La prueba

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Eran cinco en total, los tres muchachos y un matrimonio anciano que Julia reconoció de Mesas de Piedra. El grupo les sonrió sin sobresalto, luego algo en la expresión de Rodrerich y Olaya les alertó.

—Uno de nuestros huéspedes cree haber detectado a un cuco del Enjambre —anunció el Rey Lobo sin rodeos—. Uno de vosotros.

Obedeciendo a un gesto de Olaya, el matrimonio se apartó. Ambos se apresuraron a abandonar los vestuarios mientras instintivamente los chicos se agrupaban.

—Al contrario. Separaos los tres.

—No puedes aceptar una acusación así, sin más —protestó Dagr-con-r. Julia se dio cuenta que debía ser más joven incluso que Ilbreich.

«Por dios, que no sea él» rezó Julia. Le resultaba imposible adivinar cuál era, en cuanto el vapor de la sauna había escapado el olor lo había invadido todo. Los ojos de Rodrerich saltaban de uno a otro

—No voy a hacerlo, he mandado llamar a Inga. Separaos —ordenó, con una intensidad que no admitía réplica—. Si uno de vosotros es un zángano, los otros dos corren peligro.

Obedecieron, nerviosos. Tenían la piel de gallina y Julia sintió lástima.

Como en una danza, los tres cambiantes se situaron delante de cada uno y ganaron tamaño, en una forma corpulenta cercana a la de combate. La tensión y el miedo eran palpables, y el olor químico, cada vez mayor. Julia se preguntó qué significaba, o si realmente eran todo alucinaciones suyas y aquello terminaría con una vergonzosa explicación. Afortunadamente, no pasó mucho antes de que Ilbreich llegase. Le acompañaba una chiquilla que no aparentaba más de catorce años, de enormes ojos aguamarina y pelo casi blanco.

—Aquí... lo tenía preparado —jadeó la chica—, con un nido tan cerca deberíamos haberlo comprobado...

—Adelante, Inga —pidió Rodrerich con tono amable.

Tras rebuscar un poco en una maltratada mochila de Hello Kitty, la niña extrajo algo que parecía una punta de lanza. Estaba tallado en una madera pulida de color avellana. El chico más cercano extendió la mano y Teresa se apartó para dejarle paso.

—¡¡No!!

El grito vino a la vez de Olaya y Rodrerich. Lo siguiente fue muy rápido: El chico se movió como una culebra; aferró el trozo de madera y lanzó con él una cuchillada hacia el pecho de Inga. Al mismo tiempo Ilbreich la abrazó y se giró en redondo. La pieza de madera se le hundió en el flanco y un instante más tarde Teresa derribaba a su atacante contra el suelo.

Julia saltó hacia delante, Ilbreich había caído sobre una rodilla y su costado humeaba. Inga manoteaba intentando sacar la astilla.

—¡Espera!

Se arrodilló junto al príncipe y con una toalla presionó la herida, al tiempo que con la otra mano envolvía la madera y tiraba. No la sintió caliente, pero la herida tenía un aspecto espantoso y ennegrecido. También apestaba a pelo quemado, pese a que en su forma humana el príncipe no era especialmente velludo.

—Julia, ¿cómo essstá mi herrrrmano? —pregunto Rodrerich. Incluso a través de la distorsión de las fauces, Julia adivinó la tensión en su voz. Mantenía a Dagr inmovilizado contra el suelo, mientras Olaya sujetaba al tercer muchacho.

—Estoy bien, Lobo —aseguró Ilbreich. Tenía los ojos apretados y la respiración acelerada—. Duele como el rayo, eso es todo.

—Ha fallado por un pelo los riñones —amplió Julia—. Pero apenas sangra... no se si es bueno o malo. ¿Por qué no se cierra? Las balas que recibiste en casa se curaron en minutos.

—Le ha clavado un talismán, fulgor cristalizado —aclaró Inga. Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Lo siento, lo siento muchísimo.

—La culpa no ha sssido... tuya... ssssino mía —afirmó Teresa, que aún se esforzaba por mantener inmóvil al atacante. El chico se retorcía pese a la montaña de músculos que le aferraba. La mano con la que había empuñado la astilla estaba tan negra y consumida como el costado de Ilbreich.

—Vennn aquí, Inga —ordenó Rodrerich—. Prrrrruebalosss a ellosss.

Secándose las lagrimas, Inga presionó la astilla contra el brazo de los dos chicos restantes. Julia no vio nada notable, salvo la cara de alivio de todos los implicados. Tanto Olaya como Rodrerich liberaron a sus cautivos y les ayudaron a ponerse de nuevo en pie.

—No voy a poderrr ssssujetar... mucho másss a esssste... sin rrrromperr algo que necesssite —jadeó Teresa.

Aún en forma de combate, el Rey Lobo rodeó a la pareja que forcejeaba en el suelo, se acuclilló y aferró con ambas garras la cabeza del muchacho. Antes de que Julia entendiese lo que iba a hacer, los brazos peludos tensaron unos músculos potentes como cables y la cabeza giró media vuelta. Las vértebras se partieron con un crujido horrendo. 

Rey LoboWhere stories live. Discover now