Un perro herido

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"...sweet and sound she sleeps in granny's bed, between the paws of the tender wolf"
Angela Carter

"Qué pena.
Que yo no pueda ser tu perro.
Y comer de tu mano,
para tener un dueño."

Víctor Manuel


***Rendalen, Noruega***

—Ponle una mano encima y caminarás sobre tres patas.

Jakob gruñe y enseña los dientes, pero retrocede. No me extraña: en la forma de combate, mitad lobo mitad hombre, su contrincante es enorme. Ilbreich roza con la cabeza el techo de piedra, es una montaña de músculo rematada por colmillos y garras de medio palmo. Uno a uno nadie puede derribarlo.

El problema es que son una veintena.

—¿Por qué la defiendes? —Astrid se levanta de la grada circular y desciende al interior del círculo, para encarar a Ilbreich. No es tan masiva, todo músculos alargados bajo el pelaje gris tormenta. Pero la he visto entrenar y es veloz y mortífera—. ¿Por qué te importa tanto esa extranjera?

Ilbreich aulla indignado.

—Es la mujer de Roderich. ¿Hacen falta más motivos?

Astrid sacude la cabeza, desechando la respuesta.

—Es sólo la mujer a la que preñó, ni siquiera compartía cama con ella. —Cada palabra un puñal, porque son ciertas todas y cada una—. Ella tenía muchas razones para hacer desaparecer a tu hermano: si el hijo que lleva dentro es un cambiante, será el heredero.

—Si el niño crece y es un cambiante. Hasta ese momento, el heredero de Rodrerich soy yo. Quizás debieras acusarme a mí.

Se hace un silencio. Por supuesto, de eso se trata. Ilbreich rechina los dientes.

—¿Me acusas a mí de traición?

Contengo el aliento. Ni siquiera Ilbreich puede enfrentar a todo el consejo. Y si cae, mi vida y la de mi hijo caerán también.

«Rodrerich, chucho sarnoso. ¿Dónde demonios estás?»




***Palencia, España. Cuatro meses atrás.***

Julia no imaginó al verlo que fuese un lobo. Era demasiado grande, el pelaje demasiado claro. Y no pensó que un animal salvaje entraría en el patio de su casa para beber de un charco.

Él tampoco pareció asustado al verla. Siguió lamiendo el agua, que huía de una manguera mal cerrada y se amansaba sobre el suelo. Tenía que estar abandonado: en la aldea no vivía nadie más. Algunos propietarios acudían unas semanas en verano, pero el otoño estaba ya muy avanzado.

—Hola, guapo. ¿De dónde sales tú?

La voz salió como un graznido, hacía días que no hablaba con nadie. Se quitó los guantes y extendió la mano. Era un animal bonito pero descuidado; tenía magulladuras y calvas, le hacía falta un baño y un buen cepillado. Se acercó despacio, para no sobresaltarlo. Él la ignoró hasta que estuvo a un brazo de distancia. Sólo entonces levantó la cabeza y frunció el hocico sin gruñir, pero desnudando unos colmillos como navajas.

No fue Julia quien retrocedió; sus pies tomaron la decisión solos como el corazón al acelerarse. Más tarde comprendería que su cuerpo había sido más listo que ella: había reconocido al depredador.

En aquel momento en cambio, con la respiración todavía agitada, se le escapó la risa. Qué reacción más tonta, qué miedo excesivo ante ese perro sediento, que le había dicho "no te acerques más" de un modo casi cortés. 

—Vale, no quieres mimos. ¿Y algo de comer?

"Quién da pan al perro ajeno pierde el pan y pierde el perro". Pero aún así entró en casa, sacó un plato de carne picada y se la acercó, agachada y estirando mucho el brazo. Él la olfateó y se acercó cojeando sobre tres patas.

Julia se llevó la mano a la cara, horrorizada. Las manchas del pelaje no era sólo de barro, tenía un flanco abrasado y en carne viva. Una de las patas delanteras, pelada y consumida. También tenía ensangrentado el costado de la cabeza.

—Por Dios, sales de la guerra o qué.

Los perros en las aldeas están sueltos y sufren atropellos, o quedan atrapados a veces en las máquinas agrícolas. Pero era difícil imaginar qué le había podido pasar para acabar con esas heridas. Y estaba hambriento: había limpiado el plato a toda velocidad. Cuando se relamió, además de los colmillos blanquísimos Julia vió heridas profundas en la mandíbula. Se sentó en el suelo, para parecer lo menos amenazante posible.

—Pobre bicho. ¿Te han maltratado? No me extraña que seas desconfiado.

El animal le miró con atención, aún paseando la lengua por los belfos. Movió la cola una sola vez de lado a lado. Luego avanzó hasta ella, sentó las ancas sobre el suelo y puso la pata sana sobre uno de sus hombros y,  con un suspiro, la pesada mandíbula en el otro. Ante el remedo de abrazo Julia se echó a llorar.

—Al menos para ti vale de algo que siga viva.

Rey LoboWhere stories live. Discover now