Un amante silencioso

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—Lo nuestro no puede prosperar. Seguro que soy mucho mayor que tú. Y tenemos poco en común... distintas especies y todo eso.

Se refugió en el humor para eliminar la tensión. ¿Un sueño erótico o de nuevo alucinaciones? No te desnudas en un sueño ¿O sí? Buscó a tientas su pijama, desparramado por el suelo. Tenía agujetas en el trasero, como se tienen tras un polvo después de meses de abstinencia. Y la mirada fija de Peluche la inquietaba.

—Ya sabes... ha estado bien, pero no te emociones.

Se encerró en el cuarto de baño. No quería pensar en la noche pasada. Se sentía desleal y sucia. También aliviada, como si la zarpa de la depresión hubiera aflojado por unas horas su agarre.

Entró en la ducha, esperando que aún quedase agua caliente en el termo y se lavó con esmero. Después se encontró mejor. «Han pasado ya seis meses. Que la líbido vuelva es natural. No puedes ni quieres enterrarte viva» . Y si, seguro que tener fantasías con tu mascota es inquietante, pero ¿Quién tenía en aquella soledad que le inspirase ternura?

—Nadie —murmuró en voz alta—. No me queda nadie.

Se secó rápidamente, se vistió y fue a la cocina para desayunar. Tendría que aprovechar en lo posible las horas de luz, hasta que la corriente volviera. Peluche la acompañó con el hocico pegado a su pierna, mimoso. Ella le acarició detrás de las orejas y la cabeza poderosa, pero cuando le mordisqueó la muñeca, lo apartó como si quemase. Él solo pareció perplejo. Durante todo el día, se mantuvo por los alrededores de la casa, sin alejarse.

Y por la noche, Julia volvió a sentir una boca pegada a la suya y unos brazos fibrosos abranzándola en la oscuridad. No se resistió. Volvió a tomar lo que la noche tenía para regalarle. La mañana ya le traería dudas, culpa, miedo.

Lo que no esperaba era despertarse abrazada a un hombre de carne y hueso. Tenía el pelo castaño y desastrado, señales de quemaduras casi curadas y la piel clara rallada de cicatrices. Julia dejó escapar un suspiro largo. Estaba más allá del miedo. Él la abrazó y le acarició la cabeza. No estaba dormido, tenía los ojos bien abiertos y la miraba. Movió los labios como para hablar. Un carraspeo, un gemido. Como si hubiera olvidado cómo se forman las palabras.

—Si has estado encantado mil años, esto va a ser muy incómodo. No se si me gustan los hombres mayores.

Él le rozó los labios con una mano callosa. Volvió a mover los suyos, sacudió la cabeza con frustración. Luego, como si renunciase a una forma de comunicación más directa, unió su boca a la de ella y le mordisqueó los labios, el cuello, el pecho. La giró con facilidad para ponerla sobre él a horcajadas e hicieron de nuevo el amor a la luz inclemente de la mañana. 

Rey LoboWhere stories live. Discover now