Diego

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Los siguientes días fueron de actividad frenética: la familia de Teresa se había trasladado al santuario con poco, pero debían marcharse con lo que pudiesen cargar. Entre tanto, Julia tomó a su cargo las pequeñas dolencias y lesiones de los refugiados. Rezaba porque no surgiese nada serio, como una apendicitis aguda. Estaba organizando un botiquín básico cuando oyó una voz a su espalda.

—Toma. Esto lo vas a necesitar.

Julia se volvió para recibir en las manos un paquete de ropa de invierno. Una o dos tallas más grande, pero sin duda le servirían. La cara de su benefactor le era familiar: flaca y afilada, como muchos de los Coria, y solo un par de años más joven que ella... ¿Se llamaba Diego? Dieguito, Guito... De chiquillos era el admirador eterno de la hermana menor de Teresa. Tuvo un recuerdo fugaz y luminoso, Diego y María con doce años, cogidos de la mano, escondidos en el callejón detrás de su casa. Teresa y ella en la azotea, con un globo lleno agua y esperando a que se dieran su primer beso. Pese a todo, se habían casado una década después.

«Ahora es su viudo» Comprendió con un escalofrío. Teresa le había confesado que María era una de los tres mensajeros desaparecidos. Diego señaló la pila de prendas.

—Estoy repartiendo ropa de abrigo. No te librará del invierno en Noruega si tenemos que pasar mucho rato en el exterior, pero la temperatura tampoco será cálida en el zarcillo cuando nos acerquemos.

—Me salvas la vida... no tenía ni una chaqueta. Espera... ¿Me estás diciendo que vamos a ir hasta Noruega a través del... zarcillo? ¿¿Andando todo el camino??

El hombre le lanzó una mirada sorprendida. Luego dejó escapar un suspiro y se sentó a su lado

—Nadie ha encontrado tiempo para explicarte las cosas, ¿verdad?

—¿Como qué? —Julia se sintió a la defensiva, tratada como una ignorante.

—La forma de la malla no se pliega a nuestra lógica. El príncipe Ilbreich cruzó desde Rendalen a este extremo en un solo día, en forma animal y al trote. Nosotros llevamos niños, ancianos y las jaulas con el linaje lobo. Nos llevará tres o cuatro.

—Tres o cuatro días andando desde aquí a Noruega... ¿A través del mar?

—No, no tiene nada que ver con las distancias o la geografía a la que estás acostumbrada. Por el zarcillo nos hundiremos en el fulgor profundo y escogeremos una ruta a través de la malla. Cuanto más te adentras en el fulgor, más te alejas de este mundo y sus limitaciones. He oído comparar los zarcillos con agujeros de gusano, pero yo... no lo encuentro apropiado ni como chiste. La malla es una red que crece y cambia por sí misma. Para mi es algo vivo. Más consciente que un árbol, menos que un animal.

—¿Y el fulgor es como el espacio? ¿O una dimensión paralela?

Diego hizo un gesto casi de dolor.

—Para mí y para muchos es el alma de la creación. Todo lo que está vivo toma fuerza del fulgor, y al mismo tiempo la retorna, en un balance que es diferente cuando eres niño o anciano. Al morir... —Hizo una pausa larga. Por un momento había hablado con entusiasmo, que ahora se apagó en una tristeza de plomo— . Al morir lo devolvemos todo. Cuando se aísla una criatura viva del fulgor, se marchita y muere en pocos días... y cuando entras a él, reclama lo suyo de golpe y mueres muy rápido, así que si encontramos un desgarro en el zarcillo, mantente bien alejada.

Julia asintió.

—Con eso creo que sabes lo suficiente para afrontar el viaje —Le tendió la mano, algo cohibido—. Creo que ni me he presentado. Soy Diego.

—Lo se, nos conocemos. ¿No te acuerdas de la gran guerra de globos de agua?

—No esperaba que tú lo hicieras.

—Claro que sí. Teresa y yo nos gastamos toda la paga en globos. Fue un verano divertido.

—Y refrescante.

Diego sonrió por un momento. Para Julia fue una victoria alejarlo de la niebla sin colores de la pérdida, aunque fuera por un instante. «Así. Un paso de cada vez»

—Te tengo que dejar ahora. —se disculpó él— Aún no he repartido la ropa a todo el mundo y la abuela me ha mandado también preparar un par de inventarios.

—¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?

—Si quieres encargarte tú de organizar los medicamentos que necesitamos llevar, sería un alivio. Olaya me lo ha mandado a mi, pero soy veterinario, no médico.

—Y yo enfermera... solo tengo cuatro asignaturas aprobadas de medicina. Haré lo que pueda. Para empezar, si vamos a andar durante días, vamos a necesitar antiinflamatorios, y remedios para las ampollas.

—¿Ves? Yo solo había pensado en los enfermos crónicos... las ampollas no es algo que me encuentre en mi línea de trabajo. 

Rey LoboWhere stories live. Discover now