Política cambiante

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La cena fue mucho menos formal de lo que Julia temía. Pese al salón de lámparas de araña y paredes enteladas en azul imperial, se dispuso un buffet con mesas pequeñas y altas, donde la gente se agrupaba para charlar. Vestidos con las largas túnicas, el grupo de visitantes resultaba el más imponente entre las gentes de Aguamusgo, la mayoría en vaqueros, faldas sencillas o pantalones sueltos.

—Entiendo la urgencia por atacar el nido de Mesas de Piedra —meditaba Holger con un canapé en la mano—. Si no esperamos sentados sobre nuestras colas a que la malla rompa la senda, el valle de los Coria está a un día de viaje, y se trata de enfrentar a un solo nido. Con eso recuperaríamos, por una vez, terreno perdido al Enjambre. Otros clanes podrían unirse después de algo así.

—Pero hay algo que no te convence —observó Rodrerich.

—Si ese nido se parece al que enfrentasteis en Rendalen, hablamos de cincuenta guerreras o más. Incluso si Colmillos de Fenrir se nos une, las fuerzas van a estar demasiado igualadas. Y yo no puedo desplazar a todos mis cambiantes, no puedo dejar desprotegido Aguamusgo. Estamos en el mismo borde de las tierras del Enjambre.

—Habías dicho que últimamente esquivaban esta zona.

—Y por las noticias que habéis traído, puede deberse a una criatura del fulgor descontrolada. Hasta ahora hemos resistido porque controlamos los accesos. El Enjambre sólo puede avanzar a través de la malla y, bendito sea, media docena de mis linajes pueden tejerla. Pero si esa criatura camina por el fulgor, no sirve de nada clausurar zarcillos. Y si se traslada de lugar puede provocar el efecto contrario, una oleada que barra a mi clan.

—Entiendo tu problema. ¿Qué propones entonces?

—Que el siguiente golpe sea en Oslo. Que limpiemos esos nidos para tener las espaldas cubiertas.

—No estás hablando en serio. —Teresa pateó el suelo irritada—. Si cincuenta guerreras te parecen excesivas, ¿cuántas esperas que haya en la enjambración de Oslo? ¿Varios cientos? ¿Un par de miles? Ni siquiera sabemos cuántos nidos vamos a encontrar.

—No se trata de atacar todos los nidos a la vez.

—En un terreno tan escaso, estarán conectados por zarcillos —observó Ilbreich—. Atacar uno es arriesgarse a tener hordas de guerreras confluyendo contra nosotros en minutos.

—El fulgor en Oslo está agostado, eso es un hecho —insistió tozudo el Bailiff—. Hace casi dos décadas que el Enjambre lo tomó. La mayor parte de sus efectivos estarán hibernados.

—Pueden reanimarlos muy rápido en caso de ataque. —Rodrerich sacudió la cabeza—. Imposible, Holger. Claro que desearía acabar con ese criadero, pero no somos suficientes.

—Lamento oírte decir eso.

—¿Esa es vuestra condición definitiva? —interrogó Teresa, impaciente—. ¿Nuestro compromiso para atacar un corazón del Enjambre?

—En absoluto. Esto es solo una charla preliminar. —El Bailiff hizo un arco envolviendo las camisas sport, las mesas de copas y las bandejas de emparedados, como recalcando lo informal de la situación—. Hasta que no reúna a la asamblea, no dispondré de una respuesta definitiva.

—Holger —Rodrerich habló muy despacio, con una voz suave y controlada—, ¿Hemos venido hasta aquí en representación de Mesas de Piedra y Refugio de Hielo... y aún no has reunido a la asamblea?

—Está planeada para dentro de dos días —contestó el Bailiff sin inmutarse—. Primero quería tener la oportunidad de hablar contigo... con vosotros.

—La última vez que lo comprobé, Refugio contaba con teléfono —informó Teresa sarcástica.

—Mañana nos esperan en los Colmillos de Fenrir —advirtió el Rey Lobo con el mismo tono suave.

—... Y luego quieres ir a Oslo. No estaréis de vuelta en Refugio antes de tres días, y para entonces tendréis nuestra respuesta. Y yo querré saber también la del clan del Colmillo, en cuanto os la den.

El puño de Rodrerich se crispó en un movimiento involuntario, antes de relajarse de nuevo deliberadamente. Ilbreich tocó con suavidad a Julia en el hombro. Los ojos le brillaban y tenía una mueca en la cara que ella no supo descifrar si respondía a la ira o a la risa.

—¿Me ayudas un momento? Voy a buscar unas cuantas bebidas... Con mucho hielo.

—Trae una para mi, Chiq... príncipe. Por favor —pidió Teresa. En su caso no había duda, estaba indignada—. Un doble. De cualquier cosa.

—La heredera de Coria ha pasado una prueba de fuego —afirmó Ilbreich en la mesa de las bebidas, mientras colocaba en fila varias copas con dedos diestros—. Si hoy no ha mordido a Holger, tiene por delante una brillante carrera de diplomática. Y mi pobre hermano... yo suelo tomar a esa trucha resbaladiza con más humor, y me he alejado para no sacudirle; imagino lo que le deben estar picando a él los puños.

—¿Pero qué es lo que quiere Hoger, por qué está dando largas?

—Ganar tiempo. No quiere comprometerse hasta saber si las fuerzas que Rodrerich pueda reunir son suficientes para una guerra a gran escala. A él no le interesa atacar nidos dispersos cuando su clan vive al borde del desastre. Lo que me fastidia es que no hablase claro desde el principio. —Sirvió tres zumos, los adornó con una sombrilla de cóctel y luego llenó hasta el borde dos jarras de cerveza negra—. Una para mi y otra para el Bailiff, si no habla no puede ponerlo peor. Brisa es nacidalobo, así que no querrá alcohol. ¿Qué bebe Teresa?

—Vodka, creo. Entonces, ¿nos ha hecho venir para nada?

—No tanto, si los Colmillos se unen, creo que Aguamusgo también lo hará. Una alianza significa al fin esperanza para su clan, no puede darle la espalda. —Puso varios trozos de hielo en un vaso largo, y luego lo llenó de vodka helado. Tras un momento de duda, colocó una tira de limón colgando del borde como una alegre serpentina—. Pero no movilizará a toda su gente, porque no sabe si esta iniciativa atraerá a otros clanes y podrá crecer o terminará deshaciéndose. Y no se atreve a debilitar sus fuerzas. Le puedes decir a tu amiga que el vodka lo beben aquellos a los que no les gusta el alcohol. Y que dado el poco efecto que produce a un cambiante, bien puede abandonar por completo.

—Resulta agotador cuando empezáis con la política, ¿sabes? Imaginaba que tratándose de hombres lobo tendríais un enfoque... no se, mas directo.

—¿"Con este hacha gobierno"? ¿Yo-gran-puño-y-pegar? Me temo que no somos más estúpidos que los humanos. Y ni de lejos más simples.

—Dijo el hombre lobo que debe pelear con su hermano por el título de rey.

—Ah, ¿ya te han hablado de eso? —Tendió a Julia dos copas de zumo y se las arregló para sujetar el resto él mismo—. Yo estoy a favor de fingir un combate, pero Rodrerich es demasiado honesto y a mi se me da fatal el teatro. Lo cierto es que cuando eres capaz de hacer crecer un palmo de garras y unos colmillos que envidiaría un dientes de sable, sabe mal no utilizarlos. Pero nos sabemos contener cuando toca, mira a tu amiga Teresa.

—Lo que veo es que o le llevas ese vodka, o por la cara que está poniendo va a practicar el gran-puño-y-pegar con Holger.

—De acuerdo, algunos cambiantes son más expeditivos. Espero por el fulgor profundo que en los Colmillos estén también en esa categoría. Porque lo peor que nos puede pasar es tener a todos nuestros aliados esperando que sea el de al lado el primero en mojarse el pie.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora