Brisa

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Para cuando estuvo saciada y pudo echar un vistazo alrededor, los hermanos también habían terminado de comer. Les habían prestado unos batines algo raídos; Julia vió con nuevos ojos la costumbre "tan de pueblo" de las tías de Teresa de vestir con bata y zapatillas, fuese verano o invierno. Ropa fácil de quitar si se ha de pasar a otra forma. «He estado viviendo rodeada de bestias míticas y nunca lo sospeché», pensó con incredulidad.

La escalera ciega por la que habían entrado la fascinaba, caminó de vuelta y subió los escalones, casi esperando que alguien se lo impidiera. La piedra de la pared estaba tallada con gruesos trazos en espiral. Bajo los dedos era tan fría y sólida como podía esperarse. Los escalones bajo sus pies estaban levemente curvados en el centro, como si cientos de pasos los hubieran desgastado desde el día que se pusieron allí. Apoyó la frente en el muro.

—¿Te encuentras bien? —Una cara flaca y preocupada la observaba desde el pie de la escalera. La más joven del grupo de los hippies, una chiquilla apenas adolescente, de pelo lacio y trigueño. La había visto paseando por el pueblo vestida con ropa de mercadillo mal combinada. ¿Brisa, le habían dicho que se llamaba? Casi todos en ese grupo usaban ese tipo de sobrenombres new age.

—Confusa... —Palmeó la piedra una última vez, se dio la vuelta y se sentó en los escalones. —No sé qué hago aquí.

Brisa subió y se acomodó a su lado. Puso una mano sobre la pierna de Julia.

—Cuando cambié por primera vez, me sentía igual. Los hombres y mujeres del linaje saben lo que les espera después del cambio, pero yo soy nacidalobo. Todo era nuevo y estaba muy asustada.

Las palabras de Brisa iluminaron un rincón nuevo de ese extraño mundo en el que había aterrizado.

—¿Nacidalobo? ¿Quieres decir que no eres una mujer que se convierte en lobo sino una loba que se convierte en mujer?

—Justo —rió Brisa—. Si yo pude aprender a ponerme un tampón, tú estarás bien enseguida.

Brisa le rascó con la mano libre detrás de las orejas, y a Julia se le escapó una carcajada. Aún así no se retiró. El gesto tenía la sinceridad y era tan consolador como el de un gato frotándose.

—¿Y eres feliz, Brisa?

La chica se encogió de hombros.

—No son buenos tiempos. Todos estamos asustados. Pero ahora tengo una manada enorme. Si el Enjambre no me mata voy a vivir décadas ¡Y hay tantas cosas que no hubiera visto si hubiese permanecido loba! Cada día es diferente. Hoy te he conocido a ti, de verdad conocido, y es estupendo.

Si alguien podía predicar el carpe díem sin parecer pretencioso, era una loba-mujer. Y algunas de las cosas que había dicho resonaban cuerdas profundas en Julia. Formar parte de una familia. Ver maravillas como ese santuario imposible de piedra. ¿Compensaba el horror de la mujer transformada en insecto, o los tres hombres que había visto morir?

Notó un golpecito cortés en el pie, Rodrerich se había escabullido hasta los escalones y llamaba su atención. «Hablando de compensaciones» pensó Julia.

—Brisa, él es Rodrerich, Teresa no le deja hablar en noruego y no sabe español. No se si es un invitado o un preso. «Tampoco se lo que soy yo».

—No estés asustada por ellos —tranquilizó la chiquilla—, no tienen aspecto de ser vecinos así que no creo que haya deudas de sangre con su manada. Además, han combatido al Enjambre y en estos tiempos no hace falta más para ser bienvenido.

Sonrió a Rodrerich y extendió la mano con torpeza, los dedos colgando hacia abajo. Él estudió ese gesto desmañado, ladeó la cabeza y lo ignoró. Se aupó a la escalera y juntó su mejilla con la de Brisa. La chica le correspondió con evidente placer, olisqueando y frotando su cara contra la del él.

—Este me cae bien —declaró cuando se separaron.

«Te he visto ahí, Don Juan. Menuda forma de hacerle la rosca» pensó Julia mientras Rodrerich se ponía cómodo en los escalones, a los pies de las muchachas. De alguna forma se las arreglaba para no estar ridículo con un batín y las canillas al aire. Tenía un aspecto sobrio, como un monje en su hábito.

«Claro que tal y cómo repartes leña, serías un monje saolín»

—Le he visto como lobo. —Brisa interrumpió sus cavilaciones—. Raro, tan blanco y peludo. No es feo. ¿Es tu pareja?

Julia se retorció bajo la pregunta como una hormiga bajo la lupa.

—Bueno, es complicado. No exactamente.

—Los nacidohombres siempre contestáis así. —Brisa se inclinó hacia Rodrerich, le señaló con un índice, apuntó el otro a Julia y luego frotó ambos, lado con lado. Con un chillido, Julia le cubrió las manos.

—¡Pero qué haces! ¡No le preguntes eso!

La chica aullaba de risa; Rodrerich sonrió también, se puso la mano en el pecho y se inclinó. Después se la llevó a los labios, cubriendolos.

—Eso, ¿ves? Un caballero no anda contando esas cosas.

—Pues a mi me parece que él sí que quiere ser tuyo...

La aparición de Teresa la libró por los pelos de tener que contestar.

—Veo que os ha dado tiempo para a estrechar amistades... —Señaló al fondo de la sala, donde Ilbreich estaba haciendo pesas con dos niños pequeños, uno colgado de cada brazo—. Brisa, cielo, ¿sustituyes a Chiquitín para que mis sobrinos me lo devuelvan? La abuela quiere conocer a los turistas y no le gusta esperar.

Rey LoboWhere stories live. Discover now