La historia de Julia

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—Tú. Gracias. —Rodrerich entrecerró los ojos, forcejeando con la frase. Una de las "velas" de Ilbreich ardía entre los dos—. Tú salvaste mi vida.

—No hay para tanto. Parecías bastante capaz de cuidar de ti mismo.

—No. Los primeros días. Solo, me hubiera tumbado a morir. —Movió las manos en el aire, como si intentase dibujar las ideas.— Lo siento. Tan torpe. Las palabras son... eran... mi herramienta.

—Tu hermano estaba convencido de que te recuperarías. Y lo estás haciendo. Cada vez más rápido, me parece.

—Ilbreich —Tocó con suavidad la vela. 

—Quería que te recobrarses aquí, antes de volver... a tu casa.

—Sí. Mostrar debilidad ahora... No. Es... peligroso para todos.

Incluso trabándose a cada palabra tenía una voz resonante, y una forma de moverse con peso propio, majestuosa. Rozó las manos de ella con esos dedos callosos y expresivos.

—¿Por qué aquí? ¿Por qué sola?

Julia retiró las manos y las sujetó al borde de la mesa hasta que el canto le dolió en los dedos.

—Perdí a mi familia. Mis padres. Mis hermanos. Mi novio. No cabíamos los seis en un solo coche, y Noel no conocía a nadie más... así que les dejé ir juntos. Me monté con un amigo de mi padre, justo detrás. El coche de ellos perdió la dirección; vi cómo empezaba a dar bandazos de lado a lado, antes de salir despedidos. Una caída de doce metros, y luego varias vueltas antes de parar.

Lo volcó de un tirón, como un embalse que necesitara desbordarse. Tenía tan crispadas las manos que la mesa temblaba con ella y el dolor en los tendones le llegaba desde muy lejos.

—Soy enfermera. Bajé por el terraplén. Si alguno hubiera estado vivo... —Agitó la cabeza, intentando espantar las memorias de metal plegado y sangre—. Después de eso no podía quedarme en Madrid. Se me ocurrió venir aquí, esta es la vieja casa de mis abuelos.

Roderich rodeó la mesa, envolvió sus hombros en un abrazo apretado y posó la cabeza de julia en el hueco de su garganta. Las manos de ella cayeron sin fuerza en el regazo.

—Dices que te salvé la vida, pero tú... Peluche salvó también la mía. Gracias.

—Cuanto necesites. Dispuesto. Tu mascota. Mientras quieras.

Se agachó con la misma genuflexión de guerrero antiguo, puso una mano sobre sus rodillas y lanzó un corto ladrido de cachorro. Julia se rió entre sollozos.

—Te lo agradezco, pero creo que ya no sería lo mismo.

Él ladeó la cabeza, retiró la mano de sus rodillas y se la llevó al pecho.

—Mientras tú quieras. Si quieres. Ahora mejor apagar. La vela. Reservar. Estoy en deuda... mi historia. Cuando pueda. Cuando mis palabras... vuelvan.

Julia asintió. Mientras se extinguía la llama. Rodrerich se puso en pie y una sonrisa breve le iluminó la cara.

—Puede ser mejor —pronunció con su voz de campana, antes de que la última voluta de humo se diluyera en el aire

Rey LoboWhere stories live. Discover now