El don de los carroñeros

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—Los linajes tejemos el fulgor —explicaba Diego—, así es como se fabrican los talismanes. Es una tarea que requiere tiempo y concentración.

Extendió ante Julia algunos materiales sencillos: Unos cinceles de acero y un pequeño martillo, un yunque del tamaño de una palma y algunas lascas de piedra. Estaban sentados en el suelo de una habitación de piso y paredes acolchadas, que se utilizaba para entrenar.

—Los talismanes pueden tallarse en piedra, cortarse en madera o incluso tejerse literalmente en una tela. Luego están los rituales, donde el fulgor se manipula sin guardarlo en un talismán: eso fue lo que viste cuando colapsamos Mesas de Piedra. También llevan su tiempo, y a diferencia de los talismanes deben ser completados de una sola vez.

—Todas las sagas coinciden en que el don prohibido era muy rápido, capaz de incapacitar en un par de latidos —aseguró Roderich. 

Se recostaba contra la pared con los brazos cruzados y vestía una camiseta y un pantalón de gimnasia que dejaban poco a la imaginación; Julia no sabía si era por la indiferencia ante la desnudez del pueblo lobo, o realmente se estaba luciendo. Habían pasado dos días desde el funeral y aquella era la primera vez que estaban juntos sin una multitud alrededor, ¿cabía considerarlo una primera cita?

Diego se rascó la cabeza.

—Cuanto más poderoso es un linaje más rápido puede tejer, pero no de forma instantánea. La única manipulación que puede ser tan rápida como se quiera es cuando se desteje retornando la energía al fulgor. Pero ya conocemos las consecuencias.

—Lo sé —asintió Rodrerich, sombrío.

—Yo no —protestó Julia.

—Perdóname. —Rodrerich sacudió la cabeza con pesar—. Fue lo que le ocurrió a Yule, cuando rompió el nudo de zarcillos bajo la reina. Si un linaje arranca la energía más rápido de lo que puede retornarla al fulgor, esta le daña. Cuando se hace de forma instantánea y en cantidad suficiente puede matarlo.

—Cuando se destruye un talismán o un anclaje de esa forma, diriges el fulgor a tu propio cuerpo, a un ser vivo —meditó Diego—. Guarda cierta simetría que el don prohibido funcione así. Bien, vamos a empezar.

Ante esa orden Ilbreich, que había estado tumbado en el suelo en su forma lobuna, se levantó moviendo la cola.

—Tú no, cachorro —indicó su hermano, parándolo con el pie—. Al menos hasta que hayas cerrado esa cuchillada. Yo seré tu conejillo de indias, Julia.

—¿Y si es peligroso? La guerrera ardió cuando usé ese poder contra ella.

—Las criaturas del Enjambre no son como los cambiantes, almacenan energía del fulgor pero sólo pueden alimentarse a través del nido. —Rodrerich se sentó frente a ella con las piernas cruzadas—. Nosotros tomamos la energía de forma continua como cualquier otra criatura, sólo que mucho más rápido.

—Pero el don prohibido se usaba para dañar a los cambiantes. ¿Puede mataros?

—Las sagas dicen que sí.

—Si funciona como el resto de dones, al principio no deberías poder manipular demasiada energía —aclaró Diego—. Piensa que cuando te enfrentaste a la guerrera fue con el tirón del propio fulgor. Y puesto que estamos en un remanso poderoso, el rey recuperará muy rápido lo que le quites. Enlazar las manos.

Durante los siguientes minutos, Julia intentó todo lo que a Diego se le fue ocurriendo. Imaginar un río y desviar mentalmente su corriente. Imaginar que Rodrerich era niebla y aspirarlo con lentitud. Intentar moldearlo como si fuera arcilla. Una hora más tarde sentía el trasero dolorido de estar en la misma posición, y entre sus manos solo había otras, muy vivas y tibias. Decididamente no eran agua, ni aire y ni tierra.

—Lo siento. Tengo la impresión de estar haciendo perder el tiempo a todo el mundo... nunca fui muy buena con la meditación o las imágenes mentales.

—Pocas veces se consigue el primer día —le consoló Diego—, incluso cuando ya ha surgido un estallido del don. A menudo son necesarios meses de entrenamiento hasta que lo puedes volver a tocar. Podemos dejarlo por hoy.

—Y yo no lo considero tiempo perdido. —Rodrerich se puso en pie y le tendió la mano de nuevo para ayudarla a levantarse, con aquella sonrisa ladeada tan suya. Estrechó unos segundos sus dedos, antes de asegurar el agarre con un guiño.

Julia palmeó alrededor algo confusa; la superficie acolchada no era lo más apropiado para mantener el equilibrio. Por error su mano libre se posó sobre el costado herido de Ilbreich, que había estado dormitando junto a ellos durante la clase. El lobo lanzó un quejido de dolor; Julia intentó retirar su peso, horrorizada. Y entonces pasó... algo. De una mano a la otra, desde el cambiante completo al herido. Con un aullido Ilbreich cambió a la forma de combate, mientras Rodrerich caía de rodillas.

—¿Qué he hecho? ¿Qué ha pasado?

—¿Estais bien? —Diego los miraba, preocupado—. ¿Príncipe? ¿Rey Lobo?

—Bien, sólo... —La mano de Rodrerich parecía consumida y arrugada. Mientras miraban fue recuperándose, el músculo creciendo de nuevo y rellenando la piel. Él abrió y cerró el puño, maravillado—. Cómo si hubiera estado horas con ella dentro del fulgor... ¿Ilbreich?

Su hermano volvió a la forma humana, algo confuso.

—Cambié sin desearlo, parecía que mi cuerpo lo hubiera decidido solo. Ha sido inquietante pero nada más.

—Menos mal. —Julia rodó para ponerse de rodillas—. ¿Y te he lastimado? ¿Cómo está la herida?

Sorprendido, Ilbreich se palpó el costado y luego se giró para mostrarsela. Solo quedaba una cicatriz rojiza marcando el lugar donde había estado la cuchillada. 

Rey LoboWhere stories live. Discover now