar. Empecé a caminar, a dejar de ser solo una ilusión y a girar en su eje, esperando formar parte de su mundo. Esperando ser su mundo...

Lo malo de volverte real es que las navajas te cortan.

Y sangras. Y lloras. Y maldices. Y te despedazas. Así... poco a poco... el viento comienza a llevarte. A pedazos. A trozos... hasta que no queda nada.

(Polvo eres y al polvo volverás)

—Luzbel... —lo llamé.

Los ojos descoloridos como acuarelas me observaron apacibles.

Estaba equivocado, por supuesto. Yo no era el intangible aquí. No era el traslucido. No era el espejismo ni la ilusión. Desde el comienzo había sido tan real como el sol de la mañana. El intangible, el que no existía, el que observaba todo era él. Y se había vuelto palpable cuando empecé a mirarlo, cuando empecé a indagar tras el misterio de su mirada.

Había visto al fantasma bajo la luz de la luna y caminado hacía él, estirando mi brazo, abriendo mi mano para sostener algo.

Por eso, pese a que fuese yo el que tuviese la espalda lacerada, era Luzbel quien se encontraba lastimado. El viento, cruel e impecable, quería hacerlo trizas. Lo hería. La brisa lo cortaba y las mariposas en su estómago se agitaban presas de un huracán. Y aun así, él no hacia nada. Sólo dejaba que el dolor lo atravesara y esperaba pacientemente a acostumbrarse a esa sensación.

–Has despertado –dijo.

Me levanté lentamente, notando un hormigueo en todo el cuerpo.

–¿Augusto...? ¿Cuánto...?

–Llevas dos días durmiendo.

Me alarmé. Había permanecido inconsciente dos días por culpa de la droga. Busqué por puro reflejo, algún moretón en su cuerpo que me indicase que estaba herido. Algo que me dijera que Augusto se había vuelto violento con él. Pero no. Su piel seguía tan cremosa como la leche.

La miserable compañía del amor.Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon