|12|: Cercanía

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«¿Qué rayos estás haciendo, Charlotte?» «Esto es una verdadera locura, una muy grande y descabellada» esas son las palabras que se repiten una y otra vez en mi cabeza mientras miro la noche a través de la ventanilla del taxi que he tomado hace ya ...

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«¿Qué rayos estás haciendo, Charlotte?» «Esto es una verdadera locura, una muy grande y descabellada» esas son las palabras que se repiten una y otra vez en mi cabeza mientras miro la noche a través de la ventanilla del taxi que he tomado hace ya un rato.

Ni yo misma me puedo creer que este yendo a la mansión en la que vive Hades. Es una locura.

Claro que fui prevenida y hablé con mi madre, le di la dirección de la mansión y le dije que venía a buscar mi libro de química que necesitaba con urgencia. No podía decirle que vendría a asegurarme de que Hades estuviese bien. Obvio que ella se ofreció a traerme, pero le aseguré que sería algo rápido y que fácilmente podría ir y venir en taxi.

Lo cierto de todo esto es que le dejé muy bien escrita la dirección a la que voy, por si me pasa algo ella ya sepa donde buscarme. No es que tenga miedo, es que no conozco a está familia y por lo que he escuchado más dudas me asaltan en cuento que confiar en ellos.

Bueno, si muero lo haré haciendo una buena acción y cuando llegué al cielo Dios me felicitará. Punto para Charlotte.

Cuando el hombre detrás del volante se adentra a la calle donde se encuentra la mansión siento un repentino vacío en mi estómago, la ansiedad me hace apretar mandíbula y removerme en el asiento.

—¿Es al final de está calle? —me pregunta la amable voz del hombre.

Asiento —si.

Escuchando mi respuesta el interés del hombre vuelve a centrarse en la carretera.

Presiono el botón que tiene a un costado mi teléfono para mirar la hora 8: 15 de la noche marca esta. Apago la pantalla, sintiendo de pronto un nudo en la boca de mi estómago.

Me cuestiono si hice lo más inteligente, si debí venir.

Cierro mis ojos y niego, desechando esas dudas de mi cabeza. No puedo siempre dudar de las decisiones que tomo.

Una vez el auto se detiene abro mis ojos y trago saliva.

—Llegamos, señorita —me informa el hombre.

Rebusco en los bolsillos de mi pantalón algunos dólares que tenía ahorrados.

—¿Cuánto le debo, señor?

El hombre dirige su vista al medidor de distancia que le indica cuanto debe cobrarme.

—Son diez dólares con cincuenta centavos, señorita.

Cuento las pocas monedas que tengo desordenadas en la palma de mi mano y me doy cuenta que solo tengo diez dólares.

Siempre pobre, nunca impobre.

Con vergüenza levanto mi vista —señor, solo tengo diez dólares.

El hombre me mira por el espejo retrovisor y sonríe.

Perfecta Destrucción| Completa ✔️Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ