Capítulo 22: Montañas y secretos

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La frecuencia con la que contemplabas el cuerpo inconsciente de Bakugō sobre el lomo del lobo rojizo iba aumentando conforme más os adentrabais en las montañas. La mirada inquebrantable y preocupada en tus ojos hizo que el lobo que lo cargaba gimiera lastimosamente, como si el corazón le doliera al percatarse de tu ansiedad.

Con el tiempo aprendiste a leer las emociones en los intensos rubíes del rubio ceniza, por lo que al cruzar miradas con su montura de similar tonalidad y semejanza, el hombre lobo intentó transmitirte calma a pesar del destello de debilidad a causa de las heridas de su amigo. No tenías modo de explicarlo, pues no lo conocías, pero un asentimiento entre los dos provocó que el lobo de pelaje cobrizo tensara sus patas para correr más deprisa mientras tú te aferrabas al azabache presionando tu pecho contra su espalda y los talones en sus costados. La fuerza animal de ambos no te sorprendió, pero sí te dejaba igualmente embelesada porque aquellas bestias enormes de colmillos afilados y mortales zarpas pudieran transformarse en hombres con el mismo aspecto que Bakugō, ya que sus orejas y cola lobunas eran casi imposibles de ocultar.

El viaje a la manada de Bakugō no fue muy largo en lo referente a tiempo, pues la distancia era rápidamente acortada con la carrera desenfrenada de los lobos. Supusiste que su morada residía en las montañas al final del bosque, más allá de la cascada que alimentaba el río que circulaba por el valle cuando la elevación de la tierra comenzó a crisparse entre los matorrales, dificultando el camino que conducía a los riscos montañosos que despuntaban por encima de las copas de los árboles. Cuanto más altos eran éstos, más baja era la temperatura, pues una capa de nieve cubría las cumbres de las cordilleras, todavía manteniéndose aquellos neveros a pesar de los deshielos de la primavera.

Los dos lobos que os acompañaban gruñeron cuando escucharon un aullido que sonó como una advertencia de que os adentrabais en su territorio... Y no estuviste equivocada cuando le siguieron un coro de lejanos aullidos que resonaron a través de las montañas y los árboles, perdiéndose su sonido cuando os encontrasteis con un obstáculo.

La enorme pared de roca pura se veía como un muro natural que solamente podría atravesarse si lo escalabais. No obstante, el lobo rojizo fue primero en subir, conociéndose la ruta menos escarpada para ascender sin riesgo a que Bakugō cayera de su lomo. Tu montura sacudió la cabeza antes de ladearla para mirarte, y creíste por un instante que sus oscuros ojos te pedían que te bajaras de él. Hiciste el ademán inclinándote hacia un lado para que la planta de tu pie reposara sobre la hierba, pero el azabache negó y flexionó sus patas traseras, como si te instara a encogerte sobre él.

Aunque no podíais comunicaros con palabras entendiste tu cometido, así que te abrazaste a él con brazos y piernas, presionando tu mejilla contra la parte posterior de su cuello —en la base de su nuca— y enredando tus dedos en su pelaje. Estabas segura de que podía soportar tu peso, pero debías ayudarle con la peligrosa maniobra sin desequilibrarte, ya que ambos podíais caer malamente desde lo alto del risco.

Una vez más comprobaste la fortaleza de los lobos cuando el azabache se impulsó sobre sus patas traseras y se elevó en el aire contigo en su espalda. Cerraste los ojos por inercia cuando tu cuerpo se sacudió sobre el suyo, pero tras escuchar sus resoplidos y sentir la estabilidad de nuevo bajo sus cuatro patas te atreviste a separar tus párpados y levantar la cabeza para mirar a tu alrededor.

Sobre el muro, el camino continuó hasta llegar a una abertura en la tierra. Era como un gran cráter dentro de la montaña y en su ladera podías apreciar las cavidades esculpidas en piedra, formando puertas y ventanales que pasarían desapercibidos desde la lejanía. Las paredes estaban llenas de cuevas que se crearon de manera antinatural, similares a las aberturas de las colmenas sin la forma geométrica. Casi todas tenían una luz tenue que brillaba dentro de ellas; en otras se habían colocado antorchas altas a lo largo del borde del área y en algunas linternas que colgaban de la entrada de la cueva.

My little red temptation (+18) [Katsuki Bakugou x lectora]Where stories live. Discover now