Capítulo 41: Un acaramelado despertar

19.1K 1.5K 700
                                    

La serenidad era un rasgo inusual en el rostro de Bakugō, pero habías tenido la fortuna de visualizarla en cada amanecer cuando despertabas a su lado. Las líneas fruncidas y hundidas que a menudo pintaban el espacio en su entrecejo estaban ausentes, desaparecidas; y sus cejas estaban levantadas y libres de cualquier tensión, completamente laxas bajo su flequillo. Su boca estaba relajada y dejaba que una respiración suave se deslizara a través de sus labios entreabiertos sin hacer ruido. Las orejas de lobo asentadas en su cabeza se movían de vez en cuando, preguntándote qué sonido estarían captando para que se crisparan de esa forma. La ventana de vuestro sencillo salón estaba abierta, así que tal vez él podría escuchar las reuniones de lobos fuera de la cueva preparándose para sus deberes matutinos o, incluso, hasta el más leve roce de la tela de tu ropa cuando te inclinaste junto a él en el sofá. No podías oír más que el susurro de los dos ejemplos que pensaste, reconociendo que no percibirías ninguno de los dos tan bien como el rubio ceniza y, además, sabías que él probablemente se jactaría de su perfecta audición si expresabas algún asombro por ello.

Quizás tus tenues pasos acercándose a su posición le advertían de tu presencia, pero no se alertaba al reconocer que eran tuyos. Sin embargo, mientras dormía sin ruido, vulnerable de cualquier manera posible, parecía más humano de lo que normalmente habrías pensado que era. La diferencia podía ser inmensa por los sentidos desarrollados y la fuerza primitiva que poseía, pero él hablaba con claridad, caminaba a tu lado sobre sus dos piernas —la mayor parte del tiempo— y dormía exactamente igual que tú. Tal vez ciertas partes de su cuerpo fueran un poco diferentes a ti en lo que se refería biológicamente, pero en última instancia y sin esas distinciones, Bakugō era solo un hombre normal que se había quedado dormido en el sofá.

Anoche aguardaste su regreso después de que Kirishima y los demás decidieran acompañarte después de la cena, pero el rubio ceniza no apareció a pesar de que la oscura noche se cernió sobre las montañas con la luna despuntando en lo alto del firmamento. La vela que prendiste mientras le esperabas en ese mismo sofá estuvo a punto de consumirse antes de que decidieras irte a la cama, perseverando a que Bakugō se uniera a ti entre las sábanas. Fue raro cuando te desvelaste durante la madrugada e inconscientemente buscaste su calor palmeando a tientas el jergón para encontrar su complexión descansando a tu lado, pero estabas tan exhausta que tu esfuerzo quedó en un débil puchero y tu brazo extendido como si todavía lo buscaras en sueños. Al despertar, descubriste que su lugar en el colchón continuaba vacío y sin rastro de su presencia, extrañándote que hasta su almohada estuviera plisada y bien acomodada, claro signo de que él no estuvo contigo en ningún momento.

No obstante, las preguntas que se formularon en tu mente pronto hallaron su respuesta cuando recorriste la morada y localizaste su cuerpo derrumbado en el acolchado mueble. Bakugō dormía bocabajo, sobre su estómago, con una pierna extendida a lo largo del sofá y sobresaliendo su pie derecho por encima del reposabrazos. Su otra extremidad inferior se despeñaba por el borde del cojín, forzando a que su rodilla se flexionara como si se hubiera caído de bruces. El brazo derecho estaba ubicado bajo su cabeza, sirviéndole de apoyo al descansar su perfil contra su bíceps; y al igual que su pierna izquierda, su brazo izquierdo tampoco había atinado en encajarse en el ancho del sofá, de modo que sus nudillos rozaban el suelo. Era obvio que llegó a casa y que apenas dio un par de zancadas antes de desplomarse allí mismo, surgiéndote la cuestión de a qué hora regresó.

Le observaste con infinito cariño mientras permanecías arrodillada en el piso, justo en el espacio comprendido entre su brazo y su pierna colganderas. La idea de despertarlo se te hacía amarga, pero si ibas a salir temprano hacia la cueva de Aizawa, donde Chiyo aguardaba, y querías que él lo supiera porque intuías que querría acompañarte.

Tomaste la decisión de darle una caricia suave y lenta para desvelarlo poco a poco, optando por rozar su mejilla con las puntas de tus dedos en dirección a su cabello. Casi al instante, el característico fruncir de cejas de tu pareja resurgió junto a un quejido caprichoso que sonó muy parecido al lloriqueo de un cachorro que correteaba en sueños. A pesar de su reacción no detuviste tu afecto, rascando su cuero cabelludo con las uñas y sonriendo tontamente cuando su cola lobuna se balaceó con pereza contra la parte posterior de sus muslos. El zarandeo se volvió más enérgico y espabilado al dirigir tu toque hacia su nuca para masajear los nudos de incomodidad que se habían generado tras su mala postura, indicándote de ese modo que le gustaba el sitio donde le rascabas. Bakugō gruñó con sedosidad, recordándote a un profundo y grave ronroneo, mientras tensaba los músculos de su espalda y recogía sus extremidades hacia el sofá, teniendo que rodar sobre su costado para quedar recostado sobre su lateral derecho. Aún así, permaneció con los párpados sellados, destacándose la gruesa línea de sus pestañas cuando te aproximaste a su rostro y besaste el puente de su nariz, ascendiendo con delicados y livianos besos con el centro de tus labios.

My little red temptation (+18) [Katsuki Bakugou x lectora]Where stories live. Discover now