¿Estoy loca?

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"Eres responsable de lo que domesticas". Julia no recordaba dónde había leído la frase, pero decidió que se aplicaba a su situación. Aunque el bicho parecía estar más que acostumbrado a la gente: en cuanto ella entró en casa se coló detrás.

—Vale, supongo que ponerte una mantita en la leñera está descartado, ¿verdad? De todas formas hace demasiado frío. Ven a la cocina al menos, que te limpie esas patas...

Con un paño húmedo y un barreño de agua lo lavó lo mejor posible y revisó con cuidado las heridas. Parecía un milagro, ninguna estaba infectada. Trabajó con cuidado de no lastimarlo, pero aún así cuando terminó el agua estaba tan teñida de sangre como de tierra.

—A ver qué tal pasas la noche, y mañana veo si puedo curarte o te llevo al veterinario. No te preocupes, te vas a poner bien. Yo voy a cuidar de ti.

«Ni siquiera sabes cuidar de ti misma». —Le araño un pensamiento cínico. Lo enterró con decisión mientras tiraba el agua sucia y caminaba hacia el salón, con el perrazo detrás. Nada más entrar, fue directo al sofá, se subió de un brinco y se tumbó encima.

—Me lo vas a llenar todo de pelos, so golfo.

«Y de sangre, pobre». Estaba lleno de mataduras. Julia recordó que en el gran mueble del fondo había sábanas y mantas viejas. Sería mejor cubrir el sofá, porque desde luego ella no tenía corazón para expulsar al bicho al suelo.

—En la estantería de arriba, cómo no.

Julia se estiró con un gruñido. Rozó con dos dedos la punta de una sábana... nada, iba a necesitar una silla...

Una mano mucho más grande que la suya se extendió por encima de su cabeza y atrapó la sábana con facilidad. Julia se revolvió demasiado asustada para chillar. Enfrente suyo había un hombre enorme y desnudo. El pelo castaño le caía desgreñado por los hombros; un golpe brutal le amorataba el cráneo desde la sien a la oreja, tenía el brazo izquierdo y el costado ennegrecidos y cubiertos de ampollas; el pecho y los muslos repletos de cicatrices antiguas y desgarros recientes.

Atrapada entre el desconocido y el armario, a Julia le pareció que sus pensamientos chocaban entre si en un accidente en cadena. Cuando él le tendió la sábana, la aceptó por puro instinto y se abrazó a la solidez de la franela como un náufrago a un trozo de tabla. El hombre se volvió y cayó de rodillas, después a cuatro patas. Todo su cuerpo comenzó a cubrirse de pelo, las nalgas se le achicaron, los muslos se acortaron mientras los pies se estiraban, hasta que los talones alcanzaron media pata. La cola blanca y negra brotó del final de su columna semejando una extraña planta.

Caminando sobre tres patas, de nuevo un animal bello y maltratado, volvió a subirse al sofá y cerró los ojos. Julia se dejó caer hasta el suelo.

—Me he vuelto loca. Loca del todo.

Se quedó allí un buen rato, temblando, hasta que le pareció que el animal se había dormido. Solo entonces, deslizándose pegada a la pared, caminó hasta su cuarto y cerró la puerta por dentro.

Rey LoboWhere stories live. Discover now