Harald el Maldito

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—Las sagas no hablan de la capacidad de curar —explicó Rodreich—, cuando se componen el don prohibido se considera un crimen, y no podemos esperar que digan algo bueno de sus portadores. Sin embargo saberlo ayuda a entender algunos pasajes que siempre me parecieron oscuros.

El pequeño grupo se había trasladado a la habitación de Julia para que Ilbreich pudiera vestirse. Aún no había terminado de trasladar sus cosas; lo cierto era que los últimos días había permanecido casi siempre en forma de lobo. El príncipe asintió mientras rebuscaba en el armario.

—Según esos relatos los partidarios de Harald el Maldito se enfrentaron a fuerzas diez veces superiores... y sobrevivieron todos —recordó—. Y cuando su esposa cambiante Kjellfrid desafía a sus enemigos...

Aunque mil veces me derribéis en tierra, mil me levantaré de nuevo, pues mi voluntad no flaquea y tampoco el poder de mi rey. Vosotros caeréis para no alzaros jamás; y el fulgor no ha de recibir vuestros restos —declamó Rodrerich. Se había recostado en la cama al lado de Julia y por una vez parecía tranquilo y feliz—. Esa es una de las acusaciones que se esgrimen contra los portadores del don, porque tienen la capacidad de destruir el cuerpo de un enemigo de forma que no pueda celebrarse un funeral por él. Su espíritu queda condenado a vagar por este mundo sin descanso ni retorno.

—¿Ese Harald era rey? —preguntó Julia, curiosa— ¿No se supone que para heredar la jefatura del clan hace falta ser cambiante? Había entendido que los cambiantes no manipulan el fulgor.

—La ley en Refugio de Hielo no establece que sólo los cambiantes hereden —explicó Ilbreich—, aunque la sucesión es por combate, lo que en la práctica es lo mismo. Pero Harald Vargsón era el mayor de sus hermanos, y era portador de un don que le hacía más poderoso que el resto de pretendientes. Por muy cambiantes que fueran.

El más fuerte ha de gobernar para proteger el linaje y la tierra, ¿y acaso no he hecho yo doblar la rodilla a mis hermanos una y cien veces? ¿Quién desafía al que puede arrancar carne y alma de los huesos con un gesto de la mano? —volvió a recitar Rodrerich—. Para ser justos, arrojar a los enemigos al mar o a una hoguera para impedirles el paso al fulgor, era un gesto de crueldad que se estilaba en la sagas de la época. No lo inventa Harald. De cualquier forma muchos cambiantes no lo aceptaron como rey. Se produjo una guerra interna y continuas luchas durante los siguientes veinte años. Finalmente Harald fue asesinado a traición y el don fue prohibido.

»Kjellfrid sobrevivió a su esposo, y se retiró la zona de Trondhein con sus hijos y partidarios. Allí fundaron un nuevo clan y durante generaciones reclamaron la posesión de Refugio de Hielo. Eventualmente, el linaje Vargsón se extinguió entre ellos y el don desapareció, pero la guerra entre ambos clanes se mantuvo.

—Ufff. —Julia se recostó en la cama, rascándose la frente—. Ahora veo a qué te referías con que tu clan tenía "una larga historia" con ese don.

—Era la marca del enemigo. Un poder difícil de resistir, y que removía temores muy profundos en mis antepasados, pues no sólo era capaz de matar el cuerpo sino de destruir el acceso al más allá. Aparte de las sagas, hay cuentos bastante oscuros de carroñeros que se se infiltran durante el invierno, haciendo desaparecer sin rastro a vigías y cazadores. O de bebés que van consumiendo a sus familiares desde la cuna.

—El monstruo con el que las mamás hombre-lobo asustaban a sus cachorros —resumió Ilbreich. Se había puesto unos vaqueros y una vieja camiseta, y estaba amontonado ropa y libros en un par de pilas—. ¿En Mesas de Piedra es igual?

—Bueno... la parte de los cuentos sí, alguno he oído de pequeño —aseguró Diego—. Pero ese don ya estaba proscrito cuando se fundó nuestro clan, sobre todo por el sacrilegio que supone negar el acceso al fulgor. No recuerdo oír que se aplicase la ley contra alguien de la familia, pero no soy un menestrel ni las viejas sagas me llamaron jamás la atención.

La última frase hizo levantar una ceja a Ilbreich; Rodrerich por su parte le lanzó una mirada ofendida. Julia se tapó la boca para aguantar la risa; los dos hermanos eran muy distintos, pero en momentos como ese no podían negar el parecido familiar.

—¿Y la capacidad de detectar al Enjambre? —preguntó con curiosidad— ¿No hablan tampoco de eso las sagas?

—El último Vargsón de Trondhein murió en el siglo quince, y no hay memorias tan antiguas sobre el Enjambre.

—Dudo que nuestros antepasados se hubieran dado tanta prisa en expulsarlos si tuvieran que enfrentarse a los zánganos —aseguró Ilbreich. Se incorporó con una pila de ropa entre los brazos y lanzó una mirada de disculpa hacia Julia—. Te he dejado espacio, perdona que no lo haya hecho antes.

—No tengo mucho que guardar ni tú estabas para andar haciendo mudanzas. ¿De verdad te encuentras bien?

—Totalmente recuperado. Pica un poco, como cualquier cicatriz reciente. Ni caso a las viejas sagas: el don prohibido es maravilloso.

—Me temo que antiguamente se usaba más como arma que como remedio —indicó Rodrerich—. ¿Te ayudo con eso?

—Pues ya que te ofreces... —Ilbreich señaló con el pie una pesada columna de libros—. Puedes flexionar además unos cuantos músculos para Julia.

Ante eso su hermano le lanzó una mirada torcida, pero se levantó de la cama.

—Sabes que ahora que estás curado no tengo por qué consentirte, ¿verdad?

—¿Era por eso? Yo pensaba que el golpe de la cabeza te había dejado secuelas. Julia podría hacer con eso la tesis cuando se graduara.

—Da gusto verlos así —exclamó Julia cuando se alejaron—. Me había parecido que Rodrerich ejercía demasiado de rey con su hermano.

—Y no me extraña. Lo asombroso es que se lleven bien en absoluto —Diego bajó la voz—. La posición de tu Rey Lobo no es muy sólida por lo que hemos estado averiguando. ¿Recuerdas lo que dijo Ilbreich, que la jefatura del clan se decidía por combate? Pues no es algo del pasado, cada Rey Lobo debe derrotar al anterior para heredar Refugio de Hielo.

—¿Me estás diciendo que Rodrerich mató a su padre para ocupar su puesto?

La idea la dejó helada. Rodrerich sólo había mencionado al antiguo rey un par de veces, pero le había parecido que su pérdida era reciente y le dolía.

—No es necesaria una lucha a muerte, aunque en la práctica lo es porque el rey derrotado suele internarse en el fulgor. Rodrerich no lo hizo. El rey Fredrik caminó al fulgor sin que ninguno de sus hijos lo hubiera desafiado... tenía noventa y cinco años, y no le quedaban muchas fuerzas.

—Bien por ellos, entonces.

—Te entiendo, el problema es que Rodrerich es rey porque su padre lo había preparado para ello, pero a ojos de los más tradicionalistas no ha ganado ese puesto.

—¿Y nunca ha pasado que un rey muera antes de que le puedan retar?

—A menudo; los cambiantes son guerreros y mueren en la guerra. En ese caso el título se dirime con un combate entre los candidatos. Tampoco se ha hecho ahora ¿Y quién crees que ganaría en una pelea mano a mano entre los dos Vargsón?

—Pues... salvo que pase como en las películas, cuando el maestro anciano y delgadito vence al guerrero fortachón sin derramar su té, diría que Ilbreich. Aunque no tuve tiempo de andar comparando estilos cuando pelearon contra las guerreras en el zarcillo.

—Pues te aseguro que hubo quien sí lo hizo. El Rey Lobo es un guerrero serio, pero su hermano impresiona. La opinión general es que ningún cambiante ha disputado el puesto a Rodrerich porque suponen que Ilbreich se interpondría. Así que en la práctica Rodrerich es rey sólo mientras su hermano quiera. No es la mejor situación para mantener el respeto de los suyos.

Rey LoboWhere stories live. Discover now