Capítulo 25: Hogar dulce hogar

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Con tan buena compañía en la mesa pudiste disfrutar un poco del tazón de comida que Bakugō te ofreció. El caldo caliente y especiado asentó tu estómago y disipó tus nervios, revigorizándote mientras veías al trío de licántropos frente a ti engullir sus porciones como si no hubieran comido en semanas.

A tu lado, el rubio ceniza tampoco se quedaba atrás devorando su plato con un hambre atroz. Notaste que incluso se atragantó varias veces conforme arrancaba un mendrugo de pan con sus dientes y sin apenas masticarlo intentaba tragarlo a la fuerza, obligándose a beber un largo trago de aguamiel para bajar la bola alojada en su garganta. Se golpeaba el pecho con el dorso de su puño, tragaba, carraspeaba y seguía comiendo y bebiendo para recuperar energías, provocándote una sonrisa que disimulaste inclinando un poco la cabeza para sorber tu sopa.

Que Bakugō tuviera tanto apetito y fuera capaz de comer de ese modo significaba que se estaba recuperando más rápido de lo que pensabas, aun sabiendo que los licántropos poseían un sistema inmune a las enfermedades y las heridas más adecuado para sobrevivir a las adversidades de la naturaleza que el de los seres humanos.

Gracias a esa cena tan relajada en compañía de sus afables amistades te sentiste integrada aunque fuera en ese pequeño grupo de muchachos ruidosos y escandalosos y de la risueña loba sentada a tu derecha, quien te mantuvo distraída durante la mayor parte de la velada con su plática.

Por unos momentos llegaste a ignorar —y hasta puede que olvidar— al resto de lobos ubicados en las mesas adyacentes, pero la extraña picazón de sentirte observaba de un modo más intenso hizo que barrieras la sala con la mirada para encontrarte con una mirada furtiva en tu dirección.

Tu expresión facial no varió, pero realmente te sorprendió que aquella mirada de disgusto y desgrado proviniera de un niño de pelo negro, corto y puntiagudo que estaba ubicado en la mesa de la líder de la manada. Justamente tomando asiento a su derecha.

Sus ojos eran grandes, pero tenían esa curvatura tan pronunciada como los de Bakugō, con las pestañas gruesas y el ceño profundamente fruncido, dándole una expresión demasiado hostil para un niño de apenas unos diez años. Las pupilas estaban contraídas, apenas dibujándose dos puntos oscuros en las cuencas que se contrajeron al cruzar miradas contigo, entrecerrando sus ojos y estrechando su visión antes de girar la cabeza con brusquedad y mostrarte el lateral de los dientes.

Sentiste un leve golpe en tu costado, como un llamado de atención, así que dejaste de observar a la mesa principal para voltear tu rostro hacia Bakugō, quien te observaba con intriga.

Él tragó con rudeza antes de hablar.

Oi, si algún cabrón te hace el más mínimo gesto desagradable no dudes en decírmelo —se limpió la comisura de su boca con los nudillos, cerrando su diestra en un puño antes de hacerla chocar con la palma abierta de su otra mano— Me encargaré de sacarle la mierda a golpes después de la cena.

Negaste rápidamente con la cabeza. Lo que menos deseabas era que él se viera envuelto en una nueva pelea.

—No te preocupes por eso —le apaciguaste, notando que hacía una leve mueca... no muy convencido. Por ello, él optó por erguirse y escudriñar el entorno por encima de las cabezas de sus amigos, contrayendo su ojo izquierdo cuando se topó con algunas miradas que no le gustaron— Katsuki, relájate. Ni siquiera les estoy prestando atención. Ya no.

—¿Entonces a quién mirabas? —cuestionó en un tono que no fue acusatorio ni receloso— Por unos segundos te quedaste tan quieta que pensé que te habían cambiado por una estatua de piedra.

—Intentaré no ofenderme por esa comparativa —te burlaste, rodando los ojos en tus cuencas para que él no irradiara tanta agresividad hacia el resto de su manada— Ni tampoco por el hecho de que no me dijiste que tenías un hermano.

My little red temptation (+18) [Katsuki Bakugou x lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora