Animales de presa

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Julia extendió la mano para buscar la de Rodrerich y ambas chocaron a medio camino. Él le dedicó una convincente mirada de embeleso y devolvió la sonrisa al recién llegado con expresión distraída. Se llevó la mano de ella a los labios un segundo, antes de responder.

—No... mi mujer es española y ahora vivimos en Rendalen.

"Emocionarse" no sería la palabra que pudiera definir cambio de actitud del hombre, pero cuando oyó la última palabra, se inclinó hacia delante y su mirada se volvió más intensa.

—Ah... así que visitando la ciudad.

Se sentó a la mesa sin esperar invitación, y puso encima un móvil. En la pantalla se mostraba un dormitorio enorme, con grandes ventanales.

—Me han cancelado la reserva de una casa... se la alquilaría barata. Está bien situada e incluso tiene una pequeña sauna.

Fue mostrando imágenes bien encuadradas, profesionales: un baño con jacuzzi, una cocina plateada y blanca con un frutero de bienvenida sobre la mesa, un salón amplio con una televisión casi tan ancha como julia era de alta.

—Es preciosa —alabó Rodrerich. Se llevó otra vez a los labios la mano de Julia, que temblaba, y se la apretó suavemente— pero ya tenemos dónde dormir.

—¿Y no pueden cancelar la reserva? Como he dicho, les cobraría poco. —Mencionó un precio en coronas que Julia estaba demasiado nerviosa para traducir a euros. Rodrerich puso cara de absoluta consternación.

—Sí que es barata... es una pena. No cogimos seguro de cancelación, así que de todas formas tendríamos que pagar nuestro alojamiento completo. Lo siento. Si tiene una tarjeta... aunque supongo que en otras circunstancias será bastante más cara.

—Nunca se sabe, estas cosas pasan a menudo. —Les tendió una tarjeta anodina mientras se levantaba. No parecía contrariado, aunque sí impaciente. Seguía manteniendo la misma sonrisa obsequiosa—. Coméntelo con sus amigos cuando vuelvan a Rendalen.

Paseó la mirada por las mesas, debió decidir que nada allí le interesaba y salió por la puerta sin despedirse. En cuanto desapareció Rodrerich se puso en pie y tomó el abrigo.

—Vamos. ¿Crees que podrás rastrearle?

—Seguro, huele muy fuerte, más que cualquier espía del Enjambre que hubiera olido antes. ¿A que ha venido esto? Cuando se acercó pensé que estábamos cazados.

Salieron a la noche helada y caminaron sin ruido tras la huella química, hablando en susurros.

—Intentó ponernos un lazo —aclaró el Rey Lobo—, pero no porque supiera lo que somos. Este lugar debe atraer turistas nacionales, y él está reclutando. Eligiendo víctimas de visita en Oslo.

—¿Para tener espías en la zona que quieren invadir?

—Si. Su reacción quiere decir que Rendalen les interesa, no son buenas noticias. Tampoco que su olor sea tan fuerte: lo que los linajes dais forma y percibís no es otra cosa que el fulgor. Y cuanto más cristaliza un miembro del Enjambre o un cambiante, más poderoso es. Ese zángano debe ser antiguo.

El reclutador había entrado en un nuevo local. A través del cristal le vieron hablar con un grupo de chicos jóvenes.

—¿Por qué no aceptaste su oferta? —preguntó Julia, pegada a su cuerpo como a una luz en la noche.

Rodrerich frotó su mejilla áspera contra la sien de ella.

—No es buena idea ir como presa a una trampa segura, aunque no esperen enfrentar a un cambiante. —El reclutador salió de nuevo con la misma brusca prisa y se internó en una zona más solitaria, entre grandes almacenes sin ventanas—. Si no logra encontrar a nadie que le interese, volverá quizás al nido.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora