Capítulo 39: Anillos de un árbol

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El titilar de la llama creaba sombras que danzaban en los muros de piedra, como si un vaporoso aliento la hiciera temblar con el más leve soplo. Casi podían escucharse el retumbar arrítmico de tres corazones sometidos a la espera de que la anciana hablara, aunque ella se tomó su tiempo dándole un tenue sorbo a su bebida para aclararse la garganta. Chiyo notaba la mirada de los dos lobos fijos en su pequeña anatomía, pero no se sentía vulnerable o presionada... más bien comprendía la inquietud de los jóvenes licántropos que poco sabían de los secretos de sus mayores.

—Habla ya, maldita sea —Bakugō urgió con un profundo gruñido— Estoy envejeciendo con solo mirarte.

Uhmm... ¿Siempre es así? —Chiyo te preguntó, sorbiendo una vez más.

—Todos estamos un poco nerviosos... —excusaste al rubio ceniza y plisaste las arrugas de tu falda para serenarte.

Ah... está bien —ella suspiró, entregándote su vaso para no demorarse más— Lo entiendo, lo entiendo... Supongo que mi ritmo de vida es más calmado desde que no hay licántropos a mi alrededor. La verdad es que tienen más ánimos y energía que ningún otro ser vivo que haya conocido.

¿Huh? —el rubio ceniza entrecerró su mirada, ya que nada se le escapaba— ¿Qué quisiste decir con 'licántropos a mi alrededor'?

—¿Has conocido a otros como Katsuki y Kirishima? —indagaste, contagiándote un poco de la impaciencia de Bakugō.

La curandera palmeó el dorso de tu mano con gentileza, pero con un sutil golpeteo que parecía confirmar las sospechas de todos.

—No eres la primera, ni serás la última, en tener un romance con un hombre lobo, querida —confesó con una nostálgica sonrisa.

Ambas escuchasteis un jadeo sorprendido que provino de Kirishima y, al mirarle por acto reflejo, él se cubrió la boca con sus manos para evitar que su estupefacción fuera tan audible, sintiéndose avergonzado por interrumpir la revelación. Aun así, con sus ojos abiertos como platos —remarcando sus redondeadas cuencas— era más que visible su pasmo para los allí presentes que sabían contener un poco mejor sus emociones.

—Quizás no con uno tan maleducado y gruñón como tu Katsuki, pero cada caso es diferente —prosiguió, dándole un breve vistazo al aludido antes de enfocarse en ti— De saber que él te rondaba te habría advertido de las dificultades que ocasiona emparejarse con ellos.

Sintiéndose insultado, el rubio ceniza elevó inconscientemente el labio superior para mostrar sus colmillos como advertencia, pero se dio cuenta con rapidez de su reacción y sustituyó su mueca ofendida por un sonoro chasquido de su lengua. Le debía mucho a aquella anciana, incluso tenía que reconocer que su propia vida gracias a sus eficaces cuidados, pues evitó que una posible infección en sus heridas se propagase por su cuerpo...

No debía mostrarse hostil con ella. No después de todo lo que hizo por ti y por él.

—No siempre he vivido tan apartada en el bosque, pero las circunstancias nos obligaron a alejarnos tanto de los míos como de los lobos de esta manada —con un halo de melancolía tildando su voz Chiyo enfocó sus ojos en sus manos entrelazadas, visualizando cómo los años transcurrían e iban reflejándose en su piel con lentigos y arrugas que escribían su propia historia— Le conocí una tarde lluviosa de primavera, rondando a finales del mes de marzo en un refugio natural entre las rocas. Recuerdo que entré en aquella cueva sin mirar por dónde iba por culpa de la cortina de agua que estaba cayendo. Solo quería resguardarme hasta que el clima amainase para no regresar a casa con las ropas completamente empapadas y a riesgo de atrapar un resfriado... Me percaté de que no estaba sola cuando me senté en una roca y noté que otra persona me observaba con curiosidad y una cordial sonrisa desde un recodo alejado de la entrada. No me moví ni pronuncié palabra porque jamás había visto a ese hombre... Mi prematuro juicio me hacía desconfiar de los extraños, aunque él tenía buen aspecto y no parecía tener maliciosas intenciones. Me saludó con cortesía y me ofreció un pañuelo de tela para secarme el rostro y las manos, alegando que la lluvia también le había atrapado desprevenido mientras viajaba. Una capa larga y dorada lo envolvía como una oruga para preservar el calor corporal, cubriéndolo de pies a cabeza con una capucha que ocultaba su cabello... Fue amable y gentil conmigo, dándome conversación y calmándome con el repiqueteo de las gotas siendo el único sonido que escuchábamos aparte de nuestra voz... y por inimaginable que fuera, me encontré a gusto con su compañía y me sentí reconfortada con su presencia.

My little red temptation (+18) [Katsuki Bakugou x lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora