No soy de su propiedad

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Las siguientes horas pasaron aburridas: Brisa y ella se habían quedado solas y la loba entretenía a los niños, así que a Julia solo le tocaba "descansar", que sin un libro con que distraerse era una experiencia frustrante. Se alegró cuando Teresa y Diego volvieron.

—¿Vamos a ponernos en marcha?

—No. —Teresa parecía preocupada—. El Rey Lobo y su hermano van a adelantarse y volverán con la gente de Rendalen. Tenemos demasiados heridos, entre la lucha y los que se lastimaron en el forcejeo por escapar.

—¿Es seguro permanecer aquí? —se preocupó Julia. El olor se había ido disipando, pero las señales de la batalla no invitaban a la tranquilidad.

—No menos que en cualquier otra parte, de hecho es posible que más. —Teresa estiró el brazo vendado, incómoda—. Ese grupo de guerreras escoltaba una reina inmadura. El fulgor no está agostado, así que el nido madre no puede estar demasiado cerca; y si estaban enjambrando no marcharían al territorio de otro nido. Lo que me preocupa es que el rey Lobo haya preferido ir solo a Rendalen con su hermano. Creo que quiere la oportunidad para preparar a su gente.

—No crees que nos reciban bien ¿verdad?

—Toda manada tiene pugnas internas, más cuanto más grande, y Refugio de Hielo es de las mayores —explicó Diego—. Rodrerich tendrá opositores, y va a llevar a una docena de cambiantes que solo le deben lealtad a él. Pueden verlo como un golpe de mano.

—En la parte buena, la gente joven lo encontrará una oportunidad increíble para encontrar pareja —apuntó Teresa—. No te sorprendas tanto. Piensa, dentro de un clan estamos muy emparentados... ¿Cuántos candidatos crees que quedan si descartas a tus primos directos?

—¿Y es obligatorio que os caséis con otros hombres-lobo? —preguntó Julia escandalizada.

—No, pero el linaje lobo necesita territorios recónditos. Encontrar a alguien que esté dispuesto a irse a vivir a un lugar así no es fácil. Luego está el cómo y cuándo se lo dices. Y si quieres una oportunidad de que tus hijos nazcan cambiantes, necesitas que tu pareja sea un linaje.

—U otro cambiante —supuso Julia. Ahora entendía porqué Ilbreich se había emocionado cuando descubrieron que podía manipular el fulgor.

—Pues tampoco. Las uniones entre cambiantes pocas veces producen hijos —Teresa se encogió de hombros—. Cuando empiezas a restar, las opciones no son demasiadas. Y de repente vamos a estar dos clanes mezclados, todo el invierno y en Noruega. Lástima que ya no tengamos edad para andar con globos de agua porque las ocasiones van a sobrar.

Las siguientes horas dieron la razón a Teresa; Julia vio alrededor un decidido intento para acicalarse. Sin agua para ducharse ni maquinillas no parecía haber muchas opciones, pero los Coria parecían acostumbrados a la precariedad: vio desde afeitarse con las navajas multiusos a disimular en recogidos laboriosos las melenas sucias después de días de marcha. Incluso Brisa acudió, tímida, a pedirle que le hiciese una trenza de raíz.

—Me recuerda a mi primera convención médica —le comentó a Diego—. Yo pensaba que la gente acudía por las conferencias, y la mitad solo pensaba en pillar.

—La vida sigue —reflexionó él—, y en una guerra no hay tiempo que desperdiciar. Es bueno que se lo tomen así, si la gente de Refugio de Hielo ofrece otro tanto será realmente una alianza. De lo contrario acabarán viéndonos como invasores. Y somos muchos menos.

Hubo un cambio de improviso. Los cambiantes se levantaron, haciendo una línea en frente del linaje. No estaban en forma completa de combate, pero si una intermedia, agazapados sobre dos patas. La gente se puso en pie, y pronto se oyó por el túnel un aullido corto y repetido, aproximándose. Diego se relajó.

—Un saludo, no un aullido de guerra.

A inhumana velocidad, una decena de lobos llegaban corriendo por el túnel; eran de pelaje más claro que los Coria; blancos, grises y negros. Todos llevaban a uno o dos pasajeros en el lomo, hombres y mujeres jóvenes vestidos con trajes de nieve. La manada se detuvo a pocos metros y elevaron el hocico hacia el techo, con un canto ululante. Los cambiantes Coria les acompañaron acompasando el canto e incluso un par de lobos de sus jaulas se unieron. Luego, como dos corrientes que se mezclan, ambos grupos se disgregaron el uno en el otro.

—Ahora sí vamos a ponernos en marcha —avisó Diego. Un enorme lobo blanco y gris se abrió paso hacia ellos, medio corriendo medio brincando.

—Hola, Ilbreich —saludó Julia, reconociendo su exuberancia. Fue premiada por un alegre gañido y un lametón que le dejó la mejilla babeada. Después el lobo se lanzó sobre Brisa y los niños y rodaron todos entre chillidos y ladridos.

—Es como un peluche gigante.

—Los nacidolobos a menudo son así con los niños —aseguró Diego, mientras metía a toda prisa en la mochila algunos artículos desperdigados—. Luego los ves combatir y ya te haces otra idea.

Ilbreich cambió a una forma intermedia, con los niños sobre los hombros y la loba debajo del brazo.

—Ayudo yo vosotros, ¿si? Brisa dicen vaya con lobos.

—Sin duda —asintió Diego—. Van a agradecer a alguien conocido, después de lo que han pasado no se si perderemos a alguno de puro estrés. Y no me quedan sedantes. Julia, se que estoy abusando mucho, pero...

—Vete con ella, tranquilo. Estando Ilbreich para trepar por él, tus hijos no me van a dar ninguna guerra.

Con nuevo impulso y nuevo humor, el clan se puso de nuevo en marcha, reforzado. El avance era puntuado por un guirigai de conversaciones en mal español, peor inglés, francés, alemán... Los miedos de Teresa parecían infundados, al menos una parte de Refugio de Hielo parecían encantados con la invasión.

—Hola —le interceptó un muchacho con cara plana y anchos hombros—. ¿Necesitas ayuda? Hablo español. Muchos veranos en España, antes.

«Y yo que pensaba que cuatro niños y un príncipe echarían atrás a cualquiera»

—...Nosotros estamos bien... Ya ves a Ilbreich.

El muchacho cabeceó un saludo hacia su príncipe, pero no pareció desanimado.

—Estuve en la costa, año pasado. Ibiza. Mi nombre es Bjørn.

—Yo soy Julia.

«Ya no me lo quito de encima hasta Rendalen», se resignó. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver una figura alta y poderosa que se acercaba a largas zancadas. Rodrerich. No parecía complacido.

«Nonono. Solo me faltaba una escena...»

Aquello era como ver una colisión a cámara lenta. Rodrerich fue directo hacia ella, la besó en la sien y luego se volvió hacia Bjørn y sonrió.

Fue convincente. Si no hubiera visto antes el ceño, Julia la hubiera tomado como genuina. Soltó una parrafada a Bjørn en noruego de lo que Julia sólo entendió tusen takk, muchas gracias, y su propio nombre. Luego tomó al muchacho del hombro y le señaló hacia atrás. Por último dedicó a Julia una mirada de disculpa y una frase larga de la que esta vez no distinguió nada.

—Frena. —Se estiró la camiseta para que él viera su cuello desnudo—. Teresa. Lo tienen Teresa y Olaya, no te estoy entendiendo una palabra.

—Que disculpes mucho él —colaboró Ilbreich—. Necesitan gente atrás.

Cuando Rodrerich y un alicaído Bjørn se marcharon, Julia soltó un bufido indignado.

—¿Qué os pasa a los tíos? ¿Ninguno madurais en esto más allá de los quince? Solo le ha faltado sacarla y marcar.

Ilbreich bufó de risa.

—¿Perdona él? No mucha práctica.

—¿No decías que era el Don Juan de la familia?

—Don Juan, si, pero no interés por más. Viudo muy joven.

—¿Estuvo casado?

—Poco —Ilbreich parecía incómodo ahora—. Perdió mujer, perdió hijos. Guerra de clanes. Primera vez contigo que veo interesado más.

Incuso a su pesar, Julia se ablandó.

—De acuerdo, pero debería acordarse de que no es un lobo todo el tiempo. No soy de su propiedad.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora