Secretos de familia

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Los padres de Julia habían vivido en un edificio antiguo, que fue señorial en el pasado; aún contaba con un portero que cuando ellos entraron se encontraba ausente. Julia sintió alivio, aquel hombre la conocía desde niña y no se sentía capaz de cruzarse con un conocido ahora. Vació el buzón, que rebosaba de propaganda y recibos, deprisa y casi a hurtadillas.

—Es bonito —alabó Ilbreich mientras subían en el viejo ascensor de caja de madera.

—No lo era tanto cuando empezamos a vivir aquí —recordó ella. Se recostó sobre Rodrerich, que la abrazó como si quisiera envolverla—. El edificio y la casa necesitaban muchas reparaciones. Pero era grande, y estaba cerca del trabajo de mi padre.

Tantos recuerdos... el olor a madera antigua del descansillo, el ruido de las campanas en la iglesia cercana. Incluso la cerradura inferior, que siempre se atascaba un poco en la segunda vuelta. La puerta se abrió con un crujido y ante sus ojos se desplegó el caos: El mueble del recibidor estaba caído en el suelo, y el contenido de los cajones esparcido en un rincón. Un paragüero de loza estaba volcado también, y a través de la puerta acristalada pudo ver el mismo desastre en el salón.

—No... —La ira le borboteó, se sentía como quien visita una tumba para encontrarla profanada.

Se apresuró a entrar, con la cabeza disparando un inventario de daños. Pero antes de que pudiera dar dos pasos, el rey lobo la tomó por la cintura y la arrastró de nuevo al descansillo.

—Quédate aquí —ordenó.

Ilbreich había cambiado, aumentando su tamaño todo lo que su ropa admitía sin rasgarse. Un pelaje que podría confundirse con un vello corporal demasiado denso le cubría el dorso de las manos, y la parte inferior del rostro se le había alargado hacia delante hasta darle un aspecto grotesco.

—Sería mejor que bajaras de nuevo —aconsejó con un tono demasiado tranquilo—. Te llamaremos en cuanto revisemos...

—Ya no estarán dentro —protestó Julia—. Habrán robado en cualquier momento de estos meses pasados.

—La puerta no está forzada —observó Rodrerich—. Han usado una llave maestra. Sí, pueden ser ladrones, pero...

—No huelo al Enjambre. Si fueron ellos, ya no están dentro.

Aquello tranquilizó a los hermanos lo suficiente como para que la dejaran entrar con ellos. En el salón los armarios estaban abiertos, los libros de las estanterías por el suelo y el sofá caído con el tapizado desgarrado de forma casi regular.

—No se han llevado la televisión ni el equipo de música —indicó Ilbreich, tenso.

Julia fue derecha a la que había sido la habitación de sus padres; no solo habían rajado también el colchón: las maletas que su familia había llevado en el último viaje estaban abiertas y desparramadas.

—Falta el portátil de mi madre —constató con desaliento—. Y los móviles de todos.

Rodrerich levantó del suelo un puñado de anillos, un collar de perlas de tres vueltas y un reloj de plata con la correa rota.

—Han reventado el joyero buscando un doble fondo, y han dejado en el suelo el contenido. No ha sido un robo.

—Buscaban datos, información —dedujo Ilbreich, con los ojos saltando de esquina en esquina. Se habían vuelto dorados y la línea de las pestañas estaba oscurecida, como si se los hubiera pintado—. ¿Hay más ordenadores en la casa?

En el estudio había un ordenador de torre y por un momento Julia pensó que se había librado del asalto; una inspección más cuidadosa mostró que habían sacado el disco duro.

Rey LoboHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin