Fulgor y malla

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Se despertó de nuevo con un hocico húmedo tocándole la mejilla. Gruñó y enterró la cara en el pelaje de Rodrerich, huyendo de la claridad perlada que iluminaba el zarcillo.

—Si no hay té de romero no me levanto —protestó.

—Tienes café de puchero —informó la voz de Diego—. Y leche caliente.

Julia suspiró y se obligó a abrir los ojos. Alrededor olía a comida y humanidad, el clan estaba desayunando y preparándose para alzar el campamento. Rodrerich cambió y tocó con dos dedos el medallón.

—Debo irme ahora. Olaya necesitará organizar a los cambiantes para la marcha.

Ella paseó la mirada alrededor. No vio por ningún lado el pelaje gris y blanco de Ilbreich, ni su desmadrada estatura.

—¿No vamos a esperar por el grupo de Teresa?

La cara de Rodrerich se ensombreció.

—Si llegan al óculo nos alcanzarán en pocas horas. Si les ha ocurrido algo... no podemos quedar retenidos aquí sin provisiones.

Besó a Julia en la sien y permaneció unos segundos inmóvil, con la mejilla apretada contra su cabeza. Luego se levantó con aquella gracia depredadora y se alejó hacia la vanguardia de la columna.

Diego entre tanto estaba vistiendo a sus hijos. Con un suspiro, Julia se arrodilló para echarle una mano.

—Deberían haber llegado ya, ¿verdad?

—Aún es pronto para preocuparse. Ellos sabían que necesitábamos tiempo para llegar al zarcillo y cortarlo; que cargamos con los lobos, niños y ancianos. Habrán querido comprar tiempo suficiente, y darnos algo de margen para lidiar con imprevistos. Y aún tendrán después que despistar al Enjambre y llegar hasta nosotros.

A Julia le pareció que quería tranquilizarse a sí mismo tanto como a ella. Cuando se pusieron en marcha, más de un miembro del clan lo hizo mirando con angustia hacia el camino que dejaban atrás.

Fuese por esta reticencia o porque ya no tenían al Enjambre en los talones, la marcha se retomó con un ritmo más pausado, y Julia pudo seguirla sin complicaciones. El túnel que recorrían no era regular: presentaba nódulos prietos y zonas traslúcidas, por las que se podía ver distorsionada la danza de luces que había vislumbrado cuando colapsaron Mesas de Piedra.

—Es menos brillante aquí ¿verdad? —preguntó a Diego

—Sí. Mesas de Piedra estaba construida en un santuario, un lugar donde el fulgor remansa tocando la piel del mundo —respondió con un suspiro de añoranza—. Por eso aquí te parece deslucido. Casi todas las fortalezas de nuestro pueblo están construidas para guardar esos lugares. Y son la raíz de la mitad de las guerras entre clanes.

—¿Qué los hace tan necesarios?

—Que el poder del fulgor es más accesible. Los cambiantes son mucho más poderosos allí...

—¿Por eso se curaron tan rápido los que se quemaron peleando contra las guerreras el día que nos encontraron? —interrumpió Julia— A Rodrerich le llevó semanas recuperarse en mi casa.

—Si. Pero eso no es lo más importante. Es también el lugar donde los linajes tejemos ese poder dentro de talismanes y hechizos. Los más poderosos entre nosotros pueden exprimir el fulgor en cualquier parte del mundo, pero son escasos y el esfuerzo necesario, terrible.

Señaló hacia el frente, donde podía distinguirse las formas de guerra de los hombres lobo sobresaliendo de la columna.

—Los cambiantes son guerreros imparables, y eso les ha convertido en la nobleza de nuestro pueblo. Pero somos los linajes con talismanes de combate, protecciones y el resto de poderes que otorgamos quienes podemos decantar una guerra.

—Si son tan importantes, ¿por qué Olaya ordenó destruir Mesas de piedra?

—Para que no se convirtiera en pesebre del Enjambre. El remanso sigue ahí, pero al arrancar el ancla y romper los sellos, su poder ya no es accesible. La reina tendría que tejer kilómetros de zarcillo para alcanzarlo. Si algún día volvemos... abrir un santuario es algo que pocos tienen oportunidad de realizar. Me gustaría vivir para ello.

Hicieron una parada a lo que Julia imaginó que era mediodía, para comer y descansar. Rodrerich se pasó a verlos, pero estaba poco comunicativo y nervioso. Cuando renaudaron la marcha, Julia no tuvo que preguntar si Teresa y los demás deberían haber llegado ya. Era obvio que los nervios estaban en tensión y que algunas familias se estaban quedando atrás.

—¿Va a mandar Olaya a alguien a buscarlos? —preguntó en cambio.

—No puede. Quedan nueve cambiantes, los menos poderosos o más jóvenes, y tu Rey Lobo. Enviarlos dejaría al resto de la familia sin protección. —Señaló a las paredes: los anillos cada vez eran más irregulares y en algunos tramos presentaban nudos y verdugones, como gigantescas cicatrices en relieve—. Estamos adentrándonos en la malla, este zarcillo se juntará pronto con otros... y por ellos puede llegar cualquier cosa.

A las pocas horas Julia vio la primera confluencia: el túnel por el que caminaban se dividía en tres más angostos. La columna se introdujo por el central, mientras una pareja de cambiantes montaba guardia en los laterales. Parecían alertas, y preocupados. Diego se separó de improviso de la columna y se dirigió a uno de ellos. Los cambiantes le dejaron pasar sin preguntas. Se arrodilló a pocos metros y sacó algunos instrumentos de su mochila.

Julia no intentó seguirlo: aquel conducto tenía un aspecto diferente. Estaba deformado, como si se hubiera comenzado a derretir y endurecido después; bajo los pies de Diego el material no parecía tan flexible como del otro lado de la unión. Y exudaba una inconfundible peste química que Julia había aprendido a asociar con el Enjambre.

Rey LoboUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum