El enemigo interior

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—Pareces una mujer gato —acusó Julia. Teresa estaba extendida sobre la grada de madera con una sonrisa de felicidad en el rostro. Después de una larga ducha caliente, ambas habían decidido probar un rato de sauna.

—¡Soy friolera! —Se quejó su amiga—. Lo único que agradecí cuando hice el cambio fue contar con pelo extra.

—¿No es una especie de honor? —Julia se tironeaba del pelo para peinarlo. Lo tenía muy fino y el ajetreo de los últimos días lo había enredado como algodón de azúcar—. Ilbreich parecía muy emocionado cuando supo que su sobrino podía ser un cambiante.

Teresa gruñó, incómoda y bajó la voz al responder.

—Mis dos tíos cambiantes murieron en combate. No se si te acuerdas de ellos...

—¿No había sido un incendio?

—Qué quieres, algo hay que inventar para la partida de defunción y los vecinos. También da una buena excusa para no abrir el ataúd en el velatorio.

Teresa suspiró y dio media vuelta. Era la primera vez que Julia la veía desnuda desde que ambas eran adolescentes. Tenía un cuerpo soberbio y musculado, rayado con un puñado de cicatrices.

—Con ellos muertos la herencia de Mesas de Piedra pasaba al primero de los nietos que hiciese el cambio. Y si me caía ese puesto, ya podía despedirme de salir jamás del pueblo. Creo que por eso tardé tanto en cambiar, no lo hice hasta los veintiuno... y aún así fui la primera. No me hizo maldita gracia. —Hizo una pausa—. De esto ni una palabra a nadie ¿eh?

—Lo juro por mi honor y mis antepasados —repitió la fórmula que usaban cuando eran niñas y acarició con ternura la cabeza de Teresa—. Yo sabía que querías irte, no entendía por qué te habías acobardado. Precisamente tú.

Antes de que su amiga pudiese responder, la puerta de la sauna se abrió para dejar paso a cuatro hombres de Refugio de Hielo, con las pequeñas toallas de la sauna sobre el hombro. Julia intentó no sentirse incómoda; no se podía esperar mucho pudor cuando los cambiantes estaban la mitad del tiempo desnudos. Les dedicó una sonrisa tímida que dos de ellos devolvieron con cabeceos. El tercero, más afable, le tendió la mano. Julia se la estrechó intentando con desesperación no bajar la vista más allá del cuello.

—Bienvenidas. Me llamo Dagr, con "r" al final. Me han contado que ha sido un viaje duro.

De nuevo la segunda voz, traduciendo en su cabeza. Esta vez con una textura casi aterciopelada.

—¿Aquí también hay talismanes? —Teresa se incorporó con sorpresa.

—Claro. Más de un tratado de paz se ha acordado en la sauna.

—Tiene sentido —aceptó Teresa, tumbándose de nuevo—. A mi ya me tendríais comprada.

Animado por la buena acogida, Dagr-con-r se sentó junto a ellas.

—En la superficie hay otra sauna, junto al lago, para echarse directamente al agua al salir. Algunas noches durante el invierno organizamos una excursión, con cervezas y algo de picar.

Era hospitalario y amigable, sin pasarse. Si pretendía ligar era lo bastante listo como para no ser evidente. Julia comenzaba a relajarse de nuevo cuando le llegó, mordiente, el olor químico del Enjambre.

Esperó unos segundos, descompuesta. No, los sentidos no la estaban engañando, el olor era cada vez más fuerte. Cuando otro de los recién llegados volcó agua sobre las piedras de la sauna y brotó el vapor, la peste lo llenó todo.

—¿Te encuentras bien? —Teresa la miraba preocupada—. Igual no es bueno que te quedes mucho rato, en tu estado.

—No, tienes razón —se apresuró a aceptar— ¿Te importa que salgamos ahora mismo?

Rey LoboWhere stories live. Discover now